En 2023, las exportaciones de bienes y servicios sumaron 68.286 millones de dólares, y las importaciones, 76.275 millones. Al restar lo que sale por las compras de lo que entra por las ventas, el resultado es negativo en -7.989 millones de dólares, casi 32 billones de pesos en rojo.

Las rentas de las inversiones de capitales nacionales en los demás países arrojaron 8.777 millones de dólares; sin embargo, las de la inversión extranjera en Colombia fueron 22.877. Al restarlas, el resultado también es negativo, de -14.100 millones de dólares, más de 56 billones de pesos. Por las balanzas de comercio y de capitales, el déficit para el país bordearía 90 billones de pesos, un monto que requeriría endeudarse para financiarlo.

No obstante, el 28 de marzo de 2024, el FMI, al concluir la revisión a Colombia, dijo que “se proyecta que el déficit en cuenta corriente se estabilice en torno al 3 por ciento del PIB”, que las cuentas externas van a un nivel inferior al 5 o 6 por ciento de 2021 y 2022.

Recordemos que esa cuenta corriente es la sumatoria de tres balanzas: la primera, la comercial, el valor de las exportaciones de bienes y servicios menos el de las importaciones; la segunda es la de ingresos por renta de los capitales nacionales invertidos en el extranjero menos los egresos de las ganancias remitidas afuera de los capitales extranjeros localizados en Colombia; y la tercera, la de las transferencias monetarias del exterior a Colombia menos las enviadas desde aquí a otras economías.

¿Qué propició el mencionado reconocimiento del FMI? Que las transferencias monetarias directas que salieron de Colombia en 2023 fueron solo 1.477 millones de dólares, en tanto las foráneas hacia acá sumaron 14.413, lo que arroja un saldo positivo de +12.936.

La causa de tan favorable resultado, equivalente a 50 billones de pesos, es el incremento de las remesas, esos envíos a sus allegados de los compatriotas que trabajan en las demás naciones. Por ejemplo, a una de cada tres personas en el Valle del Cauca o a una de cada cuatro en el Chocó (La República, 20/4/24).

En los últimos 20 años, la exportación de mano de obra, el número de emigrantes colombianos, creció de modo exponencial. En 2000 apenas llegaban a 1,8 millones y en 2023, según datos de Migración Colombia, fueron 4,7 millones. Dos veces y media más. Éxodo silencioso de gente en edad de trabajar.

Ese éxodo, convertido ya en diáspora, pasó, de un promedio de 200.000 anuales entre 1998 y 2019, a dispararse, luego de la pandemia, a 547.000 y a 446.000 en 2022 y 2023, un millón en los dos últimos años.

En 2024 se mantiene la tendencia. La mitad de los colombianos manifiesta que quiere irse del país por “la calidad de vida, la percepción de inseguridad y la inestabilidad política” (CID Gallup), se estima que 1.000 al día viajan para no regresar, muchos van indocumentados por rutas siniestras como la selva del Darién o por el incierto “hueco” en “busca de oportunidades laborales”.

Esos compatriotas trabajan en viles condiciones, como en Estados Unidos, en donde laboran solo por 12 o 15 dólares la hora sin prestación alguna, lo que los obliga a tener varios trabajos simultáneos; o en España, como “mileuristas” al mes y cuyos excedentes, para mandar a las familias, salen de la privación de consumos básicos en comida y vivienda. Son los primeros responsables de que millones en Colombia no caigan en pobreza o salgan de ella, con giros mensuales de 400 dólares o menos, fruto de grandes esfuerzos.

Las remesas pasaron de 1.578 millones de dólares en 2000 a 4.093 en 2016; superaron los 10.100 en 2023 y van para 11.000 en 2024, con 960, el récord histórico mensual en mayo. Tales ingresos superan los recibidos por carbón, por las exportaciones agrarias o por manufactureras, o por el eventual avance del turismo y son el segundo renglón de divisas de Colombia después del petróleo. En números absolutos ya son mayores que en El Salvador, Nicaragua, Sri Lanka, Kenia o Ghana (Banco Mundial) y se aproximan al 3,3 por ciento del PIB. Ayudan, además, para que la deuda pública, exigida para financiar las fallidas operaciones externas en comercio e inversiones, no se desborde.

Uno de los soportes más robustos a la “potencia mundial de la vida” lo ponen aquellos limpiadores de instalaciones sanitarias o de vidrios, obreros en riesgosas construcciones, dependientes de disímiles comercios, cuidadoras de adultos, trabajadores en pesados oficios urbanos y rurales. Mandan el quíntuple del dinero de los subsidios sociales del Gobierno, desde latitudes lejanas de la Casa de Nariño o de San Agustín, la sede de Minhacienda.

¡Qué paradoja! Los pobres en el extranjero hacen más por los pobres de su patria que los programas del Gobierno.