Por un instante, los colombianos tuvieron la esperanza de que primaría la sensatez en los partidos políticos, por encima de sus intereses, y que protegerían el sistema de la salud. Pero cuando llegó la hora de la verdad, ratificaron que su esencia sigue siendo la misma. A pesar de haber dicho lo contrario, entre los conservadores, liberales y La U archivaron la ponencia negativa de la oposición y revivieron el proyecto de ley que propone arrasar con el sistema que costó 30 años construir.

El país fue testigo de cómo en varias oportunidades el presidente del Partido Conservador, Efraín Cepeda; la presidenta del Partido de la U, Dilian Francisca Toro, y el presidente del Partido Liberal, César Gaviria, le anunciaron al país, sus “líneas rojas” en contra de la reforma de Carolina Corcho. Estas incluían, entre otras, no permitir que el sistema sea estatizado, ni que se eliminen las EPS, ni que se territorialice el servicio. Pero en el momento de haber votado el archivo de la reforma y salvar a los colombianos de esa propuesta, el Gobierno logró la totalidad de los votos de la coalición, es decir, 17 y, por lo tanto, la iniciativa resucitó.

¿Sorprende? Pues no, porque es lo que siempre ha sucedido en la historia del país. En ese sentido, a la ministra Carolina Corcho le revivieron un trino del 11 de octubre de 2021, cuando era activista y criticaba lo que ahora, al parecer, ella hizo como jefe de una cartera de Gobierno: “¿Ustedes saben cuál es la función de un congresista de la república? ¿Saben que es diferente la responsabilidad de ser un activista a la de ser un senador? La mayoría del Congreso trabaja muy poco, en un presidencialismo, el Gobierno con mermelada termina imponiendo las decisiones”.

En ese sentido, la activista del pasado no debe estar muy a gusto en lo que terminó convertida la versión nueva de Carolina. Pero muchos dirán que el fin justifica los medios. Incluso los activistas más radicales de izquierda argumentarán que “todas las formas de lucha son válidas”, cuéstele la vida a quien le cueste. Por eso es que la reforma de la salud no se trata de la salud. Se trata de la plata y los votos que necesita la izquierda para poder configurar y dejar establecido el modelo (no modelo) de salud de Cuba y Venezuela. Sí, las dos dictaduras que admira el Gobierno del “cambio”.

Si la reforma se tratara sobre la salud, el país estaría debatiendo sobre cuáles son las enfermedades que más aquejan a los colombianos y cómo combatirlas. Se estaría estructurando una reforma para fomentar la investigación, la innovación y el desarrollo tecnológico, conceptos que, por cierto, tanto incomodan al “cambio”. Si se tratara de verdad sobre la salud, se estaría buscando la manera de tener más y mejores médicos y profesionales. Pero el debate se centra en torno a quién va a manejar la plata, quién la va a girar y, sobre todo, en cómo es que el Gobierno logrará tener el manejo absoluto de los recursos que salen de los bolsillos de los trabajadores y los empresarios. Y lo que es bien probable es que esos recursos se pierdan en corrupción y en pésima administración, en manos de alcaldes como el borracho exhibicionista Martín Alfonso Mejía, del municipio de El Darién, Valle del Cauca, que puede que sepa mucho de rumba pesada, pero poco o nada de salud. Los presidentes de los partidos Liberal, de La U y Conservador les dijeron a los colombianos que protegerían el sistema. Pero una cosa fue lo que dijeron por semanas y otra la que hicieron en un solo día, porque en el momento de la verdad, la votación en la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes, demostraron que estaban del lado de los puestos y los contratos.

Y el “cambio” que llegó prometiendo que no iba a emplear las estrategias políticas que tanto criticó cuando fue oposición, terminó tramitando su reforma con los mismos partidos tradicionales y con las mismas prácticas que había prometido cambiar.

No solo está en juego la salud, también lo está la democracia. Fundamentalmente lo que está en riesgo es la libertad. Me explico. Estas reformas se tratan de eliminar, poco a poco, la capacidad de elegir. Con la salud, los ciudadanos tendrán que ir al lugar que les asigne el Gobierno y no podrán decidir en dónde quieren recibir el servicio. Con la reforma pensional se eliminará la opción de elegir libremente en qué fondo de pensiones se quiera ahorrar. Con la reforma tributaria se restringió el derecho de comer lo que cada quien quiera, so pretexto de “cuidar” la salud. Pero de fondo, lo que es claro es que, vía estos impuestos, incluida la leche en polvo para lactantes, los colombianos verán limitada su libertad de elegir sencillamente porque nos les va a alcanzar la plata para comprar lo que desean. Y sucede igual con la ropa importada, que ahora tiene un arancel del 40 por ciento para “inducir” a la compra de la confección nacional.

Es verdad que hoy estamos lejos de ser Venezuela. Pero se está recorriendo el camino de restringir, eliminar, decrecer y retroceder, mientras que se faculta al presidente de un inmenso poder sin control alguno. Mientras tanto, el poder Legislativo se hinca, de nuevo, ante la chequera del Gobierno. Esta vez, el precio será un retorno a la salud del pasado, a esa que llevamos 30 años ajustando y mejorando para que, con venganza y revanchismo, el “cambio” pueda destruir.