Sí, a cada rato tenemos magnicidio en Colombia. Pero también, además, tenemos a diario muchos 'minicidios'. Y los minicidios cotidianos explican en buena parte los magnicidios trimestrales. Pero como no nos importan ni los unos ni los otros, da lo mismo.Esto viene a que acabo de enterarme de que el otro día, o la otra noche, mataron a Richard. Nunca supe el apellido de Richard, ni sé si lo recordaba él mismo. Era un desechable, como llamamos sin estremecernos a esos desgraciados sin nombre que produce la sociedad colombiana. Sobran, pero se reproducen: y sin ellos la sociedad colombiana no sería la misma. Richard vivía en la calle, o más exactamente en la carrera Quinta de Bogotá, y dormía en uno de esos cubiles de fieras que hay bajo los puentes de la 26 a donde a veces llega la policía a hacer 'limpieza social'. Robaba para comer, o extorsionaba a otro más débil, o comía de la basura, o mendigaba, o aseguraba que había cuidado un carro que otros desechables habían estado a punto de robarse. Mentía mucho, como mienten los pobres, que tienen que mentir para que no les vaya todavía peor en la vida. Aunque es difícil imaginar una vida peor que la de Richard en los 20 ó 25 años que le duró la que tuvo, antes de perderla.Además de la vida tenía, a veces, una insensata alegría, cuando se había drogado con boxer o con basuco y hacía planes para el porvenir. Porque no tenía ni dientes _a lo sumo tres o cuatro_, pero a pesar de todo le quedaban algunas ilusiones. Creía, por ejemplo, que un día podría viajar a Cartagena, a donde lo había invitado un señor con todo gratis: creía que si el señor cumplía y le daba la plata para el bus lo dejarían montarse en el bus. Creía _o decía que creía, y a lo mejor era cierto_ que cuando su hijo naciera lo iba a criar como si fuera un niño rico, para que se convirtiera en un hombre de provecho, y no como él. Porque también decía _pero los pobres dicen muchas mentiras_ que iba a tener un hijo porque había dejado preñada a la hija de una señora de una tienda. ¿De qué tienda? Como informante, Richard tendía a las vaguedades: una señora de una tienda de por aquí cerquita.Además de ilusiones tenía muchas cicatrices, antiguas y recientes, algunas todavía sin terminar de cerrar, y las mostraba a menudo con un extraño orgullo: esta fue de un balazo de un policía, esta de una puñalada de un amigo, esta de un varillazo de un señor que vivía con mi mamá, esta de una vez que me caí cuando chiquito. ¿Y quiere que le muestre esta otra de aquí? ¿Se la muestro, padre? No, gracias, Richard.En fin: el caso es que también mataron a Richard. No se sabe quién fue, y también en eso su caso se parece al de los muertos famosos que tenemos en Colombia. El Zarco, que fue su amigo, o tal vez su enemigo (quizás el de la cuchillada aquella), fue tan vago al respecto como hubiera sido el propio Richard si le hubiera tocado a él dar la noticia (¡la noticia!) de la muerte del Zarco: parece que fue de un botellazo. Eso deja por fuera, probablemente, a los sospechosos de siempre: los narcotraficantes, la guerrilla, la CIA, la policía. O quizás los incluye: siempre hay, botella en mano, un narco borracho, un guerrillero borracho, un agente borracho de la CIA o un policía borracho. O algún otro desechable, borracho, drogado con boxer, en un acceso de alegría. Todo lo que dijo el Zarco fue que ya lo habían enterrado.El Zarco no lo dijo, porque no lo sabe, y además porque los pobres suelen mentir: pero a mí me da la impresión desagradable de que a Richard lo matamos entre todos. Aunque si no lo hubiéramos matado se habría muerto de todos modos. No tenía cara de ir a durar mucho, el pobre Richard.Y no crean: también me da cierta vergüenza estar utilizando al pobre Richard para hacer literatura.