Los expertos en el fútbol dicen que los partidos se conocen en los himnos. Cuando las cámaras van mostrando uno a uno a los futbolistas antes del juego durante las ceremonias de apertura, muchos se atreven a predecir quién será el ganador del encuentro. Tal vez es la cara de cada uno de los jugadores, su postura, concentración o emoción, pero es innegable que ese momento, justo ese preciso instante de primera conexión entre el público,las cámaras y los protagonistas del evento en botines, da señales inexplicables de cómo transcurrirá el encuentro y quién será el ganador.
Las primarias de Iowa que acaban de pasar en Estados Unidos podrían fácilmente ser ese himno nacional que antecede los partidos de fútbol, y esa primera toma de temperatura es señal inequívoca de que Donald Trump será el candidato republicano y probablemente el próximo presidente de Estados Unidos.
El inminente regreso de Trump es algo para lo que todos deberíamos estar empezando a prepararnos. Aunque Iowa no es representativo de todo el país, hasta ahora el exmandatario ha demostrado crecer en favorabilidad ante cada uno de los procesos legales que se le abren y las audiencias judiciales a las que atiende.
El año pasado tuve la oportunidad de ver cómo el exmandatario, al mejor estilo de jiu-jitsu, logró voltear la fuerza de las imputaciones en su contra a favor de la narrativa de su campaña. Tras haber sido presentado por primera vez ante un juez, Trump viajó a su mansión en Mar-a-Lago, donde recibió a centenares de sus seguidores, que lo vitorearon como un héroe. Esto ocurrió en cada una de las pausas que hizo durante un discurso en el que se presentó como la víctima de un Gobierno corrupto, que quiere encarcelar a todo aquel que tenga una agenda diferente a la actual.
El expresidente ha vuelto recargado. Su narrativa se centra en la crisis migratoria y la situación económica del país. Un mensaje que ha calado profundamente en gran parte del electorado de la nación. Son temas que tocan la fibra y que sería equivocado pensar que pertenecen únicamente a un extremo intelectual.
Para entender bien lo que está ocurriendo en Estados Unidos, vale la pena escuchar las declaraciones del director ejecutivo de JP Morgan, el banco más grande e importante del mundo. En conversación con la cadena de televisión CNBC desde Davos, Jamie Dimon les advirtió a los demócratas sobre seguir demonizando a los seguidores más acérrimos de Donald Trump. Según él, su discurso, aunque altisonante, puede tener algo de verdad y preocupación legítima.
Dimon dijo: “Relajémonos y seamos honestos: Trump estaba en algo correcto sobre la Otan, estaba en algo correcto sobre la inmigración. Creció la economía bien y su reforma tributaria funcionó”. Agregó: “Trump también estuvo en algo correcto sobre sus críticas a China y el covid”. ¡Auch!
Seguramente, los comentarios de Dimon pueden hacer sangrar los oídos de los demócratas y todo aquel que desprecia y teme a Trump, pero no pueden ser ignorados, sobre todo si tenemos en cuenta que quien los dice es uno de los presidentes ejecutivos (CEO) más influyentes del mundo y alguien que en el pasado ha tenido serias diferencias abiertas con el expresidente. Dimon es mucho más demócrata que republicano.
No se puede negar que Trump es un político escandaloso; que sus actuaciones personales están por debajo de ideales; que su personalidad está muy lejos de la altura que merece el cargo más importante del mundo occidental; que actualmente enfrenta 91 cargos criminales, entre los que se encuentran señalamientos inmensamente graves; y que su retórica es odiosa y hasta peligrosa, pero tampoco se puede desconocer que sistemáticamente ha advertido sobre los problemas que tocan directamente los intereses de los americanos, que son los que finalmente votan.
Muchas veces he pensado cómo analizaría el tema Trump si todo lo que lo rodea pasara en Colombia o en América Latina. Y no puedo negar que la manera sistemática en que ha sido cuestionado por el aparato judicial, que debido al sistema estadounidense guarda vínculos directos con la política –fiscales y jueces son elegidos públicamente y tras intensas campañas partidistas–, me genera gran preocupación por su falta de independencia y beneficio político cruzado.
Trump no es una pera en dulce ni mucho menos el presidente ideal, pero dos cosas sí son ciertas: su innegable conexión con los temas cruciales de Estados Unidos y que gran parte de su demonización está en los grandes medios de comunicación, que, como expuso la edición de diciembre de la revista The Economist, comparten mayoritariamente la narrativa del Partido Demócrata y le hacen campaña continua a Joe Biden. No me gusta Trump, pero, como Dimon, no soy ciego para entender por qué marcha tan firme hacia la presidencia de Estados Unidos.