A pesar de los esfuerzos del presidente Petro y su equipo de gobierno por el logro de la paz total, desafortunadamente la respuesta de los grupos armados ilegales es de más violencia e intimidaciones a la población urbana y rural.

Infelizmente, tanto los diálogos de paz que han venido sosteniendo voceros del Gobierno nacional con las guerrillas del ELN y las denominadas disidencias de las Farc, como los diversos mensajes dirigidos a los diferentes grupos paramilitares, del narcotráfico y de la delincuencia urbana y rural, no se reflejan, hasta el momento, en resultados concretos. Menos, en una disminución de los niveles de inseguridad urbana y rural que hoy estamos viviendo en Colombia.

Antes, por el contrario, lo que estamos viendo en el día a día son agresiones armadas contra un bus escolar que transportaba niños en una zona rural del departamento del Cauca y un paro armado contra la población del Chocó, ambos departamentos ubicados en la región del Pacífico colombiano; el asesinato de humildes soldados y policías por parte de todos estos grupos armados ilegales, y una situación de zozobra en las principales ciudades de Colombia.

Sin pretender ser pesimistas, lo anterior va en contravía del lema central del Gobierno nacional “Colombia, potencia mundial de la vida”.

Como no podemos aceptar que en Colombia se imponga la ley de la selva y, dado que todos esos hechos de violencia se vienen presentando en las diversas regiones urbanas y rurales del país, sería necesario que el presidente Petro, el ministro del Interior, los encargados de esos diálogos de paz y de la búsqueda de la paz total, junto con los altos mandos militares y de Policía, se sentaran a dialogar tranquilamente con los gobernadores de los 32 departamentos y los alcaldes de las ciudades capitales para analizar las posibilidades de regionalizar la búsqueda de los caminos de paz, mucho más cuando la gente es la que vive a diario, y en las regiones, los temas de la violencia.

La irracional violencia que vivimos, como ha quedado demostrado, no la podremos resolver con la visión centralista en las soluciones que se han propuesto por los diversos gobiernos y por los diferentes grupos armados ilegales, porque tanto el Estado, como la propia composición de los grupos armados ilegales, hace rato se han ido federalizando en Colombia.

En la búsqueda de esos caminos, es bueno recurrir a algunas de nuestras experiencias positivas, como fueron los acuerdos de paz y reconciliación entre liberales y conservadores en 1958; la promulgación, por consenso, de la actual Constitución Nacional, en 1991, con presencia de varios integrantes de la guerrilla del M-19; la elección popular de varios exintegrantes de grupos guerrilleros como alcaldes en varias ciudades de Colombia, y la elección democrática y constitucional del presidente Petro, exintegrante del M-19.

Estos hechos de paz y reconciliación en Colombia, en los últimos sesenta años, nos están demostrando que, si tenemos voluntad política e institucional para salirnos de los remolinos de la violencia, debemos explorar los caminos de la regionalización de la paz y así evitar que tanto el Gobierno como los grupos armados terminen prisioneros de una política paquidérmica y centralista.

Si analizamos el surgimiento de las denominadas disidencias de las Farc, después de la firma de los acuerdos de paz entre el presidente Santos y la guerrilla de las Farc, es posible que puedan haber incidido en ese hecho, además de otros factores externos, los temas regionales asociados a la existencia histórica de esa guerrilla, incluyendo su relación con la población en las áreas rurales.

En ese camino, no podemos descartar que, una vez se firme un acuerdo de paz con los dirigentes actuales de la guerrilla del ELN, varios de sus frentes en las diversas regiones de Colombia puedan seguir el camino de las disidencias de las Farc. Lo que de pronto podríamos evitar si el Gobierno se atreve, con el respaldo de la población, de los gobernadores y alcaldes de los departamentos y ciudades de Colombia, a regionalizar el tema de la paz y la reconciliación, y llevarlo a la propia mesa de diálogo que se desarrolla en el exterior con los voceros del ELN.