El número de personas contagiadas por el virus que tiene en jaque a la mayoría de países en el mundo crece exponencialmente. La situación es tan grave que los contagiados se duplican cada 3 o 4 días. Eso querría decir que si en el primer día del mes tuviéramos, por ejemplo, 1.000 infectados y no se tomara ninguna medida, a fin de mes tendríamos más de un millón de personas contagiadas y, tres días después, el doble. Muchos de ellos requerirían hospitalización, lo que es inmanejable aún para los mejores sistemas de salud del mundo. A lo largo de la historia las pestes han diezmado la población y los hombres del siglo XXI que por arrogancia creíamos que ya habíamos superado esas tragedias, estamos viendo que en la guerra contra las bacterias y los virus, por ahora, son ellos quienes tienen más opciones de ganar a largo plazo.  La principal estrategia que han utilizado los países para hacer frente a la pandemia, ha sido denominada por los científicos “aplanar la curva”. La idea es sencilla: como el virus es tan fácil de transmitir no es posible impedir los contagios. Por eso lo que se ha intentado es volver más lento el proceso, de manera que en ningún momento lleguen al tiempo miles de contagiados a los hospitales y se evite la sobresaturación del sistema. Para lograrlo hay una regla de oro: evitar, mediante todas las estrategias posibles, el contacto personal directo. Como el 80% de las personas que padecen la enfermedad son asintomáticas, ha sido más difícil que los contagiados se queden voluntariamente en casa. Sin duda, hay diversas condiciones para “aplanar la curva”. Por extensión, resaltaré sólo seis.  La primera, es contar con un sistema de salud robusto, con médicos, enfermeras, hospitales, camas, tecnología y respiradores suficientes. Italia cumple esta condición. De hecho, su sistema es considerado el segundo mejor del mundo. Sin embargo, no aguantó la presión debido al número de contagiados y, hasta la fecha, es el país con el mayor número de personas fallecidas. Estados Unidos, que ya se convirtió en el epicentro de la pandemia por la irresponsabilidad que ha mostrado su gobierno al privilegiar la economía frente a la vida, va camino a mostrar que tampoco podrá contar con un sistema de salud que le permita soportar un número de infectados tan alto. Hacen falta, por tanto, otras condiciones complementarias, como el distanciamiento social o la masiva aplicación de pruebas. En esta primera condición tenemos clara desventaja frente al mundo. Como dice la OMS, hay que hacer pruebas y más pruebas, ya que “no se puede combatir un incendio con los ojos cerrados”. El esfuerzo que están haciendo las universidades públicas y privadas para ampliar el número de pruebas es importante, pero insuficiente. La segunda tiene que ver con las personas que viven del día a día, en situación de pobreza y vulnerabilidad. En Bogotá se estima que hay 500.000 familias así. La alcaldía inició una transferencia de $423.000 para apoyarlos durante los primeros 23 días de la cuarentena. Si estas familias no aseguran la comida durante la cuarentena, saldrán a buscarla. Todos haríamos lo mismo. Bogotá va camino de solucionar el problema más crítico. Por el contrario, en el país la situación es más compleja porque la población por atender serían unos 22,8 millones de personas y el gobierno ha ofrecido apoyo tan solo para 14 millones que están vinculadas a los programas Colombia Mayor, Jóvenes en Acción y Familias en Acción. No hay opción: hay que garantizarle las mínimas condiciones de subsistencia a la población más vulnerable. Si no lo logramos, el virus crecerá exponencialmente y no hay que olvidar que es una población que no tiene posibilidades de aislamiento, ni de mantenerse en casa. La tragedia humana sería de proporciones incalculables. La responsabilidad principal en este aspecto es del Estado. Sin embargo, también las familias de estratos altos y los empresarios pueden agravar la situación, al actuar irresponsablemente y exigir a estos estratos el desplazamiento durante la pandemia. Por el bien de todos, hay que exigirles que cumplan con su responsabilidad. En esta condición, también presentamos desventajas frente a Italia, Estados Unidos, Corea, China o España.  