El gobierno quiere matar el tigre, pero se está asustando con el cuero. Mató el tigre cuando nos metió a los colombianos en el cuento de que hay que reformar la salud. Vamos a completar seis meses esperando una reforma aún inexistente. Pero la factura del rechazo social empieza a sentirse.
No dejo de hacerme la misma pregunta que muchos en el sector. ¿La dilación para entregarnos el articulado es una estrategia de lucha apostándole al agotamiento, para lograr una pronta rendición de los actores del sistema? ¿O es que todavía no han logrado terminar el bendito articulado?
Ni idea, pero yo apostaría a que hay un poco de ambas cosas. Escuchamos a la Federación Médica Colombiana -de donde llegó la ministra- decir públicamente que este proyecto viene trabajándose desde hace ocho años. Pero el propio ministerio hace más de tres meses renegó de la propuesta que se puso a circular como fruto de ese proceso, cuando sintió el rechazo a tanta idea estrafalaria. Algunos pensarán: Nos están generando incertidumbre, otros argumentarán que es una estrategia para llegar al borde de la legislatura y dar el menor tiempo de reflexión a los colombianos.
Si la segunda estrategia es cierta creo que se les puede devolver. Se le está notando la cola al lobo debajo de la capa de caperucita roja y han tenido que recurrir a defensores de oficio provenientes de una “sociedad civil” ajena a los pacientes. La búsqueda de la calle como mecanismo para empujarla a la brava puede ser una demostración de fuerza a los estamentos institucionales del sistema, pero demuestra la debilidad técnica del proyecto. También se podría leer como una estrategia para forzar el cierre de las inmensas grietas, en el apoyo, que se revelaron con fuerza dentro del propio gobierno.
No me quiero imaginar el calvario que están pasando quienes están redactando el articulado. Una cosa es sentar a un grupo de activistas a imaginarse una contrarreforma y otra muy diferente es tomar esas ideas, siempre extremas y emocionales cuando no ideologizadas, y transformarlas en un proyecto de Ley donde debe haber una exposición de motivos fundamentada, respeto por los preceptos constitucionales, armonización normativa y coherencia interna entre los artículos. Y no se trata de cualquier reforma, es la de mayor impacto social y probablemente la única que cubre a la totalidad de los colombianos.
Es grave que lo filtrado y presentado en foros siempre cerrados y con audiencia cuidadosamente seleccionada –sí, se trata de la izquierda fundamentalista- revela una reforma masiva y radical, sin ninguna visión de construir sobre lo construido. Poca atención a los efectos sociales de mediano y largo plazo. Estos políticamente pueden ser tan graves, que un escenario de crisis masiva del sistema de salud, puede llevarse los grandes avances políticos del Pacto Histórico. Entre esa bancada ya se ejerció la disciplina de perros. Pero deberían meditar los demás congresistas de la coalición de gobierno. Se avizora una pérdida de generalizada en el bienestar social, si pasa incólume la despistada reforma. Los votantes tomarán nota.
Lo grave para el país es que la factura la pagarán los más pobres. No ha existido en Colombia una reforma social con mayores logros en equidad que la Ley 100 de 1993. Ha sido tan progresiva que no solo posibilitó el acceso a la salud de ese 80 % de colombianos, que antes de 1993 no tenían seguridad social, sino que hizo la mayor contribución a la reducción de la pobreza multidimensional, gracias al crecimiento de la protección financiera de las familias más pobres. La reducción sustancial de su gasto de bolsillo en salud que les ha permitido ampliar su consumo en otros rubros como educación, acceso a tecnología, vivienda.
Lo trágico es que Colombia ya pasó por un sistema público de prestación de servicios, como el propuesto y a donde tozudamente nos quieren regresar. Los colombianos de clase media, ya castigados por la tributaria, acudirán al costoso, pero en ese caso indispensable aseguramiento privado de la medicina prepaga. Y los pobres a hacer cola para implorar que les den una ficha para lograr la atención en un hospital público, sin garantía de referencia a los hospitales privados que hoy los atienden. Esto gracias a la restricción presupuestal y la burocratización que se apoderará de la frondosa y costosa estructura pública que se pretende montar en los niveles básicos de atención; convenientemente disfrazados de una atención primaria “predictiva”.
Pero se trata de vivir sabroso.