Pasada la resaca del triunfo, Juan Manuel Santos deberá ponerse en la tarea de rectificar, tal como lo anunció en su victorioso discurso del domingo. A mi alrededor hay quienes auguran que no lo hará y que, por el contrario, traicionará al electorado de raigambre democrática que votó por él. Posiblemente. Pero mientras eso ocurre, aquí van unas reflexiones sobre lo que un presidente a quien le ha costado tanto la reelección debería hacer más temprano que tarde.Cambiar el estilo Anapoima. Por más que Santos esgrima las cifras de descenso de la pobreza, que sus programas sociales tengan un diseño institucional interesante y que las 100.000 casas sean un hit, el tono de su gobierno es de un elitismo bastante desagradable. Santos da la impresión de gobernar desde una burbuja de la alcurnia bogotana, sin contacto con la gente de a pie, lejos del país de regiones que lo eligió. Prueba de ello es que después de cuatro años, hay gente que ni sabe cómo se llama el primer mandatario. Que doña Mercedes Plata, la abuela de Villavicencio, lo catapultara como JuanPa puede resultar folclórico, pero también revelador de la distancia “comunicativa” que tiene su gobierno con los más pobres.Construir un ejército, pero para la paz. Si bien es entendible que las conversaciones de La Habana se mantengan bajo reserva, a estas alturas Santos tendrá que reconocer que la estrategia del silencio y el mensaje de “confíe en nosotros, que después le contamos a qué llegamos” se reventó. Si algo deja de bueno esta campaña tan polarizada y llena de falacias es que se creó un frente amplio por la paz. Se hizo la pedagogía que no se había hecho en dos años.  Me temo que Santos entendió que tiene que abrirle las puertas a la sociedad civil para convertir el fin de la guerra en un propósito nacional, y no sólo en un asunto de Estado. Ese movimiento por la paz tendrá que asumir tareas, y la más importante será construir un verdadero ejército ciudadano para la reconciliación. Porque la campaña de la refrendación de los acuerdos tendrá tantos obstáculos o más que las que tuvo su reelección.Traicionar, ahora sí, a su clase. Santos no sólo no traicionó a su clase en su primer gobierno, sino que más bien su clase lo traicionó a él. Gran parte de las clases altas votaron por el uribismo, mientras el triunfo de Santos se basó en una alianza puntual con sectores de izquierda e independientes. Estas corrientes progresistas seguirán en la oposición si el Gobierno sigue en la línea de estos cuatro años, y habrá que darles la razón. Pero si Santos opta por una senda verdaderamente reformista, que conduzca a profundizar la democracia y a modernizar el país, a lo mejor puede armar una coalición de centro-izquierda, inédita en Colombia. Es cierto que Santos también queda en deuda con la clase política que aceitó su maquinaria. Pero no puede caer en la trampa de gobernar con y para ellos, derrochando esta segunda oportunidad que le da la historia. Recuperar su liderazgo en las Fuerzas Militares. Santos estuvo, al parecer, bastante desinformado sobre las turbias mareas que se han movido en las Fuerzas Militares en estos años. Negó la existencia de Andrómeda y ha sido errático en los mensajes que da sobre el futuro de la institución castrense. Un día ofrecía fuero ampliado y al otro día, justicia transicional. Es entendible que el Gobierno no discuta su doctrina militar con las guerrillas en La Habana, pero no es sensato seguir diciendo que no pasará nada con el pesado aparato de guerra que carga el país. El domingo Santos anunció que modernizaría y fortalecería las Fuerzas Armadas y de Policía. Tendrá un gran reto porque si algo demostraron estas elecciones es que los militares todavía tienen la cabeza en la guerra fría de los años 70 y que hay que darles aliento a las visiones menos cavernícolas dentro de la institución, que se encuentran apabulladas. El cuento de que la lealtad de los militares se gana con prebendas judiciales y económicas se rompió en mil pedazos. Tender puentes, pero aislar a los fanáticos. Para que haya verdadera paz y reconciliación, Santos tiene que convencer a buena parte de ese 45 % que votó por Zuluaga de las bondades de la salida política y de que su proceso con las guerrillas va por el camino correcto. Ese trabajo de persuasión implica tender puentes con Marta Lucía Ramírez, con Óscar Iván Zuluaga y con otros líderes que han sido críticos. Construir acuerdos en torno a la paz sin caer en el unanimismo. Acuerdos sobre lo fundamental, pero alentando y alimentando las diferencias. No obstante, hay un sector del uribismo que sencillamente es caso perdido. Aquellos que se nutren de la guerra, que son una fuerza reaccionaria y que el curso de los acontecimientos reducirá a sus justas proporciones. Por eso plantear una reconciliación con Uribe puede ser necesario, pero no a costa de los contenidos de la paz.