Seré liberal hasta mi muerte, el partido de Uribe Uribe y Gaitán caló hasta lo más profundo de mi interior; aún llevo conmigo el carné liberal con profundo orgullo y visitaba su sede en la avenida Caracas con el fervor y el respeto con el que se frecuenta la parroquia de nuestro culto. Realicé muchos actos de mi vida como miembro activo y convencido liberal; así mismo, tuvimos el privilegio de llegar a diversas corporaciones públicas de elección popular representado la enorme dignidad de ser parte del partido, recorrimos el país de norte a sur y de oriente a occidente con el trapo rojo en las manos, convencidos del papel protagónico de esa colectividad para con las clases menos favorecidas de un país como el nuestro; logramos evidenciar en carne propia las verdaderas emociones y sensaciones que la esencia liberal despertaba en la sociedad, en los municipios más pobres, en la barriada de las capitales, el apoyo a un pensar que siempre puso primero a la gente y que dogmáticamente centralizaba sus ideas en el progreso sobre el supuesto del bienestar general sobre el particular.
Ser liberal en Colombia era sinónimo de simpatía al progreso social, a la reforma agraria, a la ley de tierras, a la igualdad, al pleno ejercicio del estado social de derecho. Solíamos ser una organización ecuánime, inclusiva, que a través de sus diferentes actos y manifestaciones reconocía en consecuencia las condiciones propias de la filosofía liberal. Tuvimos el privilegio de transmitir esperanza y alegría mediante diversos actos que solo buscaban reivindicar a los más necesitados, a los siempre olvidados. Recuerdo con especial cariño una manifestación que realizó Ernesto Samper Pizano para condecorar a los militantes liberales de la tercera edad, un conmovedor acto en el que centenares de líderes vestidos con sus mejores galas asistieron a un reconocimiento que nadie les había hecho, pues precisamente esas eran las pequeñas consignas de un partido que tenía profunda conexión con sus miembros, con sus militantes, con aquellos ciudadanos que -orgullosos- lucían sus vestimentas rojas en las diferentes manifestaciones.
En nuestra irrevocable condición de miembros del Partido Liberal tuvimos la oportunidad de concurrir a varios encuentros con los trabajadores de Colombia, en especial con aquellos de la C. T. C. de marcada y fundamental actividad dentro del Partido Liberal; muchas veces llenamos el auditorio de la sede institucional con los vendedores ambulantes y muchas más con juntas de acción comunal de Bogotá... En fin, encuentros con jóvenes universitarios. Era un partido con vida y así se sentía, se trataba de una tribuna de conexión para los que no tenían oportunidades, con una dirigencia que tenía vocación de servicio, con un liderazgo que -lejos de cualquier aspiración individual- pensaba en el tan esquivo bienestar para los colombianos.
De todo eso nada quedó. El partido de Uribe Uribe y Gaitán abandonó la causa popular y se dedicó a la maquinaria de tipo electoral y olvidó su perenne lugar al lado de los más débiles para entrar al oprobioso confort del manejo sin escrúpulos del poder y sus cuotas mortíferas para la supervivencia del otrora gran Partido Liberal. El partido empezó a devenir en un sinnúmero de comportamientos erráticos, lejanos del ideario filosófico colectivo; muestra de ello, la inexcusable falta de liderazgo y representación hacen que los parlamentarios del partido sean los primeros en repudiar los mismos principios institucionales liberales. Vemos cómo en el Congreso son estos los legisladores que promueven las más contradictorias disposiciones del ideario liberal, por ejemplo, las leyes que buscaban garantizar la educación gratuita fueron votadas negativamente por gran parte de esta bancada; así mismo, la anacrónica de sus decisiones solo dejan de manifiesto las estrepitosas maniobras políticas que rescinden con el verdadero dogma filosófico, o qué hablar de la posición del partido durante las últimas elecciones presidenciales, el partido -lejos de su orientación política- prefirió adherir a Iván Duque. Y sus cuestionamientos en contra del proceso de paz, proceso que el mismo Partido Liberal durante el Gobierno Santos, en la medida en que había combustible burocrático y clientelista, defendió a capa y espada los acuerdos de la Habana.
Desafortunadamente, la consigna liberal hoy en día está en cabeza de una dirigencia que a cambio de consolidar un grupo de dirigentes con liderazgo, dignos representantes de las ideas liberales, se vende al mejor postor por diferentes puestos en viceministerios o entidades descentralizadas. Esa es la realidad del partido que dominó los escenarios políticos colombianos por muchos años, una colectividad que brillaba por su ideario y no por la figuración del poder tras bambalinas. Es sencillamente desesperanzador cómo jóvenes figuras que han sido parte del partido, que crecieron en él, hoy por hoy decidan renunciar de manera irrevocable a ser parte de un partido que desde hace años pide a gritos ser reformado, un partido que sacó a escobazos todo lo que sonara a social, que erradicó por completo las ideas progresistas y sepultó su ideología en una oscura embriaguez de poder para unos muy pocos, que sin ningún pudor posan en cualquier orilla ideológica sin siquiera sonrojarse.
Es inaceptable que la dirección del partido, al mejor estilo de las rancheras mexicanas, ante las complejas renuncias de importantes líderes y jóvenes parlamentarios se limite a decir: ”¡Que les vaya bonito!”. La que fuere la colectividad más importante del país pasó a ser el escampadero de unos mercenarios políticos que tienen de todo menos de liberales; pero lo más grave: el partido perdió por completo la conexión con las bases, con los líderes y con la juventud. Un partido sin norte, sin capacidad de convocatoria, una colectividad que desde el año 2006 no presenta un candidato presidencial, que ha optado por las odiosas alianzas en detrimento de su propia esencia. A cambio de unos cuantos puestos de segundo renglón, se perdió la importancia de un partido que colaboró con protagonismo en la edificación del estado colombiano… Descansa en paz, querido Partido Liberal.