Son impactantes las cifras del DANE que muestran la dramática reducción de nacimientos en Colombia. Demuestran cómo viene cambiando la mentalidad de los colombianos. Un fenómeno complejo que es imprescindible analizar, tanto en sus causas, como en sus consecuencias.
En Colombia, antes de 2020, se registraban más de 750 mil nacimientos al año, y esta cifra venía disminuyendo de manera parsimoniosa –alrededor de 1 por ciento anual-. La tendencia a la baja aumentó al 3 por ciento durante la pandemia, pero se acentuó sustancialmente en 2023 -9.7 por ciento menos nacimientos-. En lo corrido de 2024 vamos a menos 14.6 por ciento. Así las cosas, es posible, apenas superemos los 500 mil nacimientos en el presente año.
Imposible no ligar la debacle demográfica a otras tendencias igualmente preocupantes. En primer lugar, al crecimiento en la migración de connacionales: Se estima que más de un millón y medio de colombianos salió del país en los últimos años. Según Migración Colombia, en enero de 2024, de los 513 mil connacionales que salieron del país, 192 mil lo hicieron para no volver. El 37 por ciento de quienes salen del país lo hacen en la búsqueda de residencia en el exterior.
En segundo término, según la Encuesta Integrada de Hogares del DANE, entre diciembre de 2023 y febrero de 2024, más de 2.9 millones de jóvenes colombianos –menores de 28 años- no se encuentran empleados, ni tampoco participan del sistema educativo. Están literalmente haciendo nada, no tienen presente y no ven un futuro.
Son los jóvenes quienes están dejando de contribuir a la natalidad. En tan solo cuatro años esa cuota se redujo en hombres de aproximadamente el 22 al 17 por ciento en el grupo de 20 a 24 años y del 28 al 25 por ciento entre los 25 a 29 años. Para el caso específico de las mujeres -entre 20 y 24 años- pasó del 28 al 24 por ciento, mientras que aumentó en los demás grupos.
Incidentalmente, se redujo porcentualmente el embarazo adolescente en ambos sexos, lo cual parece una buena noticia en medio del desajuste. Es posible que se haya reducido más por el desánimo de esa generación que por las políticas de los gobiernos. Aún tenemos mucho por aprender sobre los factores sociales y psicológicos detrás de las decisiones de las personas que empujan los cambios demográficos.
Un país que no puede reemplazar su población, debe analizar la estructura de sus programas sociales, debe prever los planes y mecanismos para resolver la inevitable reducción en la fuerza laboral; así como las demandas y contribuciones al sistema de protección social. Pero de eso no se habla hoy en Colombia. De hecho, la reforma pensional pasó por la Cámara de Representantes sin que se hubiese hecho un mínimo análisis sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones, como si mantuviésemos la estructura poblacional de hace 70 años. Quedó completamente abierta la pregunta sobre quién va a sostener lo aprobado, y lastimosamente, el informe del DANE salió tarde.
El reporte también desmintió las narrativas sobre natalidad que tratan de justificar renovadas iniciativas de reforma a la salud. El porcentaje de nacimientos con cuatro o más consultas prenatales –la recomendación a nivel global- es del 87.8 por ciento de los embarazos. Entre 2020 y 2024 creció 6.3 por ciento y es completamente posible que se logre la meta del 93 por ciento, según el compromiso del país para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Las diferencias en acceso a servicios materno-infantiles ratifican cómo los esfuerzos en salud deben dirigirse a las zonas más apartadas como la Orinoquia y la Amazonia; donde solo el 74 por ciento de las mujeres embarazadas completó el esquema de controles prenatales. Tristemente, en la población Wayuú el 14.7 por ciento de los niños nace sin control prenatal alguno. Cerca del 48 por ciento no completa los cuatro controles.
Es un hecho que perderemos otros dos años discutiendo sobre programas preventivos y equipos de salud inefectivos; en lugar de enfilar nuestros esfuerzos en estrategias focalizadas en las regiones y poblaciones del país donde más se requiere. Donde también más se dilapidan recursos en soluciones antitécnicas y motivadas por razones diferentes a las de salud pública.
También es necesario repensar la educación en el contexto de los cambios demográficos. Ya se evidencian la deserción y renuencia a estudiar carreras universitarias entre los jóvenes. Pero, la reducción en la demanda de educación básica será un hecho y Colombia, en lugar de prepararse; anda metido en una narrativa inocua sobre el derecho humano a la educación. Por supuesto que educarse es un derecho humano, pero el verdadero derecho que se debería reivindicar es educarse con la calidad que permita reducir la inequidad en la educación entre los colombianos.
¿Dónde está el plan de mejoramiento de la educación básica que pueda partir de la reducción ineludible en la demanda educativa y que permitiría reorganizar el sistema de educación pública? Es evidente que no existe, pero tampoco se está pensando en el futuro. ¿Será que hay que pedir permiso a Fecode?
Reflexionemos: Se aceleró la transición demográfica y se nos vino en encima un país de adultos de mediana edad sin que aún estemos preparados. Este es un tema que debemos como sociedad empezar a planear desde ahora. Más allá de las veleidades de un Gobierno, que empieza a agonizar bajo montañas de discursos y narrativas que han perdido todo su efecto.