Todo comenzó con un mal chiste, cuando el fulano que iba a mi lado en un vuelo internacional comenzó a vociferar en su particular acento paisa que el avión se estaba moviendo tan fuerte, no por culpa de la turbulencia, sino porque lo iba manejando una mujer. Para mi sorpresa, la gente a mi alrededor, incluidas las hijas y esposa del troglodita, soltó la carcajada mientras yo contenía el insulto que decidí no verbalizar. Me consumía la rabia de pensar que más de cincuenta años de inserción de la mujer en el mundo laboral en Colombia se desvanecían en apenas un minuto de ignorancia colectiva. La reflexión maduró en una exhibición de Audrey Niffenegger en el National Museum of the Woman in the Arts, en Washington, cuando observaba un autorretrato de la artista con una jaula sobre su cabeza. De la imagen inferí que se trataba de esa lucha inevitable del desarrollo del pensamiento intelectual contra lo que está establecido tradicionalmente para las mujeres. Y es que ese mundo tan liberal que se profesa hoy por hoy, en el que se celebra la inteligencia y desarrollo de las féminas en actividades diferentes a las del hogar, se ve constantemente encerrado por una jaula social, que regula, controla y recrimina a quienes osan ser diferentes. La sutileza con la que se incurre en las prácticas discriminatorias contra la mujer son casi imperceptibles. Las generalizaciones hacen creer que se trata de un asunto pasado de moda, muy propio de las señoras rancias y desocupadas que se la pasan peleando por nimiedades, cuando en realidad, hoy en día ellas están en condiciones tan similares, que hasta pagan la cuenta y no esperan tener un marido que las mantenga. Sin embargo, en la vida cotidiana, las mujeres terminamos dando batallas que no deberíamos, como por ejemplo, justificar ante la sociedad por qué queremos hacer un doctorado si tenemos más de 30 años, en lugar de pensar cuándo vamos a tener hijos. O si los tenemos, cómo es posible estar pensando en seguir estudiando en lugar de ocuparnos de la familia. Las perspicacias sexistas no perdonan estrato ni educación, pero ocurren de forma más cruel en las personas de bajos ingresos. Sucede que si en una familia con dificultades económicas se tiene que decidir a quién se manda a la escuela o a la universidad, generalmente se escoge a los hijos varones, ya que las niñas pueden permanecer en casa cuidando a los niños menores y ejerciendo las funciones del hogar, o pueden ocuparse más fácil como empleadas del servicio. Esta es la razón por la que al revisar los datos de la encuesta LAPOP 2012 (Latinoamerican Public Opinion Project) las mujeres en Colombia aparecen con iguales oportunidades de educación que los hombres durante la básica y la secundaria, pero la brecha se acrecienta de manera significativa favoreciendo al sexo masculino cuando se llega a la universidad. La idea pronunciada por Rousseau en 1762 en la que decía que las mujeres solo debían ser preparadas para el hogar y para ser esposas, sigue vigente hoy en día. Claro, tenemos licencia para ser más educadas, pero resulta imperdonable en términos sociales no estar preparadas para el hogar o para la maternidad, ni mucho menos “para no agradar y no ser sometida”.La responsabilidad no es solo de los machos que hacen chistes malos sobre las mujeres y celebran las brutalidades que dicen aquellas que deciden quitarse la ropa para llamar su atención (y lo logran); ni de esos que se sorprenden de que haya mujeres bonitas que son brillantes intelectualmente (parece imposible la correlación); ni de esos ingenuos que se emparejaron con una mujer inteligente porque les pareció muy “pro”, pero que hoy en día se lamentan de su elección y no saben como cerrarle la boca para que más bien se ocupe de la casa y sirva el desayuno.La responsabilidad es nuestra por reproducir los estereotipos y celebrarlos, por transar los sueños para darles gusto a los hombres y a la sociedad, por seguir la ruta facilista de mostrar las tetas en lugar del carácter y por supuesto, ¡por godas! Porque la encuesta LAPOP, también revela que las mujeres colombianas son menos progresistas que los hombres. Pareciese que nos resultara cómoda la condición de inferioridad porque nos ahorra muchas batallas contra los demás, pero especialmente, contra nosotras mismas, porque si nos rebelamos contra lo que está establecido tenemos que reinventarnos y eso cuesta.A los hombres que leen este artículo les puede parecer exagerado, porque seguro aman a las mujeres inteligentes y no están buscando el reemplazo de sus madres, pero ellos no son una muestra representativa de la población colombiana, son excepcionales y es una lástima que no haya más. A las mujeres como yo, que luchamos por repensarnos para quitarnos la jaula en la cabeza de nuestro autorretrato, les deseo mucha fuerza, porque aún hay muchas batallas por librar. Y al tarado del chiste avión, le dejo su $%&/()=?¿ y le recuerdo que en Colombia hay más de 30 mujeres piloto muy competentes en aerolíneas comerciales y por suerte el número sigue creciendo.* Docente – Investigadora Centro de Investigación en Comunicación Política (CICP)Facultad de Comunicación Social – Periodismo Universidad Externado de ColombiaEn Twitter: @morozcoamargaraorozco@yahoo.es