El domingo, con un despliegue de tecnología envidiable, la alcaldesa de Bogotá Claudia López presentó su proyecto para la carrera Séptima en el noticiero de Caracol Televisión. En horario AAA buscó justificar una inversión de 2,5 billones de pesos colombianos, por medio de la cual modifica significativamente la forma como se desplazan los bogotanos en el oriente de la ciudad.
El proyecto de la carrera Séptima tiene como eje fundamental un TransMilenio. Este se desplazará en ambos sentidos, en carriles exclusivos, aumentando la velocidad y la capacidad del transporte colectivo. Tiene obras importantes para descongestionar la zona, como un puente curvo que permite al tráfico vehicular desviarse a la avenida circunvalar sin la necesidad de un cruce semafórico como el que funciona hoy al nivel de la calle 94 y, otro puente en la intersección de la calle 84 con la Séptima, del cual la alcaldesa no dio mayor detalle.
El proyecto también considera una ampliación loable de la carrera Séptima de la calle 170 hacia el norte y hasta la carrera 245, que fue estructurada en el plan zonal del norte Lagos de Torca por Enrique Peñalosa. La alcaldesa evitó mencionar que los predios para su construcción son suministrados por los constructores privados que van a desarrollar soluciones de vivienda en el norte y que su presupuesto y ejecución le corresponden a la Nación y no a la ciudad, por ser una vía nacional.
Así como el proyecto tiene estos aspectos positivos, tiene unos más polémicos en los cuales la alcaldesa impone su particular punto de vista. De la calle 92 hacia el sur y hasta la calle 72, los carros, los taxis y las motos no podrán circular por la carrera séptima. Según la burgomaestre, el tráfico será desviado a la carrera 11 a la altura de la calle 100, tema que hábilmente evitó tratar al detalle en su presentación.
La consecuencia práctica de este desvío es que el tráfico que hoy circula de norte a sur por siete carriles (tres carriles de la carrera once, dos carriles de la séptima y dos carriles de la circunvalar), tendrá que circular en cinco carriles, disminuyendo la capacidad de las vías en casi un 30%. En su reemplazo algunos carriles de la séptima serán peatonales.
La alcaldesa no mencionó obras adicionales en la avenida circunvalar o la carrera once para acelerar el tráfico, lo cual implica que los tiempos de desplazamiento se aumentarán significativamente para los bogotanos que se desplazan en transporte propio en ese sentido. Esto va en línea con decisiones que la alcaldesa ha tomado anteriormente, como la de quitarle un carril al transporte no colectivo a la séptima en sentido norte sur durante la pandemia, para hacer una ciclorruta hoy escasamente utilizada.
El proyecto por desarrollar en la carrera séptima debe ser el mejor posible. Por ejemplo, no por descongestionar el acceso a la circunvalar, en la calle 94, se puede justificar la peatonalización de la séptima entre la 94 y la 72. Son decisiones independientes, y la bondad de la una no pueda justificar la inconveniencia de la otra. Actuar de esa forma es equivalente a pegarle un mico a una ley porque la ley es buena, práctica deleznable aplicada con frecuencia en el congreso, institución donde Claudia López se hizo en la política.
El proyecto de la Séptima castiga a aquellos que se mueven en motorizado propio, incluyendo los taxistas, los motociclistas, los camioneros y los dueños de particular. Para justificar desaparecer los carriles de norte a sur, Claudia López expuso un cuadro con una verdad a puño, que los dueños de los automóviles utilizan más espacio público para desplazarse que quienes se desplazan en buses, a pie o en bicicleta. Concluye la alcaldesa que por esta razón debe restringírseles el espacio público que utilizan: un argumento altamente debatible.
Primero, el mercado demuestra que el automóvil, y sobre todo las motos, brindan mayores beneficios a sus usuarios: a pesar de que solo pueden circular el 70 % del tiempo en 2022, se vendieron más de 260.000 unidades en 2022. Con ellos se puede llegar al sitio exacto donde se quiere llegar, no hay que esperar para iniciar un viaje y no se tiene que compartir el espacio en transporte masivo, algo inconveniente en una ciudad donde se está expuesto a indicadores de criminalidad altos. En un automóvil, además, se pueden cargar cosas como el mercado, lo cual en transporte público es una pesadilla.
Bogotá es una ciudad muy densa y, porque no hay espacio, brindar soluciones para el transporte individual no es tarea fácil para sus burgomaestres. Esto no justifica que se les castigue porque sí a quienes realizaron una inversión en un automóvil o una moto, sobre todo cuando las alternativas de transporte público no ofrecen los mismos beneficios de flexibilidad y de seguridad. Demonizar el transporte individual como lo hace la alcaldesa va en contra de lo que quiere la gente. ¿Puede la alcaldesa negarles su legítimo derecho de utilizar soluciones de transporte individual?
Por último, la alcaldesa justificó el incumplimiento de su promesa de campaña de no hacer TransMilenio por la carrera Séptima, en que el proyecto es distinto al de la avenida Caracas. Qué tristeza que en este país la semántica se use para argumentar que secuestro no es secuestro y que TransMilenio no es TransMilenio.
Finalmente y por encima de todo, lo que más indigna es la forma de presentar el proyecto, que evita adrede mencionar de frente que está perjudicando a quienes usan los 2,6 millones de carros, motos, taxis y camiones que hay en la capital.