Las noticias no lo dejaron pasar desapercibido: el gobierno Petro aprobó para el 2024 el presupuesto más alto de la historia, de más de 500 billones de pesos, incluyendo gasto e inversión. Los políticos lo celebraron como un gran triunfo de los partidos de gobierno, dado que con ese presupuesto se lograría el cambio que habían prometido en su programa de gobierno.
Resulta que las cosas no son tan fáciles y que el dinero que gasta el gobierno no crece en los árboles, sino que lo ponen los colombianos, que cada vez están más agobiados por la carga tributaria. Para llegar a los 500 billones de pesos, el senado y la cámara, cuyos presidentes del partido verde y el partido de la U son acusados con evidencias sólidas de haber recibido mordidas de parte del gobierno, aprobaron una reforma tributaria arisca que hasta grava alimentos básicos. Para llegar a los 500 billones de pesos, el gobierno Petro también casi que duplicó el precio de la gasolina.
Otro impuesto escondido del gobierno a su pueblo es la inflación, que hace que el costo de vida suba permanentemente para el pueblo, limitando su capacidad de compra. El economista Steve Hanke, de la reconocida Universidad de Johns Hopkins, afirma que a diferencia de lo que anuncia el Dane, la inflación en Colombia está alrededor del 40% y no del 7%. Esta diferencia se justifica por variaciones en la metodología, la cual incluye una canasta de bienes más amplia que la canasta familiar en la teoría del estadounidense.
Ahora, no muy sorprendentemente, resulta que el recaudo de impuestos está siendo muy inferior al del presupuesto aprobado, sobre todo en el rubro del impuesto de renta. Pareciera que el gobierno del cambio hubiese apretado tanto el cuello de los contribuyentes que mató la gallina de los huevos de oro. Las empresas y los individuos, más del 50% de ellos trabajadores en la informalidad, o no están teniendo utilidades o no tienen caja para pagar, siendo lo primero lo más probable.
A eso que el presidente Petro le llama estamos aprendiendo, en realidad le cabe más de un color y una lección. Primero, los principios de economía funcionan y no se puede improvisar con remedios y estrategias de tegua. El gobierno no ha creado confianza y han caído tanto la inversión como el ahorro, lo cual hacía más que previsible que cayeran las utilidades y el recaudo de los contribuyentes. Lo segundo es que como gobernante no se puede improvisar y hay que elegir presidentes con rigor, que entiendan el concepto de causa consecuencia y a quienes le importe el bienestar de su pueblo.
Hoy Colombia, gracias al gobierno Petro y los congresistas presuntamente comprados, está en una situación fiscal supremamente difícil. El faltante presupuestal, que según analistas es de 60 billones de pesos, solo ha provocado anuncios de medidas de disminución de gasto de 20 billones por parte del ministerio de Hacienda. Por otro lado, la reforma a la salud de facto y la reforma a las pensiones, que está a punto de aprobarse, le costarán al país decenas de billones de pesos anuales adicionales, que no están presupuestadas ni fondeadas.
Lo preocupante dentro de todo esto es que el gobierno Petro parece aplicar la misma estrategia que aplicó en la ETB durante su alcaldía. En esa ocasión aumentó lo más posible los fondos disponibles por medio de la venta de su participación en TIGO y el endeudamiento que le aprobó el concejo de 700 mil millones para desplegar su red de fibra en Bogotá. Resultado, no se cumplió el caso de negocio, pero sí se pudo incrementar significativamente la contratación con intenciones que quedan por imaginar.
El Pacto Histórico al llegar a la presidencia ha armado una gran fiesta en la que circula el whiskey y el caviar a borbotones y no es raro que el billete se haya acabado hacia las nueve de la noche: más con las botellas que se han embolsillado algunos de sus exponentes. Ahora tocará a punta de agua y como siempre, quien pagará será el ciudadano de a pie. La moraleja de esta historia es que independiente de los discursos y las historias de las estrellas que titilan, los candidatos a presidente requieren ciertas habilidades y conocimiento para ejercer sus funciones sin quemar las cortinas. El de hoy claramente no las tiene.