Es un culebrón que hiede a podredumbre palaciega. No crea Petro que pueda dar por zanjado el asunto con varias frases, en medio de un discurso, anunciando el cese de Sarabia y Benedetti como si tal cosa, y dejando que sea la justicia la que se ocupe del asunto.

Por si no se ha enterado, su credibilidad está en horas bajas. Solo tiene garantizado el entusiasta e incondicional apoyo del orfeón de la extrema izquierda que cantará, a todo pulmón, que el presidente es pulcritud hecha carne. Que lo sucedido con su mano derecha en Casa Nariño nada tiene que ver con él y su política del todo vale.

Que a su hijo mayor, envuelto en una presunta cadena de corrupción, no lo crio. Que consideran limpio y nada politiquero regalar cargos al círculo íntimo de la primera dama, incluidos un trío de españoles con turbulentas responsabilidades. Que desconocía los viajes de Benedetti en avión privado a Caracas y sus innumerables trapicheos. Y que Laura actuó por su cuenta y riesgo, de espaldas a Palacio.

Lo de Clara López lo calificarán de infortunado desliz. No criticarán que ninguneó a “una sirvienta” ni el silencio cómplice de la vicepresidenta de los nadie, tan dada a victimizarse por sus meses de empleada de servicio. Si María Fernanda Cabal pronunciara esa palabra con el tono despectivo de la senadora del Pacto Histórico, tendría que exiliarse.

También ignorarán el trino de Petro dando a entender que el escándalo que destapó SEMANA era un invento para fustigarlo: “¿El objetivo es destruir personas porque están a mi lado?”, escribió en Twitter, dirigiéndose a Vicky Dávila.

La obvia respuesta: se autodestruyen con sus abusos y trampas.

La vorágine de esta semana también dejó flotando en el aire una inquietante pregunta de los amigos del Gobierno: ¿qué secretos inconfesables conoce el exembajador de la vida privada del presidente, de sus largas y misteriosas ausencias, y de la financiación de su campaña presidencial para que Benedetti saliera a hablar duro y seguro?

Tan convencidos están de que el exsenador puede transformarse en explosiva garganta profunda que anticiparon que Petro no lo sacaría con cajas destempladas. Tampoco a Sarabia, que trabajó siete años con el exsenador y lleva más de uno pegada al jefe de Estado. Una cosa es que la joven se haya atragantado de poder y lo haya usado como le enseñaron sus dos maestros. Y, otra, que pueda ser otra bomba que conviene tener contenta.

Aunque ella sea responsable de sus actos y la detestaran la extrema izquierda y muchos funcionarios de la Casa de las Dagas Voladoras, Petro tiene su cuota de culpa. A pesar de su juventud e inexperiencia, de su falta de mundo, de no proceder de las entrañas del Pacto Histórico y deber el puesto al exsantista Benedetti, quizá el exsenador que más desprecian después de Cabal, le dio demasiadas alas, la dejó acaparar un poder excesivo. Y se abrasó.

De todas las irregularidades, la tapa fue el falso documento para inventar que Marelbys Meza y su compañera eran criminales. Y aunque no sea comparable ni delincuencial, también supone un abuso la exhaustiva requisa al equipaje de la familia de la niñera en la estación de buses. La manera en que los policías sacan y esculcan todos los paquetes y prendas, además de humillante para las afectadas, muestra que necesitaban dar con algo que las comprometiera.

Otra prueba de la turbiedad del caso son las distintas cifras de la cantidad robada y su procedencia. Pero estoy convencida de que nadie arma semejante boroló por 7.000 dólares de unos viáticos ni por 150 millones, producto, insinuaron, de comisiones corruptas del clan Torres. Para un bandido de altos vuelos, sería plata de bolsillo que recuperaría en el siguiente negocio.

Si fuese cierto que Sarabia se corrompió, dados los antecedentes del exembajador, según la justicia que lo investiga ¿él no comió? Y si comía ¿por qué rompió los platos? ¿Qué hicieron los Torres en la campaña Petro presidente? ¿Qué ganó Benedetti con sus revelaciones? ¿Venganza por no nombrarlo ministro ni embajador en el Reino Unido? ¿Por qué Laura no actuó como una lacaya?

Solo estamos a la mitad del House of Cards criollo. Pero lo que no descubra el actual Fiscal General quedará en el limbo. Tiene ocho meses para desenmarañar la madeja tanto de la financiación irregular de Nicolás Petro como del culebrón de Palacio.

Sin descuidar la grave denuncia, en modo de un preciso derecho de petición, del senador David Luna sobre presuntas y graves irregularidades de la Dirección de Inteligencia que ahora dirige un ex-M-19. Cuando nombraron a Manuel Alberto Casanova al frente de una entidad que entrega informes a la Presidencia, expertos dudaron de la idoneidad de una persona cuya única experiencia, según otros exsubversivos, fue espiar en Bogotá a distintos objetivos cuando era guerrillero. Señal de que a Petro no parecía interesarle fortalecer la entidad, sino que fuera de bolsillo. ¿Con qué propósito?