Hay que tener una verdadera certeza de impunidad o la personalidad de un terrorista suicida para atentar contra lo más preciado de un grupo social. En el caso de lo ocurrido la semana pasada no queda duda de que lo primero fue lo que terminó de incentivar al grupo de desadaptados que intentó quemar la Catedral Primada de Colombia.
Seguramente dirán que se trató de una protesta y que la libertad de expresión prevalece. También asegurarán que era arte, como lo han hecho en otras oportunidades. Pero ni protesta ni arte, es simplemente una aberración, una actuación de tiempos bárbaros, un acto reminiscente a lo peor y más grave de los enfrentamientos de las religiones, a los actos repudiables que generaron división y destrucción reciente en Canadá y Argentina.
No hay manera de justificar lo que hizo este grupo de manifestantes. Encapuchadas y asegurando estar haciendo una protesta contra el aborto, procedieron raudas a quemar el máximo templo de los católicos en Colombia.
Obviamente no fue un trabajo aislado. Seguramente fue una acción coordinada con los acosos de los que también fue objeto la clínica de la Madre Bernarda en Cartagena, hasta donde llegaron unos supuestos periodistas para “desenmascarar” al instituto médico por negarse a practicar abortos. Desconocen los activistas disfrazados de comunicadores, en publicaciones otrora responsables y ahora bastiones del activismo, que los doctores tienen claro derecho a la objeción de conciencia.
Pero eso no fue todo. El hecho repudiable del intento de quemar la Catedral ocurrió frente a la mirada impávida de las autoridades. Primero fueron los gestores de convivencia los que vieron pasar el hecho sin mucho esfuerzo por detenerlo y, posteriormente, fue la policía la que prefirió no hacer nada.
Los colombianos estamos viendo cómo ahora se invaden tierras y se queman iglesias sin que las autoridades hagan lo propio para defender a los ciudadanos de los agresores. En menos de un mes hemos sido testigos de una escalada de actos vandálicos y repudiables, probablemente resultado del lenguaje ambiguo y cómplice de una administración que parece confundir nuevamente paz con impunidad y negociación con claudicación.
A una velocidad vertiginosa hemos venido viendo la materialización de toda una ideología que victimiza a los agresores y a los que violan la ley castigando y perjudicando a los ciudadanos que la obedecen bajo la premisa equivocada y maquiavélica de que todos los que algo tienen son corruptos o asesinos.
Lo ocurrido en la Catedral tiene potencialmente la capacidad de quedar en varios delitos: daño en bien ajeno, asonada, vandalismo y violación a la libertad de cultos.
Pero no puedo dejar de pensar: ¿se imaginan que en algún país musulmán hubieran intentado quemar una mezquita? O ¿que en cualquier lugar del mundo hubieran intentado quemar una sinagoga? ¿Los feligreses agredidos hubieran respondido con la misma pasividad que en Colombia? Es desconcertante cómo el discurso de lo políticamente correcto que impone el progresismo global deja la puerta abierta a este tipo de agresiones.
Y, al final, la cereza sobre el postre fue la reacción de la alcaldesa Claudia López, que por medio de Twitter escribió: “Esto es vandalismo. Tiene y merece sanción social y legal. Este video me lo mandó el propio comandante de @PoliciaBogota ¿Por qué en vez de grabar no aplicaron el protocolo distrital y la Ley? Pregunto con respeto ¿tienen la orden de su mando nacional de dejar hacer y dejar pasar?”.
Como Pilatos, lavándose las manos y los pies, la burgomaestre nuevamente hizo escándalo, pero no asumió. Todo lo que pasa en su ciudad es culpa de alguien más pero nunca de su falta de liderazgo y acción. Dios la perdone.
Esta semana intentaron quemar la Catedral Primada, la casa de los católicos en Colombia, y las autoridades prefirieron mirar a otro lado. ¿Hasta acá hemos llegado? En menos de un mes pasamos de luchar contra las drogas a buscar legalizarlas; pasamos de perseguir a los narcos y a las bandas criminales para abrazarlas con la impunidad de la falsa paz, y ahora quemamos iglesias y nadie hace nada. Discúlpenme, pero cómo duele Colombia.