Donald Trump no va a ir a la guerra por Venezuela. Es así de simple. Seguir apoyando esa opción es una alternativa falsa que genera caos y dificulta la toma de decisiones. Trump ha sido claro: no está en su ADN apoyar una invasión. Ocasionalmente insinúa un ataque, pero es más hablar por hablar. En el libro El cuarto donde ocurrió (The Room Where It Happened), de John Bolton, exasesor de seguridad nacional, esta postura se repite en varias ocasiones. A Trump no le gustan las confrontaciones, y mucho menos si hay posibilidad de perder. Eso le espanta. En su libro, Bolton lo describe como inseguro; es evidente en el caso de Venezuela. Nunca hubo un plan, solo tuits. Venezuela nunca fue un proyecto; apenas fue un tema electoral (los 29 votos electorales de la Florida).
A las opiniones de Trump les falta profundidad. Profundidad que les permita ser reales. Profundidad para ser loable. Profundidad para hacer la diferencia. Con Venezuela no pasó de ser una idea que le saltó a la cabeza: “Hay que terminar el régimen de Nicolás Maduro. Es la quinta vez que lo pido”, dijo Trump en agosto de 2018. Incluso el pedido de opciones militares del año anterior lo hizo sin pensar. Fue una idea y ya. Sorprende el impacto que generó su declaración; una reacción que correspondería a otro presidente, no a este, que entre otras aseguró que Venezuela pertenece a Estados Unidos. Son pensamientos sin orden. Reflejan más una emoción. En enero de 2019, cuando Estados Unidos decidía el apoyo a Juan Guaidó como presidente legítimo venezolano, a Trump le preocupaba que Guaidó fuera “extremadamente leal a los Estados Unidos y a nadie más”. Así lo señala Bolton en su libro. Por eso, su respaldo fue muy débil. A menos de 48 horas de endosarlo, Trump ya tenía dudas. Según el libro, Trump le comentó a Bolton que “todo el Ejército estaba con él” (Maduro), y su percepción de que “Maduro es fuerte. A este niño [Guaidó] no lo conoce nadie”. El 3 de marzo de 2019 Trump había perdido la fe en el venezolano. “Él [Guaidó] no tiene lo que se necesita”, le confesó a Bolton. Por eso a nadie le sorprendió su reciente cambio de posición sobre Guaidó. Dijo que “podía vivir con él o sin él” y que estaba dispuesto a reunirse con Nicolás Maduro. Y, gracias a la furia de los senadores republicanos de Florida, Trump condicionó el encuentro con Maduro si se acordaba su retiro del poder. Ya era clara la falta de confianza en Guaidó. No había corrección que valiera.
Venezuela no es fácil y Trump aprendió esa lección. A Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, le preocupaba el impacto del Gobierno de Maduro sobre las compañías estadounidenses, más que la misión de tumbarlo, señala Bolton. El secretario de Estado, Mike Pompeo, cerró la embajada de Caracas y devolvió todo el personal a Washington. Una decisión criticada por Bolton, pero que contó con el apoyo total de Trump. El presidente temía repercusiones si algo no salía bien. Es muy difícil coordinar esta acción por fuera de Venezuela (lo mismo le pasa a Colombia). Para Colombia el libro de Bolton tampoco es bueno. El país es un participante, mas no un líder. En particular, Bolton consideró un error el manejo de la frontera y la ayuda humanitaria. Cree que a Colombia le faltó un plan B. Tal vez la mejor anécdota viene del entonces canciller Carlos Holmes Trujillo. Se dice que le regaló a Bolton unas libretas amarillas. Hacían referencia a la anotación de 5.000 tropas estadounidenses a Colombia, que Bolton le mostró a la prensa. No era en serio; Estados Unidos nunca pensó en una invasión.
En la Casa Blanca, Venezuela era una idea sin futuro. Eso lo describe al detalle Bolton en su libro. Nunca se preparó un plan del día después en caso de ser exitoso el complot contra Maduro. En últimas, era una apuesta sin dólares. Venezuela era el único tema entre Colombia y Estados Unidos. Ya quedó relegado al cuarto de San Alejo. Ya no le interesa a Trump.