Los hechos en los que perdió la vida Dilan Cruz son muy tristes y deben ser investigados. El capitán de la Policía involucrado debe responder ante la justicia y pagar si es culpable. Pero este hecho lamentable no nos puede llevar al extremo de emprender una campaña de odio contra nuestras Fuerzas Armadas. No sigamos alimentando la rabia contra miles de soldados y policías, que lo único que hacen es poner en peligro su vida para protegernos. Se nos olvida que sin ellos seríamos un país inviable. Se nos olvida que en su mayoría son los mejores y los más buenos. Se nos olvida que los necesitamos. ¡No hay derecho a que seamos tan desagradecidos!  No podemos olvidar cuántos policías se convirtieron en mártires y ofrendaron su vida mientras perseguían los carteles de la droga en los años ochenta y noventa. Pablo Escobar les puso precio y ordenó eliminarlos como insectos. Cuántos huérfanos dejó la lucha contra los hermanos Rodríguez Orejuela y sus socios. Sí, algunos uniformados se torcieron. Pero no todos. La institución cumplió. A la mayoría de los jefes de la mafia los dio de baja, y a otros los puso tras las rejas. Nos pudimos liberar de esos monstruos que sembraron muerte y dolor a punta de cocaína y carros bomba.

No podemos olvidar aquellas horas de espanto que vivieron nuestros uniformados tratando de proteger a los civiles cuando las Farc y el ELN se tomaban a sangre y fuego los pueblos para matar y robar, como ocurrió en 1998 durante la toma de Mitú, en la que tuvieron que resistir durante varios días; o cuando los paramilitares llegaban a los caseríos a masacrar a hombres, mujeres y niños indefensos.  No podemos olvidar las emboscadas cobardes que dejaron a centenares de soldados muertos, como la de Puerres, en Nariño, en donde los cadáveres de los militares fueron encontrados calcinados y, aun así, muchos de ellos fueron hallados abrazando su fusil.  ¿Se acuerdan de las jaulas de alambre de púas en las que mantuvieron durante años a los uniformados que cayeron en las garras de los secuestradores de Tirofijo? ¿Se acuerdan cómo el Mono Jojoy, indolente, les pasaba revista en la selva como si fueran marranos? ¿Se acuerdan que muchos no regresaron? ¿Cuántos miembros de la fuerza pública quedaron mutilados o perdieron la vida al pisar una mina antipersona? Estos hombres y mujeres anónimos y abnegados han sido héroes. Esta es la verdadera cara de nuestras Fuerzas Armadas. No sigamos alimentando la rabia contra miles de soldados y policías, que lo único que hacen es poner en peligro su vida para protegernos. Se nos olvida que sin ellos seríamos un país inviable. No podemos olvidar que la amenaza violenta continúa, a pesar de los esfuerzos que hayan hecho los gobernantes. Incluso, aunque se haya firmado la paz con las Farc. Hoy nuestros militares y policías enfrentan la ofensiva del narcotráfico, a través de los disidentes, las bandas criminales y el ELN. Sin ellos estaríamos perdidos.  Estamos en la obligación moral de contarles a las nuevas generaciones que nuestra fuerza pública ha sido mayoritariamente valiente y heroica. Necesitamos que los jóvenes valoren el sacrificio de cada soldado o cada policía, que para prestar su servicio tienen que vivir alejados de sus familias, y muchos en las condiciones más precarias y en los lugares más apartados. Necesitamos que entiendan que Colombia ha sido un país violento históricamente y que son estos hombres y mujeres los que nos han defendido. Aun cuando la ingratitud con ellos ha sido la regla: malos salarios, bajas pensiones, un sistema de salud ineficiente, pocas oportunidades y el olvido, que es el peor pago. Los políticos los han usado y les han mentido. Para muchos gobiernos no han sido una prioridad. En los éxitos aparecen en la foto, en el fracaso los abandonan.  No podemos perder la cordura. La imagen de la fuerza pública colombiana no se puede quedar en los falsos positivos, el abuso de autoridad y la corrupción. Es cierto que algunos han manchado el uniforme y deben comparecer ante la justicia. Cero tolerancia con la impunidad. Pero los buenos y valientes son más. Este es un país que ha vivido en confrontación permanente, y ellos son los que han puesto el pecho.

Así como nos duele Dilan, también nos deben doler los 370 policías heridos en medio de los disturbios de la última semana. Aunque representen la autoridad, también son seres humanos, son colombianos. Qué habría sido del país ante el ataque de los vándalos si no existiera el Esmad. Que corrijan lo que tengan que corregir, pero acabarlo es imposible. No a los abusos de autoridad, no a los anarquistas que quisieran tener todas las garantías para que reine el caos. Primero hay que combatir a los delincuentes, no nos equivoquemos. Y les reitero, no seamos tan desagradecidos, ¡por Dios!  Hoy desde esta columna les digo gracias a todos los soldados y policías, sepan que muchos nos sentimos orgullos de ustedes y que su sangre también nos duele. Si usted es muy joven y no vivió lo que he relatado, lo invito a que vaya al lugar más simple, vaya a Google y seguro encontrará las imágenes más desgarradoras del sacrificio de nuestros héroes, que estoy segura le sacarán lágrimas.