Nunca entendí el homenaje de varios días que el país rindió a Diomedes Díaz tras su fallecimiento. Fue un compositor y cantante vallenato único, extraordinario. Pero un funesto símbolo del machismo más rastrero, más deplorable, el que necesitamos erradicar de Colombia si no queremos seguir liderando los listados de maltrato y asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros.
Diomedes tuvo 30 hijos reconocidos, lo que supone que numerosas féminas aceptaron pertenecer a una especie de harem, no les importaba que las engañara con varias al mismo tiempo. Como la jovencita que mataron en una de sus fiestas y botaron su cadáver en una cuneta.
Lo digo con todo respeto a las señoras de Diomedes y que me perdonen si las ofendo. Pero más de una estará de acuerdo con que algo radical, serio, contundente debe hacer un país donde 44.771 mujeres denunciaron malos tratos en 2022 y 614 fueron asesinadas ese mismo año por sus compañeros (datos de Medicina Legal y Procuraduría General).
Este año iban 133 muertas hasta marzo. Y habría que añadir a Érika, Merly Andrea y Gloria del Carmen, que mataron el Día de la Madre.
En absoluto afirmo que Diomedes pegara o asesinara a sus compañeras. Solo que es un pésimo ejemplo de vida y debería tener sanción social. Es necesario remover conciencias y cambiar culturas en una sociedad demasiado permisiva con el machismo, origen de la violencia contra las mujeres.
Ya no es cuestión de más leyes y largas condenas, ya existen casi todas las que se requerían. Lo que falta es dar un vuelco a la mentalidad de hombres y féminas, en especial en estratos bajos y determinadas regiones.
La próxima semana, el Gobierno celebrará un consejo de seguridad en Medellín para abordar la problemática y podría empezar por un cambio que varíe por completo el modelo de subsidios a señoras cabezas de hogar.
En lugar de ayudarlas, deberían destinar los fondos de Familias en Acción a financiar a las solteras sin hijos que quieran estudiar, con la condición de no quedar embarazadas ni “se consigan marido” mientras cuenten con las herramientas necesarias para ser independientes. Que jamás permitan que nadie les diga que “están quedadas”, como tantas veces he oído en la Colombia más pobre, porque cumplen años (a veces solo 16 o 17) y no son madres ni tienen marido.
Que el país empiece a ver que se penalizan los embarazos de niñas y adolescentes, que agarrar a un tipo no es ningún triunfo, sino un freno a su futuro y que les va mejor a quienes construyen una vida propia, conscientes de que no necesitan un macho pegado para salir adelante. En suma, que es una pésima idea ser madre antes de los 21.
De pronto las jovencitas no son conscientes del machismo y el peligro que encierra una frase tan común como “Se consiguió marido”. Supone celebrar que por fin cruzaron la primera meta. La siguiente será darle un hijo. Para luego separarse y lanzarse a por otro macho y otro niño. Seguirá con un tercer marido al que regalará un tercer hijo. Si le sonríe la fortuna, no le propinan palizas cuando se emborrachan. Y si les “dan mala vida”, casi siempre soportarán los golpes y será la encargada de sacar adelante a sus hijos cuando el hombre la abandone.
Lo triste y frustrante para muchas mujeres es que en caso de ser ellas las que rompen la relación, en lugar de liberarse, se ponen una lápida encima. Un maltratador será siempre un asesino en potencia y no existe la capacidad institucional para frenarlos, como dejó en evidencia el crimen de Érika.
Habría hecho mejor la alcaldesa Claudia López en cerrar la boca y no alardear de un inútil protocolo. Incomprensible que alabara a las autoridades locales por seguir un camino que solo condujo a que Érika perdiera el tiempo con citas y papeleos inútiles, antes de que le pegaran dos balazos en la cabeza. Y para sacarnos la piedra al resto.
No hay derecho que el escudo que ofrezca una Secretaría de Familia consista en unas advertencias al asesino, que son como regaños a niños de kínder: cuidado y vaya a acercarse a ella en su casa o trabajo; no vuelva a ser malo y no instrumentalice a su hijo.
Como es natural, al tal Christian le sonaron a música celestial y siguió adelante con su plan. Le pegó los tiros que pensaba que Érika merecía. Porque un maltratador vive convencido de que mata y muere para hacer justicia.
Tampoco entendí que alguien reprochara a Érika no aceptar internarse en una casa refugio. Es el mundo al revés: la víctima, aislada, encerrada, y la bestia, suelta, fresco, reiterando sus amenazas de muerte.
Cabría sugerir que la solución sería meter preso al amenazador reincidente. Pero solo sería efectivo si fuese por varios años, porque nunca cejan en su empeño de acabar con la mujer que los abandona. Y no hay leyes que lo permitan ni suficientes cupos carcelarios para tantos maltratadores.
Cambiar la cultura desde la cuna sería la salida. Pero los gobiernos son de cuatro años y nunca hay ni voluntad real ni un pacto de Estado para poner en marcha alguna vía imaginativa, de medio y largo plazo, que modifique el cerebro de los maltratadores.