Tercera. En una pandemia se necesita con urgencia que todas las decisiones sean consultadas con un comité de científicos. El gran liderazgo y acierto que ha demostrado la alcaldesa de Bogotá en el manejo de la crisis del Covid-19, se debe en parte, al acierto de haber buscado, desde el primer momento, la asesoría de un panel de epidemiólogos e infectólogos de muy alto nivel. Hay que decirlo de manera muy clara y directa: la ignorancia de muchos políticos, nos saldrá muy cara en vidas humanas en el mundo. Basta ver a Daniel Ortega en Nicaragua organizando marchas contra el virus, a Jair Bolsonaro en Brasil promoviendo gigantescas concentraciones religiosas en plena expansión del covid-19 o a López Obrador invitando a los mexicanos, hasta hace muy pocos días, a salir de las casas. No son momentos para que políticos que no comprenden la dimensión del reto que tenemos en frente tomen las decisiones. Con urgencia, necesitamos un panel de científicos tomando las medidas esenciales. Ellos son quienes deben liderar las estrategias. Cuarta. En la pandemia casi todos saldremos perdiendo. Los costos para la economía y la salud serán inmensos. Sin duda, acertaron los medios de comunicación cuando lanzaron la consigna “Todos somos responsables de todos”. Llegó el momento para que todos contribuyamos en la solución. Si no lo logramos, quienes salgan a la calle se contagiarán y esparcirán el virus, la mayoría de las veces, sin saberlo. Muchos lo hacen por necesidad, pero también hay otros que actúan con baja responsabilidad. Durante los tres primeros días de la cuarentena se pusieron 10.000 multas, pero fueron cientos de miles más quienes violaron el aislamiento. Así lo vimos en Italia y en España y ahora ellos están enterrando a sus muertos. En Colombia, tenemos la enorme ventaja de ir tres semanas atrás en la expansión de la pandemia. Afortunadamente vimos la dramática y triste experiencia en Asia y Europa y hemos tomado varias medidas de distanciamiento social antes que ellos. Pero nuestra irresponsabilidad social también es mayor y por eso, miles y miles de personas están saliendo a la calle, sin necesidad de hacerlo y cientos de miles convirtieron en paseo a sus fincas el simulacro vital que exigió la alcaldesa de Bogotá. La irresponsabilidad social está elevando el riesgo de todos. En España los artistas les gritaban: “¡Quédate en tu puta casa!” ¿Será que ese grito lo escuchan en Colombia? El grupo de expertos chinos que visitó Milán, concluyó al respecto que la cuarentena allí era demasiado relajada, seguía funcionando el metro y la gente no tomaba medidas de precaución en la calle, ni al retornar a las casas. Si vinieran a Colombia, pensarían lo mismo. El problema es que la irresponsabilidad se paga con nuevos contagios y con vidas humanas. “Zanahoria y garrote” recomendaba en estos casos Antanas. Tenía razón: se necesita una presencia muy fuerte de la fuerza pública, multas ejemplares para quienes continúen en las calles y aumentar la presión en redes sociales y medios de comunicación; al mismo tiempo que se apoya a la población vulnerable, entregando mercados a quienes estén en las casas cumpliendo la cuarentena. Quinta. Una comunidad consolidada puede responder mejor a la emergencia generada por un enemigo externo y oculto. Hay que fortalecer el trabajo en equipo en las empresas, las familias, las instituciones, los barrios y los diferentes niveles del gobierno. Desafortunadamente, en esto también estamos muy atrás: no confiamos en los demás, no sabemos trabajar en equipo y nos falta empatía para ponernos en el lugar del otro. Tenemos, como se ha dicho en otras ocasiones, un tejido social muy debilitado por la guerra y el narcotráfico. A tal nivel que, incluso en cuarentena, han continuado los asesinatos de líderes sociales. Las circunstancias obligan a los gobiernos regionales a trabajar conjuntamente con el gobierno nacional. Algo difícil de lograr pues este último, de manera inconsulta, les quitó los recursos para ser él quien tomara las decisiones. Pero la guerra nos exige dejar de lado los debates previos y concentrarnos en una estrategia conjunta para fortalecer la economía, prevenir el contagio y salvar las vidas. Buen ejemplo ha dado la alianza de universidades con la empresa privada y los gobiernos locales para construir respiradores mecánicos y ampliar las pruebas diagnósticas.  