En ocasiones resulta difícil entender ciertos hechos en algunos países. No obstante todas las andanzas de Trump en los Estados Unidos que pusieron en jaque a la democracia norteamericana y el prestigio del país en el mundo, su popularidad aumenta en proporción geométrica, hasta el punto de que, a menos que algo extraordinario ocurra, será el candidato del partido republicano a la presidencia, y si Biden se descuida, el próximo presidente.
Curiosamente, Trump, entre más acusaciones se le hacen, más crece su favorabilidad. Entre muchas razones, porque el norteamericano medio está hastiado de la migración ilegal, especialmente de latinos, a su territorio. Esa reacción se percibe incluso por parte de los mismos latinos ya legalizados, residentes en los Estados Unidos.
Hasta hace pocos días, la preocupación norteamericana respecto a Colombia eran los cultivos de coca y la producción de cocaína: ahora es la migración por el Tapón del Darién, por donde han ingresado a Panamá, desde el principio del año, más de 250000 personas de todas las nacionalidades y antecedentes, que se dirigen inexorablemente hacia la frontera sur de los Estados Unidos.
Nos hemos convertido, no solamente en un país de tránsito de migrantes, sino también en el receptor de los tres millones de venezolanos que han alterado la vida de Colombia.
Una primera oleada de los que huyeron del régimen, han aportado mucho a Colombia. Pero detrás de ellos entraron centenares de miles, en parte porque el gobierno colombiano anterior tuvo como objetivo central de su política exterior derrocar a Maduro. Algunos de ellos desafortunadamente participan en una u otra forma en diferentes modalidades criminales, que tienen al país contra la pared.
Pero la apertura no solamente fue con los venezolanos y los que entran por la frontera con Ecuador. Con México sucedió lo mismo, pero con características peculiares.
No obstante que el dicho de que “muchos mexicanos quieren ser norteamericanos y muchos colombianos mexicanos” sigue siendo válido, las autoridades migratorias mexicanas tratan a todos los colombianos como bandidos.
Por nuestra parte, ha habido una apertura generosa a los mexicanos que ha sido aprovechada por los carteles de la droga de ese país que ya controlan varios departamentos colombianos, compitiendo con las FARC y el ELN. Parece de ciencia ficción.
El turismo aumenta. Lo curioso es que una parte, al menos, es para seguir las huellas de Pablo Escobar; consumir drogas; presenciar fenómenos como el de los grupos indígenas secuestrando a los militares; los bloqueos diarios y asaltos en las principales arterias nacionales y el “plan pistola”. Mientras que se alienta a jóvenes y a grupos de diferente índole a defender “la revolución”.
Ese ambiente enrarecido tiene para algunos extranjeros algo de exótico, como lo tuvo Vietnam después de la guerra, o como Ruanda y Burundi, luego de las masacres.
Hace algunas décadas centenares de miles de colombianos emigraron del país huyendo de la violencia. No había otra opción. Ahora otra vez, según una encuesta aparecida el mes pasado, el 50 % de nuestros connacionales quiere salir del país.
¿Será acaso para visitar museos y obras monumentales en el exterior, o más bien para huir de una violencia e inseguridad rampantes que tienen el país arrinconado con una indefensión que no se presentaba desde la época en la que tuvieron que migrar centenares de miles de compatriotas?