La economía global no pasa por su mejor momento. La guerra comercial promovida por el presidente Trump con China y la que anuncia con la Unión Europea son, sin duda, malas noticias. Los mercados reaccionan con bajas en la bolsa de uno o dos puntos a cada anuncio y pronto todo regresa a una inquieta normalidad. Por ello, la reacción de los mercados al triunfo inesperado en las primarias presidenciales de la fórmula peronista de Alberto Fernández con Cristina Kirchner de vicepresidenta en Argentina, no deja de sorprender. Al obtener los Fernández una diferencia de más de 15 puntos sobre su rival, el actual presidente Mauricio Macri, el indicador de riesgo del país subió 1900 puntos, superado solo por Venezuela; el peso argentino perdió —en una sola jornada— una tercera parte de su cotización y la bolsa de valores la mitad de su valor. Indicadores tan negativos ni siquiera se registraron a partir del famoso lunes negro de 1929 cuando el Dow Jones perdió, en cuatro días, el 25 por ciento de su valor. Lo sucedido en Argentina parece más una huelga empresarial buscando reversar las preferencias electorales, que un reflejo de la precariedad de la situación económica que es innegable. Durante los primeros dos años de mandato, todo fue viento en popa para el presidente Macri. Sus medidas de austeridad y recorte del gasto público tras el levantamiento de la obligación de reintegrar las divisas y la eliminación de las retenciones a las exportaciones que alimentaban al fisco. Todas las medidas han sido muy aplaudidas por los mercados, pero resistidas por una ciudadanía que se vio caer sensiblemente sus niveles de vida. Si bien es cierto que al kirchnerismo le correspondió la parte alcista del mercado internacional del petróleo y los productos básicos, durante el periodo de los gobiernos de Néstor, primero, y después Cristina Kirchner, entre 2003 y 2015, la pobreza se redujo en 73 por ciento, el producto interno bruto per cápita aumentó 42 por ciento y el desempleo se redujo considerablemente. El temor reflejado por la reacción de los mercados luce por lo menos exagerado. En contraste, a partir del segundo año de Macri, la pobreza y el desempleo han aumentado significativamente, la tasa de interés está por encima del 70 por ciento y la inflación ya va por el 54 por ciento anual. En 2018, el gobierno firmó un plan de ajuste con el Fondo Monetario Internacional que le prestó a Argentina 57.000 millones de dólares, a cambio de severas medidas adicionales de austeridad. Al igual que con España y Grecia en la época de la crisis de 2008, la imposición de medidas de austeridad en economías ya debilitadas produjo el efecto contrario y las deprimió más, aumentando el desempleo y generando mucho sufrimiento a las poblaciones que perdieron sus ahorros, viviendas y pensiones. Ha llegado el momento de revisar fórmulas fallidas que afectan las posibilidades reales de la democracia. Mucho se habla de populismo cuando quienes plantean “dolorosas medidas que exigen apretar el cinturón”, siguen sus vidas como de costumbre mientras que amplios sectores de la población no tienen dónde abrirle un nuevo hueco a la correa. Los mercados aplauden la reducción de los impuestos a los más pudientes y los recortes presupuestales que indefectiblemente producen, mientras califican de populistas las fórmulas que buscan aliviar el impacto de los platos rotos sobre quienes, a fin de cuentas, votan y sacan o eligen gobiernos. Recién su debacle electoral, Macri propuso tardíamente medidas de alivio como eliminar el IVA a los productos de la canasta familiar y aumentos en el salario mínimo, con la esperanza de reversar los resultados de las elecciones venideras. Son paliativos necesarios que deben orientar a los economistas a revisar las fórmulas fallidas de un modelo que, de más en más, le sirve a menos y menos miembros de la sociedad. Lo paradójico es que la estabilidad social y una demanda robusta de gasto público en épocas de recesión es buena para los negocios y también para la gente. De ahí el interrogante de qué tan objetivos son los mercados.