Tuve la esperanza de que el mundo se acabara el pasado viernes porque no quería escribir esta columna, mi columna sobre el personaje del año: tenía tantos candidatos, y era tan difícil la decisión, que prefería que la profecía maya se cumpliera. Soñaba con bolas de fuego que destrozaran el edificio de Colpatria y la pirámide de la Gobernación de Cundinamarca; con torrentes de agua que irrumpieran en la Avenida Boyacá, volcaran camionetas Renault 12 y dejaran los merengones desperdigados por la corriente. Y soñaba también con salvar en un Arca a una pareja que tuviera la misión de repoblar a Colombia, aunque no sabía por cuál definirme: ¿Viviane y Lucio? ¿Gaviria y Ana Milena? ¿Samuel Moreno papá y alias la Nena, que saben cómo criar una descendencia honesta? Había signos del apocalipsis por todas partes: Bogotá se llenó de basuras, en especial en el Congreso; Ricardo Montaner se volvió colombiano. Y Millonarios ganó el torneo: era obvio que Uribe apoyara al equipo de su tierra. Recuerdo la celebración de los jugadores azules, exultantes bajo los cañonazos de confeti. Repentinamente se trepó a la tarima una mujer de sonrisa sobreactuada que a codazo limpio empujó al arquero, desplazó al técnico, consiguió lugar en la primera fila para salir en la foto y le dedicó el título a Juan, a Pedro, a María, a Laura. Nunca pude ver de quién se trataba. Ni siquiera cuando, en medio del caos, un jugador decidió alzar dos copas, la de la liga y la del brasier de la dama en cuestión, en un manoseo solo visto en los articulados del TransMilenio. En fin. Son forcejeos normales, cosas del fútbol. A lo mejor el muchacho solo quería demostrar que, como buen mediocampista, sabe tocarla. Pero, a pesar de los indicios, el mundo no se acabó: ya sabía yo que de eso tan bueno no daban tanto. Y no tuve más remedio que enfrentarme a mi columna sobre el personaje de este difícil 2012 en que sufrimos la pérdida sensible de una porción de mar territorial y la no menos sensible del testículo de Naren Daryanani, que ahora nos cuida desde el cielo, como una berenjena alada. No sabía a quién elegir. Sabía, sí, que tenía que ser conservador, porque este fue el año de los dinosaurios azules. Pero no era fácil decidirse por uno solo: ¿por el senador Espíndola, que equiparó el matrimonio entre sexos iguales con las relaciones zoofílicas, cuando relaciones zoofílicas, en realidad, son las que se dan entre un ser humano y el senador Espíndola? ¿Por el concejal Marco Fidel Ramírez, que busca con sospechosa obsesión homosexuales en la nómina del Distrito? ¿O por el líder natural de todos, monseñor Alejandro Ordóñez? Algunos dirán que el doctor Ordóñez es un fundamentalista religioso que, en el nombre de la fe, es capaz de amarrarse bombas en las calzonarias, secuestrar una avioneta en Guaimaral y estrellarla contra la sede de la revista SoHo. Pero exageran: la verdad es que, este año, el procurador dejó ver un lado mundano muy bonito, muy terrenal, y se dedicó a repartir puestos como hostias. Además, tuvo el gesto generoso de compartir su moral con todos nosotros, y el más noble aún de tratar de imponerla. Y en buen momento lo hizo. Antes de que su luz me iluminara, yo tenía una manera muy mía de vivir la fe, hagan de cuenta como el padre Llano (Dios mediante el padre Llano entre en razón y reconozca la virginidad de María, y María reconozca, de paso, la del padre Llano: Dios mediante no peleen más). Mi caso era dramático: apoyaba el aborto, apoyaba la eutanasia. Incluso era partidario del matrimonio entre curas. Pero Ordóñez me rescató del desmadre moral, y por eso quise honrarlo con el título de ‘hombre del año’. Sin embargo, cuando ya lo había decidido, recordé al senador Gerlein, que también hizo grandes aportes para merecer la distinción, y entré en un conflicto. Conciliador, como soy, opté por no humillar al doctor Ordóñez retirándole el honor, sino nombrar al senador Gerlein en una novedosa variación: nombrándolo como ‘Personaje del ano’. Es un homenaje al hombre de las declaraciones excrementales y la gestión inane; al congresista que se ha subido el pantalón a razón de un centímetro por cada año como senador, con lo cual lleva más de 43 centímetros en una suerte de autoñonguis lento, pero no por eso menos admirable. Del doctor Gerlein se podrá decir lo que sea, menos que no es un gran promotor de nuestra democracia al punto de que, según algunos atrevidos, ha logrado que en la Costa vote todo el mundo: hasta los muertos. Antes de que el actual gobierno regalara casas, muchos líderes costeños, como él, ya lo hacían, aunque por cuotas y en el día de las elecciones: unas tejas, un bulto de cemento. Pero el verdadero mérito de Gerlein es que, luego de sus clases sobre las “vaginas del Congreso”, este año dictó cátedra de catres, en una cruzada fundamental para purificar la sociedad: porque, como hombre del ano, el doctor Gerlein es un hombre recto. Le entregaré la estatuilla en evento con confeti. Y si alguien del público (Juan, Pedro, María) osa esculcar de nuevo a la dama que suele treparse en las tarimas para salir en la foto, lo condenaré a que limpie la basura del Congreso. Toda, menos al doctor Gerlein.