El Gobierno sufre de una grave enfermedad y es la de querer cambiarlo todo, y al mismo tiempo.  Aunque el presidente Gustavo Petro se hizo elegir bajo la premisa de que representaba el cambio, y las reformas son en esencia la materialización de sus promesas, el afán de su ejecución puede estar haciendo que las cosas le salgan mal. 

En lo que va corrido de su Gobierno pareciera ya despuntar lo que es su estrategia de manejo del Legislativo, y esta es la de apostarle a una serie de cambios radicales en sus reformas para conformarse luego con la aprobación de solo una porción de ellas.  

Sus apuestas son inmensas en el sentido de que los paquetes de ley son extremadamente ambiciosos y están acompañados de un sinnúmero de otras pretensiones, incluso extravagantes, pero poco realistas y mucho menos precisas para ocuparse de los verdaderos problemas nacionales. 

Ocurrió en la reforma tributaria, que terminó en un retazo de lo que se aspiraba y seguramente tendrá que ser complementada con otra andanada de impuestos en poco menos de dos años. Siguió con la de salud, que prometía un revolcón fatal en el sistema, y va ahora en un ajuste fútil que nos hará regresar a la década de los 80, cuando dependíamos de las clínicas del Seguro Social. Continuó con la pensional, que amenaza a los fondos de pensiones y con su eventual muerte arrasaría con la Bolsa y probablemente con el sistema financiero nacional, y ahora se confirma con la política, que terminó ahogada luego de que se hicieran evidentes los micos que ahora niegan sus padres. “Yo no lo crie”. 

Sobre la reforma laboral, hay que decir que es muy grave. El articulado propuesto puede tener beneficios en el corto plazo, pero es desastroso en el largo plazo. Ayuda a los trabajadores mañana, pero los deja sin empleo en unos meses. Análisis preliminares, como los de Fenalco, indican que las nuevas leyes tienen el efecto potencial de acabar emprendimientos y, con ello, eliminar miles de puestos de trabajo. 

Y sobre la reforma pensional, un punto adicional. Es tan ambiciosa y desprolija que lleva adentro una reforma tributaria escondida. Termina pidiendo mayores contribuciones de los asalariados para crear un subsidio para pagar pensiones a los que hoy no la tienen. El problema no está en buscar maneras para que ningún colombiano mayor deje de tener un ingreso mínimo; es desconocer que ya existen mecanismos para darle subsidios a los más necesitados, como los programas de Familias en Acción. Eso se logra con los impuestos, no con las pensiones. Léalo bien: las pensiones les pertenecen a quienes las ahorraron. No son de Petro, no son de nadie más. 

En un país como Colombia se tienen que crear incentivos para que la gente entre a la legalidad, no para que ocurra lo contrario. En esencia, la solución que propone este Gobierno para los problemas del país es ponerles más pesos y responsabilidades a quienes hacen parte del sistema y respetan las órdenes y la ley, sobre poner en cintura a quienes prefieren vivir al margen de la legalidad. Ocurre en lo económico y en lo social. En lo económico, esta administración prefiere poner más impuestos a quienes ya pagan millonadas, que buscar que los que no pagan entren al sistema. Y en lo social, prefiere acordar con los delincuentes que traerles justicia a las víctimas. Todo al revés.  

El presidente Petro fue un gran legislador, un hombre crucial en los muchos debates de control político que propuso. A todo señor todo honor. Pero pareciera que no ha podido entender que las tácticas de negociación que se implementan en el Legislativo o las estrategias que usan los activistas para influenciar el pensamiento colectivo no son las mismas que se deben usar para la construcción de política pública desde el Ejecutivo, donde lo que debe preponderar es lo realmente importante, no lo que se pueda alcanzar. 

La reformitis aguda de esta administración puede llevarnos a un escenario de retroceso estatal de por lo menos 30 años. Al presentar paquetes tan grandes, ambiciosos y radicales, el Gobierno está poniendo en manos del Legislativo la decisión de temas trascendentales que luego tomará años en desenredar y enderezar. 

Como dicen en la calle: el que mucho abarca poco aprieta, y en este Gobierno los que terminan apretando son los congresistas, que la mayoría de veces están enfocados en sus propios intereses y no en el cuadro total. Gustavo Petro,, aunque está 99 por ciento de las veces bien en su diagnóstico de los problemas del país, está 100 por ciento equivocado en su solución.