He visto con mucha preocupación la realidad política y social de Colombia. Definitivamente no vamos bien como país: conocemos los riesgos asociados a las decisiones que toma este Gobierno. Sin embargo, más allá de las reformas y las políticas, hay que preguntarnos por ciertos asuntos que develan un deterioro evidente en la sociedad misma. A los ataques personales en todas las esferas, al odio y la división hay que ponerles freno urgentemente. Hacer un alto en el camino.

Nos seguimos dejando llevar por odios mezquinos e infructuosos que no nos llevan a ninguna parte y, tristemente, hay líderes, dirigentes y representantes políticos en todo el país que, en lugar de dar ejemplo de respeto, alimentan las peores emociones que puede tener una sociedad. Por ahí no es el camino y no necesitamos otra tragedia, como la reciente pandemia, para recordarnos que lo más importante es la vida, la libertad y el otro.

Más allá de las críticas justificadas y argumentadas que se pueden hacer desde el respeto hacia decisiones con las que no estamos de acuerdo, es vital preguntarnos por la ética, la moral y los valores. Mi llamado es a reflexionar individual y colectivamente, no dejarnos llevar por la rabia, exacerbada tantas veces por el mal uso de las redes sociales, ni permitir que el odio haga daño en nuestros corazones. La política debe ser un espacio de encuentro, deliberación y construcción desde el respeto, en el que se reconozca la humanidad que habita en el otro y donde las diferencias se comprendan como riqueza y no como amenaza.

Hay muchos ejemplos recientes que evidencian la manera en que diferentes tipos de liderazgos están promoviendo el odio, los ataques personales y la falta de respeto con el otro: en días pasados, el presidente Petro, a través de una actitud y una frase de burla, hizo alusión a una condición de salud que sufrió el expresidente Juan Manuel Santos. También hace unos días, el expresidente Iván Duque fue increpado, de mala fe, mientras caminaba con su familia, por un hombre que fingió querer tomarse una foto con él para atacarlo verbalmente y luego publicar el video en sus redes como una supuesta “entrevista periodística”. La vicepresidenta Francia Márquez ha recibido continuos ataques racistas. El excongresista Navas Talero ha insultado y amenazado a Claudia López proponiendo comprar “silenciadores” para callar a la alcaldesa de Bogotá. Sumado a esto, están los ataques y descalificaciones reiteradas a la prensa por parte del presidente Petro, entre muchos otros ejemplos.

Incluso hay mandatarios –que no vale la pena mencionar– que se burlaron de la gente que marchaba de manera pacífica el pasado martes 20 de junio. El mismo Petro, desde Francia, señaló que los ciudadanos que se movilizaron eran la “clase media alta arribista”. Nada más erróneo e insultante. Desde todos los sectores políticos encontramos ejemplos de situaciones que tienen como objetivo generar odio, división e incluso violencia política de carácter físico o psicológico. No podemos pensar ni permitir que el fin del ejercicio político y ciudadano sea llegar a la destrucción del otro. Por eso, insisto en que los debates públicos deben darse desde el respeto, la moderación y los argumentos, y que la libertad de expresión debe ir de la mano del deber moral y constitucional de enaltecer a todos los colombianos y respetarlos en su dignidad.

Es claro que soy contradictor de Petro, y continuaré ejerciendo mi derecho a la legítima y democrática oposición política, pero nunca estaré de acuerdo con los ataques de carácter personal. No apoyo ni apoyaré ofensas, injurias y acciones violentas contra ningún ser humano, sin importar cuán en desacuerdo estemos. Esa no es la manera de dignificar la política ni construir confianza ciudadana.

Es muy común escuchar que la política va por un lado y la ética por otro. Yo creo que no, ambas van de la mano y le apuntan a una misma finalidad: una buena vida en comunidad. Por esto, preocupa enormemente que desde las campañas se promueva “correr líneas éticas” con tal de ganar, pues eso indica que no las corrieron, sino que nunca las tuvieron.

Si algo les aprendí a mis papás, que me cuidan desde el cielo, fue el respeto. Siempre me decían: “Fico, duro con los argumentos, suave con las personas”. Por esta razón, no puedo ser indiferente cuando se utilizan la política, la libertad de expresión, las redes sociales y la posibilidad de actuar en lo público como herramientas que denigren al otro, degraden los verdaderos valores democráticos y hagan ver lo malo como lo bueno o lo normal. No, Colombia, por ahí no es. La verdadera paz, el verdadero cambio, comienza por cada uno de nosotros y la relación con los demás. Necesitamos hacer un alto en el camino y tener un norte claro del ejercicio político y ciudadano de la mano de valores innegociables como el respeto por el otro, su integridad y su dignidad.