Gustavo Petro actúa como si la Presidencia de la República fuera un reality show de popularidad. Su obsesión por los aplausos quedó, de nuevo, en evidencia en sus altisonantes declaraciones en redes sociales. Al comienzo de su mandato, las bodegas petristas trataron de posicionarlo como un “líder mundial”, imagen que, obviamente, se esfumócon el pasar de los meses, los incumplimientos, los desaciertos, las desvariantes declaraciones sobre los más diversos asuntos y sus frecuentes desapariciones.
Ser un líder mundial parece no llenar suficientemente el ego del mandatario. Su visión de líder “intergaláctico” se materializa en su propia publicidad mesiánica. De hecho, hace un par de meses, con ocasión de un eclipse, Petro no tuvo reparo en publicar una foto suya en un cielo naranja atravesado por un aro de fuego. ¿La reencarnación del Mesías? ¿La propia estrella de David? ¿El Petro-cometa?
Sin embargo, esta obsesiva aspiración con la trascendencia se ha visto obstaculizada por la realidad. La economía de Colombia está a punto de entrar en recesión, el galón de la gasolina está en 15.000 pesos (recordemos que a finales de 2021 el galón estaba en 8.018 pesos, en medio del tal “estallido social”) y los precios de los artículos básicos de la canasta familiar, empezando por las arepas están por las nubes (con alzas de más del 100 por ciento en este insufrible periodo del “cambio”).
Quizás por eso es que la popularidad de Petro, acá en el planeta Tierra y en Colombia, está por el piso. La última encuesta de Datexco registró una caída de la favorabilidad del mandatario a un 66 por ciento. La gente que votó por el “cambio” está desilusionada, aburrida, quebrada y encartada con “la potencia mundial de vida”.
Y, pues claro, ese sentimiento popular (el del pueblo terrestre) se traduce en manifestaciones de descontento como las rechiflas en los estadios de fútbol, en donde los cansados y humillados colombianos, pacíficamente, han gritado a todo pulmón: “fuera Petro, fuera Petro”.
¿La respuesta del presidente? Que se trata de una manipulación de los fastidiosos medios de comunicación y líderes de la oposición que no entienden nada del “cambio”.
Esta semana, en el Congreso Nacional de Infraestructura en Cartagena, a Petro no lo chiflaron los empresarios sino que guardaron silencio según video revelado por la W Radio, mientras el presidente llegaba a su podio. La noticia se regó como pólvora y Petro respondió desde su trinchera que sí lo habían aplaudido.
En el límite del delirio y el autoelogio, el mandatario publicó una encuesta, pagada por la Presidencia de la República y ejecutada por el Centro Nacional de Consultoría, según la cual supuestamente la imagen positiva del mandatario está en el 51,7 por ciento. El intergaláctico mandatario complementó esta “noticia” con su propio editorial: “Estamos en situación de ganar las elecciones presidenciales, hay que trabajar más y debemos ganar en el 2026, tanto en congreso como en presidencia, para que el cambio sea profundo, real e irreversible en Colombia”. Petro se quedó en campaña o no está enterado de que en Colombia no existe la figura de la reelección. ¿Cómo es posible que esté pensando en ganar las elecciones de 2026 si ni siquiera ha empezado a gobernar?
Lo cierto es que si “el cambio” es “irreversible” y Petro logra su propósito destructivo y vengativo en contra de los sistemas de salud, pensional y laboral, el país retrocederá más de treinta años y las crisis social y económica serán devastadoras para todos los colombianos, en particular, los empresarios, los emprendedores, los jóvenes y la clase media que tanto odia el presidente.
“La potencia mundial de vida” hace oídos sordos al sentimiento popular. El pasado 29 de octubre la derrota demoledora del Pacto Histórico en varios municipios y departamentos del país, así como la histórica derrota del candidato más importante de la extrema izquierda, Gustavo Bolívar en Bogotá, no fueron suficientes para que el Gobierno nacional se recogiera y revisara el rumbo de su delirante propuesta de gobierno.
Reitero que Petro debería darse una pasada por una estación de gasolina y ver cómo la gente reniega del alto costo del combustible. O quizás podría ir a una plaza de mercado para darse cuenta de primera mano de que todos los alimentos están carísimos. Además, los colombianos han visto que el secuestro y la extorsión volvieron a tomarse el país. Es un hecho que la desarticulación de las Fuerzas Armadas ocurrió y que las bandas de narcotráfico transitan por el territorio nacional hasta inaugurando obras públicas. Pero Petro cree que gobernar es publicar mensajes en su cuenta de X, cazar peleas con la oposición, insultar ciudadanos, periodistas y lanzar disparates sin sustento técnico, como el “monorriel” que anunció en el marco del Congreso de la Infraestructura, paralelo al Canal de Panamá y que atravesaría, según él, el Tapón del Darién. Eso sí no dijo si para completarlo lo uniría con el tren (de mentiras) de Buenaventura-Barranquilla y con el de Villavicencio-Santa Marta para llegar finalmente hasta el aeropuerto internacional de Riohacha, que, también, hace parte de sus delirantes excesos de café.
Mientras tanto, los colombianos, asfixiados por los devastadores efectos de la reforma tributaria y la inflación, contemplan con frustración que el mercado del presidente y la vicepresidenta vale 120 millones de pesos por trimestre, que viajan en avión privado y helicóptero al trabajo, se visten con ropa de lujo y derrochan en burocracia.
En el país de verdad, lejos del reality y del show de popularidad, hay agotamiento. Atender las necesidades del pueblo y trabajar incansablemente son tareas que Petro dejó de lado por estar ocupado contando aplausos y celebrando victorias galácticas, mientras que Colombia se derrumba a pedazos.