Para que algo regrese tuvo, necesariamente, que haberse marchado.  Es lo que viene pasando en Europa: el fascismo está de vuelta. Desde el Reino Unido hasta Alemania, pasando por Suecia y Grecia, hasta llegar a Italia y Francia, el resurgimiento de la derecha extrema es evidente. Bajo el lema de salvar a Europa de la ola de migrantes africanos, latinos y asiáticos, se ha revivido un sentimiento xenófobo que ha abierto las puertas a la segregación racial, a la homofobia y otras taras ideológicas que, como las antiguas pestes bubónicas, se creían extintas, o, al menos, reducidas a su expresión mínima. Hoy, los homenajes a Hitler no se realizan en espacios cerrados. Los neofascistas lo promueven frente a las autoridades y a través de las redes sociales sin que los gobiernos de turno puedan hacer algo por evitarlos. Predappio, el pueblo natal de Benito Mussolini, es promocionado como un destino turístico donde cada año se llevan a cabo marchas y manifestaciones que recuerdan “el periodo dorado” del dictador que llevó a Italia a la guerra y entregó gran parte de su territorio a las fuerzas nazis que luego lo devastó. Allí se habla de la dictadura como un momento de grandeza nacional que convirtió a la bota itálica en uno de los países más poderosos del territorio europeo y uno de los más respetados del mundo. Ese regreso de la ultraderecha a Europa, según lo expuesto por Ruth Ben-Ghiat, historiadora de la Universidad de Nueva York, estudiosa de los regímenes totalitarios, surge en un contexto muy similar al de la década del veinte del siglo pasado, en medio de la inconformidad económica de los ciudadanos, de los emergentes cambios demográficos y las grandes oleadas de poblaciones móviles, representada en los migrantes. Estos, como los judíos de la Segunda Guerra, han sido objetivados como los nuevos enemigos de Europa, olvidándose de esta manera los horrores que sacudieron al continente con la llegada del Tercer Reich y el manifiesto sangriento de Benito Mussolini. La muestra del despertar de este monstruo que parecía olvidado, o por lo menos disminuido, lo representa el partido Unión por el Futuro, cuya cabeza visible fue Jörg Haider, gobernador de Carintia (una región ubicada al sur de Austria), quien murió en 2008 en un accidente de tránsito, pero cuyo partido de extrema derecha, considerado el más xenófobo, el más racista y radical de Europa, partidario de las políticas atroces del nazismo, obtuvo en las últimas elecciones parlamentarias un 30 por ciento de las curules al Congreso. Este hecho tuvo profundas repercusiones en el resto del continente, ya que en 2014 un poco menos del 13 por ciento del Parlamento Europeo quedó en manos de representantes cercanos a la ideología fascista de Haider. Lo anterior le dio un impulso al partido Frente Nacional francés, de Jean Marie Le Pen, quien estuvo en el abanico de opcionados para ganar la presidencia de Francia. Que el Parlamento Europeo tenga 87 miembros pertenecientes a la ultraderecha más radical del Viejo Continente, es una muestra de ese regreso lento pero seguro de unas políticas que llevaron a una guerra de seis años que devastó el territorio y dejó la nada despreciables suma de 70 millones de cadáveres. Las largas y sangrientas dictaduras militares de Argentina y Chile dejaron ver que el fascismo seguía vivo después de casi 30 años de finalizar la Segunda Guerra Mundial. La cifra de muertos y desaparecidos, solo en el país austral, superó los 4.000, y en Argentina todavía no es claro el número de mujeres embarazadas, opositoras al régimen, cuyos bebés les fueron extraídos para venderlos o entregarlos a familias con estrechos vínculos con la dictadura de turno. Pero cuando se creía que la historia nos había dejado inscrita en ese papel que es el tiempo una lección, los gobiernos de la derecha extrema (xenófobos, racistas, homófobos y misóginos) resurgen de sus cenizas como el mítico Ave Fénix. La senadora del partido Centro Democrático, María Fernanda Cabal, quien tiene una investigación en curso por supuestos delitos al sufragante en la última contienda electoral, llamó a esto “sentido común”, haciendo referencia a la escogencia del juez republicano Brett Kavanaugh --acusado de violación-- como magistrado de la Suprema Corte de los Estados Unidos, un cargo que, según la Constitución de ese país, es vitalicio. Pero también por la posibilidad de que el candidato de la ultraderecha brasileña, Jair Bolsonaro, un exmilitar que odia a los negros, detesta a los homosexuales, que manifiesta animadversión por los pobres y defiende abiertamente la tortura en prisioneros, llegue a la presidencia de su país. Que Alemania, la nación que engendró el nazismo y dio muerte a más de 6 millones de judíos le esté abriendo las puertas a un sistema político de ingrata recordación para la historia de la Humanidad, es una pésima señal para el futuro político del continente, pero, sobre todo, para el bienestar, la estabilidad y la paz del planeta. Que el xenófobo y racista de Donald Trump haya alcanzado la presidencia de su país es ya un fuerte golpe para la democracia del mundo, pero que los bávaros, que creyeron en un momento descender de los héroes de la mitología nórdica estén regresando a los momentos más oscuros de su historia, es una muestra de que esta, como afirmó Nietzsche, se repite una y otra vez y que muy poco aprendemos de sus enseñanzas. En Twitter: @joaquinroblesza E-mail: robleszabala@gmail.com