En otra columna habíamos advertido sobre el error de pensar a la primera línea como un inocente grupo de jóvenes que luchaba de manera desinteresada por unos derechos abstractos. Señalábamos, en cambio, que debía entenderse ese fenómeno como algo enteramente político, incluso electoral.
El tiempo nos ha dado la razón.
Esta semana, los integrantes de la primera línea pasaron rápidamente de la noticia de la persona muerta por una cuerda en los bloqueos del Portal Américas. En cambio, sorprendieron a la opinión pública con sus nuevas peticiones: que se les pida perdón y que se les dé reconocimiento político.
Estos anuncios se hacen en el marco del inicio de unos diálogos con la Alcaldía de Bogotá.
Y no dejan de ser preocupantes por dos grandes motivos.
Primero, y más allá de los pedidos de perdón en una sociedad urgida de reconciliación, sorprende que algunos quieran hacer política detrás de una capucha y afectando noche a noche a la comunidad. Es justamente lo contrario a la vía democrática. Porque en política la vida de una persona electa debe ser transparente ante los ojos de todos. Nadie elige a un político sin rostro. Nadie vota por alguien cuyo nombre no se conoce. Así que el reconocimiento para la primera línea debería partir de su disolución o de alterar profundamente los principios de nuestra democracia. Ambas cosas a la vez no se pueden.
Segundo, porque es lícito sospechar que ahora, cuando sus intenciones político-electorales son claras, la primera línea utilizará los bloqueos como mecanismo de presión en medio del diálogo. Guardando las proporciones, algo similar se vivió en los diálogos de paz con las Farc, que estuvieron antecedidos por un tire y afloje entre las partes para llegar con poder a la mesa.
Lo que necesita la comunidad del Portal Américas, en cambio, es que los bloqueos se terminen. Esa es la solución política más urgente de todas. Noche a noche, dicho lugar se ha degradado hasta convertirse en una república independiente del crimen en el corazón de la localidad más poblada de Bogotá. Más que acción política por parte de la primera línea, lo que vive esa zona es una auténtica pesadilla que ha involucrado homicidios, abusos sexuales y la proliferación del microtráfico.
El vacío de poder que experimenta el portal no puede ser la excusa para darle concesiones de cualquier tipo a quienes lo generaron.
Otra situación que no amerita justificación tiene que ver con las denuncias sobre entrenamientos de menores en la primera línea. El adoctrinamiento de niños para la guerra no genera más que un profundo rechazo frente al actuar y proceder de este grupo vandálico.
¿Qué sigue entonces? Si de verdad la primera línea busca un reconocimiento político y la reconciliación en los términos que quieran, lo primero que deben hacer es justamente política: pensar en el bien común antes que en el particular de ellos mismos. Levantar los bloqueos, permitir la operación de TransMilenio, incluso sumarse las jornadas de reparación del espacio público, ofrecer excusas a los vecinos afectados y, ahí sí, exponer sus cartas políticas de cara a la ciudadanía, sin capuchas ni presiones.
No hay otra forma de hacer política.
Expongamos, por último, el pésimo precedente que significaría darle concesiones políticas a un grupo que solo se ha caracterizado por su violencia contra lo público.
Estas personas, que son las primeras en salir a defender con vehemencia las empresas públicas en proceso de privatización no tienen ningún problema a la hora de destruir un portal, una estación, un bus biarticulado o los adoquines de los andenes, todas estas cosas tan públicas como la ETB en su naturaleza de servicio a la comunidad. La contradicción salta a la vista, pero más allá de ella no se puede enviar como mensaje el que la destrucción trae premios para los vándalos.
Evidentemente hay que dialogar. Todas las mesas adelantadas por los gobiernos Nacional y Distrital deben ser rodeadas por la ciudadanía. Siempre será mejor hablar y oír que destruir. Pero no nos llamemos a mentiras: debemos ser especialmente cuidadosos con la primera línea.