A diferencia de la habichuela, la arracacha o el chontaduro, cuando se compra o se vende la base de coca, los precios no están determinados por la interacción entre la oferta y la demanda, en los cultivos ilícitos ocurre que la abundancia (o escasez) no se refleja en caídas (o subidas) de los precios. Las leyes del mercado son reemplazadas en el monte por las “ley” del fusil, al campesino le fijan por las buenas o con el dedo en el gatillo, los términos y las condiciones de compra. A diferencia de Perú y Bolivia, en Colombia la hoja y la base de coca han sido un monopsonio armado con precios dramáticamente bajos, que mantienen al grueso de los cocaleros en la pobreza. Hace unos años, con mi colega Jorge Gallego (Ph.D. de la Universidad de Nueva York), analizamos la serie de precios de la hoja, pasta y base de coca, para estimar el impacto que tenían las aspersiones con glifosato y la erradicación manual en los precios de la “mercancía”. La hipótesis de trabajo era sencilla, si el garrote contra la coca estaba funcionando esto debería no solo reducir el área sembrada sino reflejarse en un aumento de precios. Pues no, la econometría nos mostró que los precios de la coca son inelásticos con respecto a la aspersión, la erradicación o ambas cosas. Cuando publicamos con el Profesor Gallego (2014) las variaciones de precios de la coca eran solo temporales y localizadas, no nacionales ni sostenidas. Por eso ha sido una sorpresa mayúscula evidenciar durante un reciente recorrido por las cuatro principales zonas cocaleras (Tumaco, Catatumbo, Guaviare y Antioquia) incrementos tan drásticos de los precios de la base de coca. Han subido más de un millón de pesos por kilo y ahora rondan los 3.2 millones (incluido el impuesto que cobra el grupo armado ilegal) o 3.5 millones para quienes los venden a compradores independientes. Es decir, estamos en un “boom” cocalero donde no solo la oferta se amplió (mil toneladas adicionales en cinco años), sino que también los precios del productor primario se dispararon entre un 40% y un 65% según la región. Suena raro para un economista, pero con una mayor oferta (que se cuadruplicó) no se bajaron los precios, se subieron. No hay una sola causa ni una sola consecuencia de esta bonanza de precios. Por el lado de las causas se destaca que hoy existen más compradores de base de coca y un poder territorial en permanente fragmentación. A los carteles mexicanos y brasileños les interesa cada vez más comprar la base de coca como producto intermedio para procesarla ellos y así garantizar calidad, pureza y cantidades de su producto final, un ejemplo clásico de integración vertical transnacional. Del lado de las consecuencias de unos mejores precios de la coca, estas son fáciles de pronosticar, ahora que los cultivadores han mejorado en un 300% la utilidad neta por kilo de base de coca (de 0,5 a 1.5 millones) va a ser mayor su dependencia económica frente al cultivo ilícito, también resultará más difícil que se le midan a los procesos de sustitución y por ende mucho más fuerte la confrontación con la fuerza pública cuando lleguen a erradicarles la coca. La erradicación manual de cultivos de coca que inició el pasado fin de semana (y que ya deja a un colombiano muerto) no va a reducir ni el área sembrada, ni logrará modificar los precios, este esfuerzo sin sentido, solo ampliará el saldo trágico de muertos, heridos y amputados.