E incluso en el sueño, el dolorque no podemos olvidar sigue horadandogota a gota el corazón.EsquiloEl docto librero Felipe Ossa, recientemente desaparecido, escribió sobre Silvia Galvis, de cuya partida se cumplieron quince años el 20 de septiembre: “Gentil, amable, tímida. Poseía la noble elegancia de la prudencia, en la vida social y en la amistad. Pero la audacia y el valor civil, en sus denuncias y en sus ataques a la corrupción y a la bellaquería de los políticos colombianos. Silvia practicaba, desde la aristocracia del espíritu, el noble y olvidado arte de pensar y soñar, de imaginar historias y recrear personajes. Los libros, la lectura, eran para ella alimentos del alma. Se recreaba y deleitaba en su rico mundo interior, lejos de la pompa y las circunstancias. No se afanaba por honores y glorias efímeras. El cine, la música, el teatro: todas las cosas bellas que nos ha dado el genio de los grandes creadores, eran su placer y su gozo. Un ser de recio y corajudo carácter. Un alma poderosa, en un cuerpo de frágil salud. Tenía un maravilloso sentido del humor, cargado de ironía y agudeza.

Una mujer de pensamiento libre, ajena a fanatismos y fundamentalismos, le indignaban la injusticia, la arbitrariedad, la explotación de la miseria humana. Sus ideales eran los de los grandes libertarios: los que con sus luces despejaron el mundo de las tinieblas de la ignorancia y del fetichismo religioso. Muchas veces, que ahora me parecen pocas, departí, en compañía de amigos y seres entrañables, amables y divertidas reuniones en donde se hablaba de todo lo divino y lo humano. Silvia iluminaba estas veladas, con su chispa y su ingenio. Con ese desparpajado hablar santandereano, franco y directo. ¡Ah de la vida breve y la fugaz alegría! Como recuerdo hoy este tiempo, como algo único. Un titilar de estrellas, que brillan un momento para luego perderse en el negro infinito del abismo insondable. Pero solo en el recuerdo perdura lo que amamos”.

Silvia fue humorista, como recordaba Felipe, porque se expresaba con humor y cultivaba el humorismo en sus escritos. También fue amorista –un vocablo que hace falta en el diccionario–, porque dispensaba amor a manos llenas. Pero vivió más de la mitad de su vida en medio del desamor. No estuvo rodeada de personas de su misma sensibilidad y delicadeza o dotadas de afecto. Cuando ya tenía dos hijos y más de diez años de casada, le confió a una amiga que anhelaba que alguien la quisiera. En 1986, ya divorciada, anotó en su diario: “La relación con Alberto es muy honda. Me ha dado mucho afecto y apoyo. Me devolvió la confianza en mí misma. Me hizo recuperar mi autoestima que andaba agonizante. Es una persona muy especial, sensible, solidario, inmensamente afectuoso. Para mí, esas demostraciones de afecto tan espontáneas, tan desprevenidas, fueron un descubrimiento maravilloso en mi vida. Yo estaba acostumbrándome a la idea de que el rechazo y el aislamiento eran mi única e inevitable realidad. Supe que la vida podía ser diferente, que podría tener abundancia cuando siempre había conocido la escasez”.

Conocí a Silvia porque hace cuarenta años los que hacíamos periodismo investigativo en Colombia nos contábamos en los dedos de una mano. Silvia me dijo siempre, desde cuando nos conocimos y hasta el final, que no sabía qué habría sido de su vida si yo no hubiera aparecido. A la muerte de Silvia, su hija me escribió: “Tú la ayudaste a florecer. Mi mamá era una semilla que no podía florecer antes”. Su hijo me escribió: “Alberto, muchas gracias por sus palabras. Y quiero aprovechar para volverle a decir que a esas gracias, hay que sumarles infinitas más por haber sido con mi mamá como fue. Por haberla cuidado como la cuidó, por haberla entendido como la entendió, pero sobre todo, por haberla valorado como la valoró. Eso es lo más importante de todo y es algo que lo vamos a saber y a tener en la mente hasta el día en que nos vayamos a acompañarla”.

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Todos los libros de Silvia Galvis se pueden leer en ellibrototal.com, la mayor biblioteca digital hispana del mundo, gracias a la generosa iniciativa de Álvaro Navas, Daniel Navas y Sandra Cuesta: Soledad, La mujer que sabía demasiado, Los García Márquez, Sabor a mí, Un mal asunto, Colombia Nazi, El jefe supremo y otros más. También un libro de cartas inéditas: Silvia sublime, Silvia infinita.