Sexta. Charles Darwin decía: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.  De manera análoga, las instituciones que sobrevivirán, serán aquellas que se adapten de mejor manera a los inciertos contextos actuales. No sabemos lo que pasará en los próximos meses. Nadie lo sabe, pero todos tendremos que adecuarnos a esos contextos cambiantes. De manera creativa hay que responder a los nuevos retos que nos plantea un enemigo microscópico y letal. Sin duda, esta condición la cumple bastante bien la población colombiana: somos un pueblo resiliente, que ha tenido que padecer muchas guerras y que está acostumbrado a convertir las dificultades en oportunidades para crecer. Un pueblo “berraco y echao pa’lante” que no se aminora ante las dificultades. En esta condición tenemos ventaja frente a la mayoría de países que afrontan la pandemia. Por último, en países como el nuestro la pandemia ha sacado a flote infinidad de problemas que tenemos como sociedad: informalidad laboral, pobreza, desigualdad social, falta de responsabilidad colectiva, de liderazgo y de trabajo en equipo, entre otros. Sin duda, existe un claro riesgo de que se presenten acciones de saqueo colectivas, si la población más vulnerable no ve acciones efectivas e inmediatas del Estado para garantizar un mínimo vital. En Italia, después de la tercera semana de cuarentena, han comenzado los saqueos. ¡Entre todos tenemos que exigirle al Estado que cumpla con su responsabilidad en estos momentos!  Aun así, el reto que hasta el momento hemos vivido, ha multiplicado las acciones solidarias y el trabajo conjunto entre el sector privado y el público. Un bello ejemplo es un letrero que circula en redes de un supermercado en Carmen de Viboral: “Si puedes dona, si te falta, toma”. En los conjuntos las personas están hablando y participando más. En las familias han reaparecido actividades olvidadas como el juego y el diálogo. Las personas han salido a las ventanas a aplaudir al personal médico que se ha echado al hombro la responsabilidad de salvar todas las vidas que puedan. Bellísimas canciones nos invitan a los abrazos virtuales y al canto colectivo. Muchos están leyendo más, ayudando y jugando más. En un mes, la contaminación descendió por la cuarentenas obligada y la parálisis de vuelos, autos e industrias no básicas. Miles de personas convocan actos solidarios y reflexivos. Estamos mejorando la conciencia ambiental y la responsabilidad social. Múltiples empresas enviaron a sus trabajadores a sus casas con los salarios pagos, aunque no puedan hacer teletrabajo. A nivel global, el Papa Francisco lo dijo de manera ejemplar: “No hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo”. Tiene toda la razón: son los dos gritos que se escuchan con más fuerza en estos momentos. Tal vez, como señalaba Durkheim: “Hacen falta circunstancias excepcionales, como una gran crisis nacional o política, para que la solidaridad pase al primer plano, invada las conciencias y se haga el móvil director de la conducta”. Sin duda, muchas cosas cambiarán en nosotros, en nuestras relaciones con los otros y el contexto. Seguramente saldrá fortalecido el tejido social y la confianza, después del fuerte remezón que recibiremos a nivel económico, cultural y social. Seguramente quede muy golpeada la sociedad de consumo y la destrucción sin límites de la naturaleza. Lo más seguro –como suele suceder después de las guerras-, es que se fortalezca la solidaridad.  Nada volverá a ser igual después de que pase la pandemia. Ojalá, porque veníamos muy equivocados en las prioridades de una sociedad centrada en la acumulación de dinero, la destrucción de la naturaleza y el consumo ilimitado. Muy seguramente retornarán los abrazos y, como dice bellamente Lucía Gil, volveremos a juntarnos.  Con una acción más clara y efectiva del Estado para apoyar a la población más vulnerable, elevando la voz de los científicos en este periodo y con medidas de sanción social para las personas más irresponsables, es muy posible que “aplanemos la curva”. Al hacerlo, es probable que esa sea la forma de volver a las preguntas fundamentales de la vida y en un tiempo, esperemos no muy lejano, nos “encontraremos otra vez”. * Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación (@juliandezubiria)