El candidato presidencial Gustavo Petro tuvo una ilusión: ganarle a Iván Duque del Centro Democrático y ser presidente de Colombia. Consiguió sumar a los 5 millones de votos de la primera vuelta 3 millones más en la segunda vuelta de junio de 2018, pero no le alcanzaron. Duque obtuvo 2,7 millones en la segunda vuelta, para un total de 10,3 millones. La victoria fue nítida para casi todos. Pero Petro no reconoció el triunfo. Ni ese domingo ni más adelante. Me llamó la atención la falta de gallardía de Petro. Fue una votación reñida, pero, al fin y al cabo, hubo un vencedor. Hay una costumbre colombiana de reconocer las derrotas. Es la base de nuestro sistema político, respeto a las elecciones. Aunque ha habido contadas excepciones –la contienda de 1994, por ejemplo, en la que Pastrana no reconoció la victoria de Ernesto Samper–, en general, en Colombia hay un acuerdo de aceptar los resultados.
Esa sana costumbre intentó alterarla la semana pasada Petro, quien, después de dos años de gobierno y en medio de una crisis global por la pandemia, decidió declarar nula la victoria de Duque. “Debemos afirmar hoy sin dudas, que Colombia Humana ganó las elecciones presidenciales del 2018”, dijo en un tuit. “El (triunfo) de Duque está manchado por el fraude de la compra masiva de votos con dineros del narcotráfico”. A su declaración le sumó el llamado a la desobediencia civil. No es una denuncia cualquiera. Petro representa un sector importante de los votantes. La decisión de Petro generó polémica en el país. Era de esperarse; una declaración de guerra en medio de una pandemia. La razón de Petro no es muy clara. Alegó que el narcotráfico pagó los votos en la costa caribe a favor de Duque. No dice cuántos exactamente, pero habló de centenares de miles. Dice que “deslegitima” las elecciones y lo vuelve ganador de la contienda de 2018. Esa acusación no tiene pies ni cabeza. Para empezar, no hay una prueba jurídica del hecho. Solo indicios. Pueden generar titulares, pero nada más. En el país no tiene futuro el llamado a la resistencia civil porque los colombianos no le caminamos a alguien que expone un mundo de caos. Es cierto que la Ñeñepolítica califica como escándalo. Que estar en fotos con un presunto narcotraficante es difícil de explicar. Que no ayuda que el mismísimo Álvaro Uribe Vélez haya publicado un tuit el día en que murió el presunto narcotraficante en Brasil. Que no tiene presentación que Cayita, asesora de Uribe en el Senado, hable tanto de conseguir fondos para la campaña de Iván Duque. Que tanta cercanía a personas controvertidas genera preguntas non sanctas. Y las autoridades deben investigar y agilizar su gestión. Pero Petro está equivocado si espera resultados hoy. Comenzando porque esos hechos son materia de investigación y hasta el momento no se han confirmado. Es evidente que alrededor de la campaña de Iván Duque hay demasiado ruido. Y es importante que la justicia investigue. Sin embargo, todo se basa en supuestos. La justicia tendrá que decidir y es lenta. Muy lenta. No hay manera de acelerar porque así es el sistema judicial colombiano. Tardará años. Eso es, paradójicamente, favorable para ambas partes. Para el acusado, porque cuando por fin se aclare todo, ya no estará en el poder. Y para el acusador, porque puede atacar al acusado sin ningún costo; no importa si es culpable o inocente. Importa solamente el peso de la imputación. Y ese es el juego de Petro: que quede un sabor de indelicadeza.
Para Duque es un riesgo tener un opositor sin límites. Y para Colombia es el regreso al terror que genera el castrochavismo o neochavismo. Más aún, cuando el vocero que revela esa amenaza es el expresidente Uribe. No tiene presentación oponerse a la resistencia civil, ya que el mismo Centro Democrático lo había propuesto en mayo de 2016. Lo cierto es que en el país del Sagrado Corazón no tiene futuro el llamado a la resistencia civil porque los colombianos no somos anárquicos y no le caminamos a alguien que expone un mundo de caos. Pero a Petro le sirve para estar vigente en la política coyuntural. La pregunta es, sin embargo, si este sería un discurso ganador a dos años de las próximas elecciones. La reacción inicial no promete; la desobediencia civil parece ir más allá de lo aceptable, es oportunista especialmente en un contexto de emergencia sanitaria de las dimensiones de la actual. La propuesta de Petro es desde todo punto de vista una jugada baja y fuera de lugar para la mayoría de la población.