Pueden parecer la misma cosa, pero son todo lo contrario. “Samperizar” es el arte de meter un elefante en casa y no advertir su presencia. También tiene las acepciones de elevar el cinismo a categoría sublime, de traicionar a propios y extraños, de mentir con descaro, de vender a la mamá y el país, si fuese necesario, para lograr fines personales.
“Orejuelizar”, sin embargo, ha adquirido un nuevo significado, opuesto a lo anterior. Se podría afirmar que se trata de un antónimo de “samperizar”, después de conocer la carta que mandaron la pareja de hermanos mafiosos. Ahora significa lealtad, compromiso con el amigo, descaro para lanzarle un salvavidas cargado de mentiras.
Debo admitir que me sorprendieron los capos del cartel de Cali. Por varias razones. Una, la pobreza de sus argumentos y la falta de memoria en Miguel, un prodigio de cerebro capaz de retener cientos de nombres de socios cuando estaba activo en el negocio. Venir a estas alturas a mencionar el caso Dragacol demuestra que ni siquiera consultaron Google como es debido.
El caso de Chambacú no lo conozco más allá de lo que se oye en Cartagena desde hace años. Pero el de Dragacol lo seguí en profundidad y a lo largo de los años, y en el expediente nunca mencionaron el nombre de Andrés Pastrana. El único implicado, que se salvó porque en este país hay apellidos muy poderosos, fue el joven ministro de Transporte de entonces, Mauricio Cárdenas. Tan nada le afectó que luego pasaría siete años en el gabinete de Juan Manuel Santos como una de sus estrellas, en Minas y Hacienda, y ahora pretende encabezar la candidatura presidencial de los conservadores. Fue él quien firmó la polémica conciliación con el dueño de Dragacol, que luego derivaría en una guerra judicial que terminó con ese señor en prisión.
En aquel expediente, además del ministro Cárdenas, que salió indemne y solo procesaron a sus subalternos, aparecieron los entonces poderosos políticos antioqueños Valencia Cossio. Íntimos de Bray, uno de ellos hacía los contactos políticos y ayudó a firmar el acuerdo para que le pagaran la indemnización. Al inicio, Bray la fijó en 140.000 millones por lucro cesante y otros incumplimientos. La exorbitante cifra, exagerada para los perjuicios que reclamaba, quedaría en 13.000.
Sigo pensando, como publiqué en su día, que fue injusto cargar las tintas contra Bray y dejar fresco al ministro. O ambos cometieron un delito o no existió nada irregular. Pero el único que pagó cárcel fue el propietario de la empresa.
Venir ahora a reclamar a Pastrana por ese escándalo demuestra que los Rodríguez Orejuela redactaron la misiva a las carreras con el único fin de hundir al expresidente conservador y echar un cable al mandatario liberal que llevaron a la presidencia con sus dineros manchados de sangre.
Si tanto les molestó la publicación de la carta, ¿por qué no lo dijeron cuando apareció en el libro de Pastrana, años atrás?
Lo que también refleja es el enorme poder que conserva Ernesto Samper. Cuenta con un fuerte combo mediático que lo respalda cuando es necesario y, también, con Mónica de Greiff y otros samperistas en puestos relevantes, dispuestos a apoyarlo en lo que requiera. Ni hablar de la empatía (palabra de moda) que despertó en la Comisión de la Verdad cuando fue a echar su cuento falaz.
No solo el padre De Roux no le reclamó nada, como hizo con Uribe, sino que alabó su gran capacidad para contar una historia repleta de falsedades sobre el asesinato de Álvaro Gómez. Incluso el sacerdote escribió un artículo para contestar mi crítica por la positiva aceptación que tuvo la intervención de Samper entre los comisionados. Alegaba que yo me equivoqué al creer que “cuando uno entiende lo que otra persona dice y encuentra lógico e inteligente lo que dice, uno está afirmando que esa persona está diciendo la verdad; y eso es un error epistemológico (…) Cuando las versiones son inteligentes y lógicas, se nos hace fácil entenderlas, como ocurrió con Samper”. Vea, pues.
Volviendo a la carta de los Rodríguez Orejuela, los años de prisión en USA les borraron episodios que son fáciles de comprobar. Uno lo recordó esta semana Nicolás Gómez Arenas: “Serpa se desplazó a San Andrés, el 15 de junio de 1994, a bordo de un avión de Jesús Amado Sarria (esposo de la Monita Retrechera). Viajaba con el propósito de llevar los dineros en efectivo de los narcos para la segunda vuelta. Las famosas ‘cajas de zapatos’. El problema de Serpa y Samper es que los Rodríguez no son los únicos narcos”.
Una vez más les voy a recomendar el libro Rehenes de la mafia, que explica todo muy clarito. Lástima que no lo vuelvan a editar para mandárselo a los R. O. y refrescarles la memoria. Son tantas las pruebas de la relación del samperismo con la mafia y la manera corrupta de absolverlo en las Cámaras, que una carta superficial, carente de rigor, no puede sepultar el aluvión de pruebas que forman parte de la trágica historia del narcotráfico en Colombia. Los Rodríguez sabrán qué favor están pagando, por qué decidieron “orejuelizar” el pasado.