Estos días de enero en Bogotá hacen añorar que la ciudad fuera siempre así. El aire se siente nuevo, da gusto andar por las avenidas con menos tráfico, menos gente, menos desorden y más sol. La llegada de la nueva administración viene cargada con un halo de esperanza que hacía mucha falta: un tono conciliador, el compromiso de priorizar a los más vulnerables y una dosis de responsabilidad discursiva, en donde las restricciones en términos de recursos y resultados se ponen de presente, partiendo de la búsqueda de eficiencias, o en otras palabras, tratar de hacer más con menos.
Este cambio de ánimo comunal debería motivarnos a modificar comportamientos sociales que ayuden a construir una ciudad más amable para todos y a generar eficiencias que permitan el mejor uso de los recursos públicos. Los pequeños cambios de hábitos, que en principio suenan insignificantes, pueden ser detonantes de grandes transformaciones sociales.
James Clear, autor de Hábitos atómicos, uno de los libros más vendidos en los últimos años (y muy recomendado si no se lo han leído), ilustra con numerosos y variados ejemplos cómo ajustes pequeños, pero sistemáticos, en comportamientos pueden generar grandes beneficios sociales como la reducción de más del 30 % en el número de accidentes en el metro de Nueva York, o la mejora en el nivel de limpieza de los baños públicos del aeropuerto de Schipol en Ámsterdam, con mejoras en los niveles de servicio y ahorros relevantes. Estos ejemplos combinan cambios en procedimientos y en entornos que inducen modificaciones de hábitos que en el agregado produce resultados asombrosos.
Los bogotanos ya lo vivimos. Muchos aún extrañamos el avance que se dio en la administración Mockus en materia de cultura ciudadana: las tarjetas con señales de aprobación o desaprobación como mecanismo para gestionar diferencias al manejar, los incentivos sociales para promover el respeto de las cebras o las intersecciones de cruces generaron un beneficio palpable en materia de convivencia y movilidad.
La economía del comportamiento es probablemente la rama de la economía que más información ha acumulado acerca de cómo alteraciones en el entorno o en incentivos desencadenan cambios en comportamientos que pueden ser aprovechados para la implementación de políticas públicas. Existe abundante literatura sobre el uso de este tipo de herramientas para mejorar el recaudo de impuestos y multas, el ahorro de energía o la seguridad vial a costos marginales, para mencionar sólo algunos ejemplos.
La loable intención de la actual administración de mejorar la eficiencia en el gasto público bien puede apoyarse en muchas herramientas de la economía del comportamiento y del buen momento que se respira en la ciudad para que, como propone Clear, se introduzcan pequeños cambios que generen resultados extraordinarios para la ciudad. Medidas como pintar los carriles, hacer un curso de normas de tránsito para los rappitenderos, controlar a quienes se parquean en vías principales, y hacer jornadas de recolección de escombros serían logros tangibles que motivarían aún más a los ciudadanos a hacer su aporte.
Es un nuevo año, un nuevo comienzo y la oportunidad de reinventarnos como habitantes de Bogotá. Los estudiosos del tema muestran también que somos más propensos a comprometernos y ser exitosos en cambios comportamentales en momentos específicos: empezando el año, los lunes o el primer día del mes. El momento es ahora.
Desde las cosas más sencillas como saludar en la calle, ceder el puesto en el transporte público o ser peatones más prudentes hay mucho espacio para mejorar la convivencia ciudadana y de paso ahorrar recursos públicos. Una mejora de 1 % al día, nos lleva a ser 37 veces mejores al cabo de un año. Mejorar 1 % en alguno de nuestros comportamientos que afectan a otros habitantes de Bogotá es una forma sencilla y realista de apoyar la alcaldía de Galán, a la que todos queremos y necesitamos que le vaya bien.