Le pedí a mi mujer que me ayudara a redactar la carta para retirar las cesantías y me gané un regaño: –¿No sabes que son para una emergencia? –me espetó. –La vez pasada las retiré para pagar un jugo de mandarina en Gamberro. –¿Qué es Gamberro? –Un restaurante. Pero esta vez lo hago para algo que le va a encantar a la familia: comprar boletas para la rifa del avión presidencial de México.
La idea se me ocurrió al observar al presidente López Obrador en una escena televisiva que recordaba los mejores momentos del licenciado Raúl Velasco en Siempre en domingo: sobre una tarima, y micrófono en mano, el mandatario animaba al auditorio para que participara en la rifa de su avión presidencial. El Petro azteca posaba de austero y pretendía cambiar el Boeing presidencial por un Uber, aun un Uber X, aprovechando que el Gobierno mexicano no ha dado de baja la aplicación. Porque allá no creen en la economía naranja. –¿Y qué haces si te ganas el avión? –me espetó mi mujer. –Pues vender el carro, o rifarlo –le dije–: y llevar a la familia en avión a donde queramos ir. Incluyendo al restaurante Gamberro. Suspiró con un espasmo que podía ser de furia contenida o de paciencia terminal, nunca he podido determinarlo. –¿Y de dónde vas a sacar para la gasolina? –preguntó. –¡Pues tanqueamos en Venezuela, que allá es regalada! –le expliqué–: ¡Para eso tenemos un avión! –¿Y la tripulación? ¿Y los pilotos? –Llamamos a tu hermana y a tus primas. Y de piloto contratamos al que mató a tres ladrones. –Ese era un médico, no un piloto –concluyó antes de darme la espalda y quedarse dormida. Qué lindo sería ganarme el avión, pensé, mientras la ilusión me ayudaba a conciliar el sueño. Qué lindo hacer un paseo a los Llanos un fin de semana y que no me importe si está lloviendo; prestarlo a quienes tengan finca en Anapoima para que por primera vez se demoren menos de cuatro horas en el viaje; chicanear cuando lo parquee en Unicentro, o compararlo con el jet de Maluma, el de J Balvin o Julio Gerlein, entre otros aviones colombianos. Lo primero que haría si me gano el avión sería prestárselo a Juan Guaidó para ahorrarle dinero a los colombianos: ¿cuántas millas ha acumulado gracias al gobierno de Duque? Y lo segundo sería rescatar a los colombianos que están abandonados en China. No sé si leyeron la noticia. Había catorce colombianos en la provincia en que se originó el coronavirus, pero la embajada solo tenía dinero para repatriar a siete. La misma embajada, por eso, propuso hacer una rifa para determinar a los ganadores. ¿No resulta deprimente? ¿En qué momento el presidente de México rifa un avión y el de Colombia unos tiquetes? Apoyado en mi sueño, enfrenté las noticias semanales con buen ánimo, pero no resultaba sencillo. Los titulares del trópico causaban ganas de volarse del país, y en un avión: el director del Centro de Memoria Histórica olvidó responder una carta y por eso retiraron a la entidad de una importante organización internacional. El Gobierno dio ejemplo de compromiso con el medioambiente y se dedicó al reciclaje: pasó a la ministra del Trabajo al cargo de ministra del Interior, y a la ministra del Interior la nombró como consejera para los derechos humanos: un nombramiento semifallido. El general Zapateiro, que nunca ha lamentado el asesinato de un líder social, deploró la muerte de Popeye. Aída Merlano volvió a caer, pero esta vez sobre un charco en Venezuela, y salpicó a los Char, a Uribe, a Santos. Y, por si fuera poco, la ministra Arango propuso cotizar por raticos y afirmó que uno no necesita contratar un ingeniero de sistemas un día entero, sino apenas dos horas. Pobre: no sabe al gremio que se acaba de echar encima. Me la imagino cuando se le trabe el disco duro: –Llamen al muchacho de los computadores: el computador no prende y mañana tengo consejo de ministros… –Vino de ocho a diez, ministra: le toca llevarlo a Unilago. Si la idea de cotizar por horas prospera, es posible que algunos oficios terminen pauperizados, es cierto, pero a la vez los funcionarios trabajarán por el tiempo real de su desempeño. Nancy Patricia Gutiérrez cotizará ya no por horas, sino por minutos. El director del Centro de Memoria Histórica olvidaría cotizar. Y los pilotos de avión cobrarán únicamente por las horas que dure el vuelo, incluyendo el de López Obrador, que trabajará para mí. Se lo comenté de nuevo a mi mujer, pero fue concluyente. –Deja la bobada, por favor –me espetó.
Y mientras lamentaba haberme convertido en un columnista incapaz de cumplir sus deseos (un columnista al que su esposa no toma en serio, un columnista que utiliza el verbo espetar) abandoné por completo la idea de participar en la rifa del avión. Lo lamento por Guaidó, lo lamento por los colombianos en la China. En adelante, mis sueños serán más sencillos: convertir a mi mujer en ingeniera de sistemas, por ejemplo. Viajar a México para montar en Uber. O tomarme un jugo de mandarina con el general Zapateiro en Gamberro, y que lo pague él.