Un amigo mexicano me comentaba en estos días -aludiendo a la fotografía del presidente Petro con Claudia Sheinbaum tomada durante los actos de posesión- que lo grave no era que la presidenta hubiese o no pertenecido al M-19, eso era parte del pasado, de la anécdota. Lo complicado sería que la presidenta siguiese reivindicando el estilo de gobierno de su antecesor y de muchos de los “progresistas” de la izquierda latinoamericana que, en los pasados años y todavía, gobiernan en el continente.

Y un tema central en el análisis son las reformas sociales. Prácticamente, todos los presidentes de izquierda en Latinoamérica fundamentan su impronta de gobierno en imponer reformas radicales sociales. Durante las últimas décadas, la izquierda latinoamericana basó todos sus discursos y narrativas en la desigualdad en el ingreso y la falta de acceso a servicios sociales de las poblaciones más pobres del continente. Este es un discurso absolutamente legítimo en una región donde aún persisten grandes desigualdades entre los grupos sociales.

Sin embargo, el problema no está en el discurso bonito que atrae votantes desde la oposición. La dificultad radica en que, una vez en el poder, ni un solo presidente progresista de la izquierda latinoamericana ha podido exponer una sola reforma social que demuestre beneficios, a su población y menos a los más pobres, con la necesaria evidencia.

Examinemos la situación desde el sur del continente hasta el norte. En Argentina, el tango progresista se orientó hacia el mantenimiento de los privilegios de los dirigentes sociales -que los eligieron durante años- priorizando el gasto social hacia sus causas políticas. Se les fueron 16 años durante los cuales asistimos, literalmente, al empobrecimiento de esa nación: una con los mayores recursos intelectuales y naturales entre los países no desarrollados. Esos “progresistas” entregaron a la República Argentina con más del 40 % de pobreza y cero reformas sociales. Posteriormente, los argentinos desesperados, terminaron jugando una bizarra lotería de derecha, cuyos resultados aún están por verse.

En Chile, el progresismo no logró imponer el paquete de reformas antitécnicas a través de una fracasada constituyente. Afortunadamente, en un arranque de cordura, decidieron no insistir en la agenda. En Ecuador, se dedicaron a la infraestructura, dejando de lado el discurso social. Mientras tanto, en Venezuela, destruyeron las estructuras de servicios de salud y educación para montar otras corruptas que alimentaron el gasto y solo beneficiaron a los nuevos ricos. Programas de alimentación como los Claps acabaron con la seguridad alimentaria del país, generando una población dependiente y vulnerable, fácil de manipular políticamente.

En México, ellos impusieron reformas sociales como la de salud -que posteriormente le tocó reversar ante el evidente fracaso del INSABI- dejando desprotegidos a millones de mexicanos que durante años tuvieron los beneficios del Seguro Popular, una estrategia de cobertura similar a nuestro régimen subsidiado. Esa población fue “endulzada” con subsidios estratégicamente entregados y aún no despierta a la realidad del derrumbe de su institucionalidad.

Estos ejemplos descritos demuestran que el problema del progresismo latinoamericano no ha construido un planteamiento técnico de sus reformas sociales, más allá de su discurso reivindicativo. Sus foros son eminentemente políticos, como las diversas ediciones del Foro de São Paulo.

Esta corriente “progresista” se concentró y ha sido muy exitosa en generar narrativas y movimientos sociales donde se han apalancado al poder en el continente. No obstante, están teniendo un fracaso estruendoso en la implementación de los cambios sociales. Destruyeron las estructuras existentes reemplazándolas por reformas y cambios caóticos, que están llevando a la región al empobrecimiento y la falta de oportunidades, todo lo contrario, a lo que habían prometido.

Con millones de latinoamericanos usando para migrar, cada poro de cada país en los que el progresismo se ha instalado, Claudia Sheinbaum representa una esperanza mexicana. Tiene una historia personal y política donde ha habido un profundo respeto hacia lo técnico. No la tiene fácil porque la sombra populista que la precede es muy poderosa. Pero, quizás, pueda al menos sembrar una semilla de una izquierda más pragmática y con verdaderos objetivos sociales.