Demócratas y republicanos promueven la hegemonía norteamericana, pero, tras la crisis de 2008, buscan banderas renovadas que atraigan electores cuya vida “siguió haciéndose más difícil, molesta, inhumana, dolorosa y aparentemente imposible” (Sirota, 2024).
Los demócratas en 2010 depositaron la fe en Barack Obama, quien rescató bancos, compañías de seguros y corredores bursátiles en bancarrota por “riesgosas aventuras” financieras y poco ayudó a recuperar empleos y viviendas rematadas. (‘Obamanomics’, Suárez, 2012). Los platos rotos los pagó Hillary Clinton en 2018 frente a Donald Trump, cuya victoria fue la “olla a presión que finalmente explotó” (Sirota, 2024).
Trump, para “Hacer a América grande de nuevo”, movió una agenda antiglobalización proestadounidense: subió aranceles; plantó la guerra comercial con China; renegoció el TLC de América del Norte; negó el Acuerdo Transpacífico; apoyó el brexit de Inglaterra; se opuso al gaseoducto Nord Stream 2 de Rusia a Alemania; estimuló la industria petrolera; abandonó el Acuerdo de París sobre cambio climático, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la OMS, luego de una equívoca respuesta al covid.
En 2020 aprobó un presupuesto militar de 778.400 millones de dólares. Impulsó ejercicios en las fronteras de Rusia; acabó el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio; pactó el retiro de tropas de Siria y Afganistán; aumentó la presencia en el mar Meridional de China; apoyó con armas a Taiwán; se acercó a Corea del Norte y creó la Fuerza Espacial.
Apoyó la anexión de parte de Cisjordania que hizo Netanyahu; ubicó su embajada en Jerusalén; lo acercó a poderes árabes; rompió el acuerdo nuclear con Irán y visó el asesinato de líderes iraníes. En América, endureció el trato a Cuba y “puso” a Guaidó en Venezuela (cfr.org-Jiménez sur.org).
El autoritarismo de Trump se plasmó en la política migratoria racista, con muro y vetos; en el discurso autocrático contra la oposición y la prensa; en la “influencia dañina” en el sistema judicial y la administración pública; en relaciones institucionales supeditadas a lealtades (Campbell, 2022; Fisher, Claremont, 2021) y, lo peor, en la conducta connivente con la toma del Capitolio por seguidores el 6 de enero de 2021. Contra la ortodoxia republicana, disparó el gasto público en la pandemia en 4 billones de dólares más, subió la deuda pública del 76 al 99 por ciento del PIB y el déficit fiscal fue -14,6 por ciento en 2020.
Por su lado, Biden-Harris al frente de la superpotencia dan respaldos determinantes a la prolongada guerra Ucrania-Rusia y a la masacre de 40.000 muertos ejecutada por Netanyahu en Palestina. En 2024, el presupuesto militar alzó a 886.000 millones de dólares, 15 por ciento más que en 2020.
En defensa nacional, las prioridades son similares a las de Trump. Este “se centró en igual medida en Rusia y China”, mientras “Biden enfatizó en China”, que por “recursos y tamaño, es el desafío potencial a seguir”. “Hay una modesta diferencia de opinión”, según Michael O’Hanlon (Brookings 12/9/24).
“Estados Unidos, no China, ganará la competencia por el siglo XXI”, dice Harris, que apoya “la autodefensa de Taiwán”. Cree que la Otan es “la mayor alianza militar que el mundo ha conocido” y, para contrarrestar a China, avaló en el Indo-Pacífico tratados militares con países de la zona. Prometió a líderes de África ayuda militar y cooperación social y económica (cfr.org) y en Suramérica se dejó la iniciativa al Comando Sur, que proyecta más bases militares de las 46 que ya tiene.
Con Trump y con Biden-Harris, el crecimiento económico promedió 2,3 por ciento. El empleo no retornó a niveles de 2019, tras un desempleo de 14,9 por ciento con el covid. La inflación subió de 1,4 por ciento a ser ahora “dolor en la bomba de gasolina y en el supermercado” y la tasa de interés de 5 demuele el ahorro y amenaza el mercado de vivienda. La economía es asignatura pendiente (Heritage, BBC, Forbes, GIS).
Trump y Harris conectan con la comunidad corporativa, el 0,5 por ciento de la población que acrecienta su participación en la riqueza y domina las decisiones gubernamentales con una red de planeación de políticas, compuesta por fundaciones, como Ford o Carnegie; por tanques de pensamiento, como Brookings o Urban Institute o grupos como Business Roundtable o Business Council (Domhoff, 2022).
A Kamala, George Soros, Eric Schmidt (Alphabet) o Christy Walton (Walmart) y otros magnates le donan 58 por ciento de 770 millones de dólares que colectó hasta agosto; mientras a Trump, Elon Musk (Tesla), Tim Mellon (finanzas) o Kelcy Warren (gas) y unos más le aportan 67 por ciento de 574 (opensecrets.org). Billonarios que degustaron sus frutos, ellos sí que los conocen y, al contrario, por lo amargo, las neocolonias también.