La senadora fallecida el 20 de enero fue “una batalladora incansable por los derechos de las clases menos favorecidas”, escribe un columnista de El Espectador. En Caracas a Piedad Córdoba nunca la vieron con colombianos pobres sin experiencia en exportaciones ficticias. ¿Álex Saab, que con dinero del pueblo venezolano compró 5 jets privados y las modelos de París que pasaban la noche con él por 5.000 dólares, pertenece a esas clases menos favorecidas?
Los áulicos de la senadora ya se convirtieron en postuladores dentro de la causa de beatificación, con majaderías como estas: fue mi amiga; era de izquierda y yo soy de izquierda; es histórica para la política de este país; la persecución de Alejandro Ordóñez la radicalizó hacia la dictadura venezolana; tengo anécdotas hermosas con ella; sensible a la vida. Solo les falta argumentar que no hay muerto malo ni novia fea. Son periodistas que posan de independientes y ahora se dedican a la alabanza ciega de una política. Luego dictan conferencias y aseguran que la función de la prensa es fiscalizar a los políticos.
Piedad Córdoba no fue Marie Curie, sino una política y, por ende, su conducta debe ser sometida a escrutinio público. Ser mujer y ser negra no la exime del artículo 133 de la Constitución: “Los miembros de cuerpos colegiados de elección directa representan al pueblo, y deberán actuar consultando la justicia y el bien común”. En los últimos 15 años, ella se puso al servicio de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, que no son parte del pueblo colombiano ni representan la justicia o el bien común. Piedad Córdoba se pasó la Constitución por la faja y por el turbante.
La senadora no demandó a Gerardo Reyes por estas afirmaciones de su libro sobre Álex Saab: “Saab contó siempre con Córdoba... Ella fue la madrina de confirmación de Saab en la revolución bolivariana... [Córdoba] intercedió por Saab ante Cadivi... Viajó con el empresario a Cuba para convencerlo de que financiara la restauración del casco antiguo de La Habana... Desde finales del 2007, Piedad Córdoba tenía asignadas en el Hotel Gran Meliá de Caracas tres habitaciones pagadas por el gobierno de Venezuela: la 7132, 7134 y 7135, todas bajo el nombre ficticio de Julio Montiel”.
La traición de la senadora es similar a la traición cometida por las parlamentarias y los parlamentarios que se pusieron al servicio del paramilitarismo. Es también similar a la traición de bandidos de la política como Alberto Santofimio y Mario Castaño. La Constitución prohíbe a los congresistas, aun a las mujeres negras: “Gestionar, en nombre propio o ajeno, asuntos ante las entidades públicas o ante las personas que administren tributos, ser apoderados ante las mismas, celebrar con ellas, por sí o por interpuesta persona, contrato alguno”. ¿Qué le hizo pensar a Piedad Córdoba que sí podía realizar gestiones ante entidades públicas venezolanas a favor de malhechores como Álex Saab? Su inmoralidad. La misma inmoralidad que la llevó a violar la Constitución en su artículo 129 al aceptar recompensas en especie del gobierno venezolano: “Los servidores públicos no podrán aceptar cargos, honores o recompensas de gobiernos extranjeros”. ¿Por qué, en lugar de recibir el soborno hotelero, no viajó a Caracas a declararse en huelga de hambre frente al Palacio de Miraflores por la negación de las libertades políticas? Piedad Córdoba no habría sido nadie sin la democracia electoral colombiana. En lugar de pedir los mismos derechos en las urnas para sus homólogos de Venezuela, se puso de parte de los tiranos que se los negaron a todos los venezolanos, a los elegidos y a los electores. Ella no se vendió por un plato de lentejas, sino por tres suites en un Meliá. Lo que haya hecho por la liberación de secuestrados, por los negros y por las mujeres sucumbió ante su propia inmoralidad.
Afirmar que Piedad Córdoba se radicalizó y se vendió a Venezuela por la persecución del procurador Alejandro Ordóñez es una solemne estupidez. Ordóñez es uno de los godos inicuos de la historia de Colombia, superado solo por Luis Ignacio Andrade, ese sujeto tiznado de infamia que prohijó la matanza de liberales siendo ministro de gobierno de Ospina Pérez. Al enviudar, Andrade entró a un convento claretiano como fray Anselmo de Santa Quiteria. Lo mismo hizo hace poco Ordóñez al enviudar: ingresó a un convento. Pero la persecución de un inquisidor no excusa la aborrecible degradación de la víctima.
“No damos a las buenas y a las malas acciones unos mismos nombres”, escribió Fidel Cano en el primer número de El Espectador en 1887.