Durante años engañó al país haciéndose pasar por un civil que solo buscaba a su hermana desaparecida en el Palacio de Justicia. Demoró años en confesar la verdad y solo lo hizo a medias.
René Guarín aún le debe el relato real a Colombia y una sincera petición de perdón a las personas que fueron víctimas de sus delitos. También al coronel Plazas Vega, ocho años preso por la cadena de falsos testimonios suyos y de varios testigos, avalados por personas y entidades de izquierda.
Cuando salió del clóset subversivo, justificó su pertenencia al M-19 por la tragedia que vivió su familia como si la venganza, el ojo por ojo, fuese legítimo. Su trayectoria personal hace difícil confiar en su palabra como jefe de Tecnología y Sistemas de Información de la Presidencia, a la hora de negar que cometieran nada irregular en Casa Nariño. A veces da la impresión de que no superó el odio acumulado y que el rencor sigue rigiendo determinados aspectos de su vida.
Es innegable el espantoso drama que padecieron los Guarín. De todos los crímenes atroces que he cubierto en estos cinco lustros, dos modalidades que me parecen las más espantosas. Una es la cotidiana angustia de los desaparecidos: ver salir de la casa a su ser querido y no volver a tener noticias suyas.
La otra, los secuestros eternos. La incertidumbre, aguardar una liberación hasta por 14 años, sin apenas pruebas de vida, carcome el alma, marchita la vida. Ni decir si al final, en lugar de abrazarlo, reciben un cadáver, como pasó con los secuestrados de mayor duración, Édgar Yesid Duarte, Elkin Hernández, Álvaro Moreno, José Libio Martínez.
¿Aceptaría la izquierda que uno de sus familiares hubiese ingresado a las AUC, en venganza por tamaña barbarie, y que tras unos años delictivos Iván Duque lo nombrara en un alto cargo sin siquiera revelar los pormenores de su prontuario ni cumplido condena alguna?
Pues a René Guarín, indultado en su día junto a Carlos Ramón González y Vera Grabe, el presidente Petro se lo llevó a Casa Nariño para dirigir la sección antes citada. Y no por ser ingeniero de sistemas, sino por su paso por el M-19 y su activismo.
Si quisiera ganar credibilidad entre la orilla social que desconfía de sus auténticas intenciones, tendría que comenzar por relatar cómo planearon el secuestro de un directivo de una compañía de publicidad (me guardo el nombre), qué tiempo pensaban tenerlo cautivo, cuánto pedirían por su libertad y si pretendían asesinarlo si la familia no pagaba el rescate.
Después, seguiría recordando que, en el secuestro, frustrado por la intervención de la policía, utilizaron una carabina M-1 punto 30, robada en un violento ataque a la policía en Nemocón. En la población cundinamarquesa, el M-19 asesinó a dos dragoneantes, un agente, un suboficial del Ejército e hirió a dos civiles, según nota de El Tiempo de la época.
No debieron sentir compasión por los asesinados por cuanto pasaron por encima de los cadáveres para arrebatarles las armas.
Nada de esos graves delitos minimizarían la muerte de su hermana Cristina en el Palacio de Justicia y el drama de hallar sus restos tras 30 años de intensa búsqueda. Aparecieron en una tumba de otra persona, dado el caos que reinó tras el asalto al Palacio de Justicia y la chapucera manera de recaudar pruebas.
Para entonces, el entorno del M-19 y quienes siempre ven con buenos ojos a las guerrillas, habían convencido a medio mundo de la cruel falacia de que el coronel Plazas Vega, entre otros, desapareció a Cristina y a diez personas más, tras torturarlos y asesinarlos.
Si Guarín quisiera, confesaría las razones para sostener por años que la mujer que cargaba un soldado, saliendo del Palacio incendiado, no era su hermana, sino una sobreviviente. Y por qué en 2007, ante la fiscal Ángela María Buitrago, siguió falseando la memoria.
Lo cierto es que nunca sabremos lo que ocurrió, puesto que la verdad es lo último que interesa a los antiguos miembros del M-19, que guardan secretos claves de la toma. Pero lo inocultable es que entraron disparando, matando; no permitieron a los rehenes huir en cuanto asomó el Ejército ni con las primeras llamas que amenazaban con calcinarlos. Fueron idénticos a las Farc, prefirieron ver morir a sus secuestrados antes que vivos y libres.
Hay que reconocer que Guarín y sus compañeros ganaron la batalla. La historia la escriben ahora los guerrilleros empoderados, impusieron su narrativa tramposa, tienen presidente, ocupan altos cargos en puestos sensibles y no muestran un ápice de arrepentimiento.
Si chuzan o no, tampoco creo que lleguemos a conocerlo. Y si Guarín no ofrece garantías de transparencia, menos aún su colega en el M-19, el director de Inteligencia, Carlos Ramón González. Por si hubiese dudas de jugadas sinuosas en el interior de Palacio, las despejó la primera dama con su denuncia.
Cuentan que González la detesta a ella y a su combo. Considera que perjudica a su adorado Petro. Veremos.