Tengo la suerte de haber respirado periodismo desde la cuna. Crecí entre tinta de periódico y cierres mortales, de esos que lo dejan a uno exhausto y sin aliento. Aprendí de mi padre, el periodista Lucio Duzán, a sentir el hervor de la sangre cuando se produce una injusticia y a experimentar la liviandad que se deriva de una denuncia bien formulada; me preparé lo mejor que pude y desde que entré a la Universidad de los Andes a estudiar Ciencias Políticas sabía que quería dedicarme al periodismo porque como Albert Camus, creía que ese era el oficio más bello del mundo; leyendo a Habermas comprendí que para ser periodista no solo se necesitaba sentir pasión por contar historias, sino que se necesitaba que la persona que las escribiera fuera un ser libre e independiente, educado a partir de fuertes cimientos éticos que le permitieran enfrentarse con dignidad a los grandes poderes políticos y económicos. Desde entonces he entrevistado a guerrilleros, a paramilitares, a políticos decentes, a políticos corruptos, a campesinos valientes, a líderes populares que luego han caído asesinados y, como les ha sucedido a otros colegas, también he sufrido en carne propia la violencia. Sin embargo, confieso que en todos estos años en los que he sido casi que una corresponsal de guerra dentro de mi propio país, nunca se me pasó por la mente que para mejorar mi carrera tenía que empelotarme en alguna revista. Esta reflexión la hago a propósito de la decisión que tomaron las periodistas que trabajan en La W de salir desnudas en la última revista SoHo, decisión que desde luego es respetable, pero que no comparto. Y no la comparto, no porque me aterren los desnudos, como le ocurre al beato procurador Ordóñez –quienes me conocen saben que soy una mujer liberal y desinhibida en esos temas–, sino porque me parece que un periodismo serio como el que dice ejercer La W no puede convertir a sus periodistas en unos objetos sexuales. Para eso está el periodismo de farándula, cuyas actrices sí necesitan exponer sus carnes porque eso es lo que vende. Pero el periodismo serio, que ejerce como contrapoder, que dice estar sustentado en las convicciones éticas, no puede igualarse al periodismo de cotilleo porque termina perdiendo credibilidad, que es su principal activo. Sin embargo, lo que más me sorprende de esta empelotada en SoHo es que el artículo deja la sensación en el lector desprevenido de que estos desnudos demuestran lo arrojadas que son en el periodismo estas jóvenes comunicadoras y lo liberador que ha sido para varias de ellas desinhibirse de esa forma en la revista. Una de las periodistas, incluso, dice que después de este desnudo “se siente más liberada”. Eso, desde luego, es una gran mentira. Para demostrar que uno es una periodista arrojada y valiente no necesita empelotarse. O es que acaso Jineth Bedoya, la periodista que fue violada en la cárcel y que de manera valiente contó su odisea hace poco en un libro, ¿ha tenido que desnudarse? ¿La periodista Martha Ordóñez, víctima del maltrato intrafamiliar, acaso tuvo que empelotarse para llegar al Concejo haciendo una campaña que hablaba en contra del maltrato a la mujer? Tampoco es cierto que las mujeres periodistas necesiten desnudarse para demostrar que son arrojadas a la hora de emprender nuevos retos. Ni Juanita León, directora de Lasillavacia.com ni María Alejandra Villamizar, directora de confidencialcolombia.com, han tenido que salir en bola para demostrar que son mujeres audaces. No, señoras periodistas de La W: el periodismo no se puede volver un instrumento para convertirse en un objeto sexual, ni tampoco es necesario destapar nuestra intimidad para volvernos importantes e influyentes. Como seamos en la cama, a nadie le importa. Sin tetas sí hay periodismo, aunque no lo crean. A mí me parece muy bien que la periodista de La W que cubre Palacio tenga como fantasía sexual tener sexo arrodillada en la misma matera de Yidis –eso afirma en SoHo–, pero me parece que ese tipo de confesiones le quitan seriedad a su trabajo y la conminan a ser medida no por sus neuronas, sino por su capacidad de desatar la libido entre quienes la oyen por la radio. Probablemente tanto morbo venda. Pero nada de eso tiene que ver con el periodismo. O por lo menos con el periodismo en que yo creo: aquel que intenta buscar la verdad, exaltando en sus periodistas las convicciones éticas y no la libido.