La manipulación descarada de algunos medios de comunicación fue fundamental para la victoria de Duque, como lo fue en las dos últimas décadas para la expansión paramilitar. No olvidemos que el Tribunal Superior de Bogotá, en un polémico fallo de octubre de 2014 contra el comandante de las AUC, Salvatore Mancuso, resaltó el papel de estos en el conflicto armado y la “complacencia” manifiesta con el paramilitarismo, dejada en evidencia en esas largas entrevistas a Carlos Castaño Gil y a otros jefes de la organización armada ilegal en las que “publicitaban su discurso antisubversivo”. Para el alto tribunal, la prensa “fue fundamental en la propagación y legitimación de los discursos de odio”, replicados por algunos altos funcionarios del gobierno de turno y destacados miembros de las Fuerzas Armadas.Fueron manifestaciones de apoyo, pero también de una violencia amenazadora, como lo fue la gran mayoría de las entrevistas que “destacados periodistas” y medios de comunicación le hicieron a Gustavo Petro, donde se intentó ridiculizarlo, hacerlos ver como un mentiroso, un tramposo compulsivo que evadía pagar la administración del edificio donde reside, exigiéndole mostrar su declaración de renta o haciendo ver que detrás de la compra que hizo de una casa a las afuera de Bogotá había “algo turbio”, pues cómo era posible que él (un exguerrillero) pudiera adquirir un predio avaluado, según el sesudo entrevistador, en un millón de dólares, sin reflexionar siquiera que Petro fue durante varios periodos senador de la república y alcalde de Bogotá, lo que le ha permitido que la banca acceda a hacerle algunos préstamos que, como cualquier ciudadano asalariado, debe pagar por cuotas mensuales.Pero no fue solo Arismendi, un señor que, como argumentador y periodista, deja mucho que desear, y no me refiero solo al escandaloso tema de los Papeles de Panamá, sobre el cual sus colegas de la radio y la televisión han guardado un solemne silencio sepulcral, sino también a su falta de ética, ese principio rector que es la base de los actos sociales, pero que en la vida profesional de un ciudadano, sea funcionario, abogado o artista, debe ser como un farol que alumbre el camino de la colectividad y no la piedra en el zapato de alguien. Que Arismendi tenga un largo rabo de paja que no que le permite acercarse a la candela, es solo una de las razones expuesta por el gran Kapuscinki en su libro “sobre el buen periodismo”, editado en español por Anagrama y que lleva por título Los cínicos no sirven para este oficio. Y no sirven porque la esencia de ese buen periodismo es investigar y decir las cosas que pueden afectar y dejar al descubierto hechos, generalmente negativos, que son necesarios que la sociedad conozca.El buen periodismo –lo otro es farándula- no es preguntarle a un candidato presidencial en la recta final de la campaña, que, entre otras cosas, se ha negado a debatir en público con su rival, si le gusta o no el rock, si toca la guitarra o la batería, si se tintura el cabello o si le gustan los mecatos, o cuáles son sus grupos musicales favoritos. No es ponerlo a cantar en un escenario o a bailar champeta, tampoco es acosarlo, como hizo esa “lumbrera” de la radio (Luis Carlos Vélez) con el candidato Gustavo Petro. Creer que porque se es dueño de un micrófono se tiene el derecho a insultar es la primera señal del periodista patético y ramplón. Un buen entrevistador es aquel que hace preguntas punzantes, pero serenas, que no le develan al invitado su sesgo ideológico porque lo importante es que el entrevistado hable. Un periodista ramplón como el señor Vélez, por el contrario, cree que insultar e intentar humillar al entrevistado es sinónimo de sagacidad, cuando en realidad lo único que deja al descubierto es su profunda torpeza y su falta creatividad para que la entrevista fluya como el río entre las rocas.Que un medio de comunicación se rinda a los pies del poder es la primera señal del cinismo del que hace referencia Ryzard Kapuscinski. Inclinar la balanza hasta el extremo de tocar el piso no es hacer periodismo sino relaciones públicas. Petro no era un enemigo, era solo un ciudadano que aspiraba a ocupar la Presidencia de la República durante los cuatro años reglamentados por la Constitución Política, pero para algunos periodistas (entre estos Vélez y Arismendi) era solo un exguerrillero. De ahí la insidiosa pregunta del mequetrefe entrevistador sobre cuántos años pensaba quedarse en el poder si lograba llegar a la Casa de Nariño. Una pregunta insultante porque el objetivo de la misma era hacerlo ver como el Maduro colombiano. Así de patético y descerebrado lució el señor, pero el bobo, por lo general, nunca se da cuenta de que lo es porque su síndrome es, precisamente, creer que los otros lo son.Un periodismo que interpone los intereses personales por encima de la verdad de los hechos es solo un pasquín. Aunque la creatividad se asocia por lo general con la lúdica, y entre estas con los libros de ficción, todo arte es necesariamente creativo. El periodismo, enmarcado dentro los estudios de la comunicación, es creatividad. No invención en el sentido de sacar conejos del sombrero, sino de la profundidad y los formatos utilizados para llegar a la verdad, no para insultar y ridiculizar y, de paso, interrumpir los aportes del entrevistado, como lo hizo repetidamente esa “lumbrera” de la radio nacional.A Petro no lo mataron a tiros, como sí lo hicieron en el pasado con otros candidatos presidenciales con posibilidades de llegar a la Casa de Nariño, pero lo acribillaron los medios de comunicación desde todos los ángulos porque fueron construyendo a su alrededor esa imagen negativa relacionada con la crisis económica de Venezuela, dejando ver subrepticiamente que si se convertía en presidente el país se vería reflejado en ese espejo retrovisor. Una mentira que no crearon los medios, por supuesto, pero que alimentaron en la medida en que publicitaban, en cada emisión de noticias, los discursos de una derecha extrema representada en el senador Uribe, el candidato Germán Vargas, el exprocurador Ordóñez y Viviane Morales, entre otros. Discursos de odio que incentivaron la xenofobia, la homofobia, el racismo y, por supuesto, el clasismo, pues en un país donde gran parte de su población solo tiene acceso a la información a través de dos canales de televisión, donde los realities y las telenovelas son sus mayores productos audiovisuales, ocupando un lugar importante en la vida de los grupos sociales, hablar de castrochavismo, una palabra compuesta que le dio vida un señor acusado de múltiples delitos y que buscaba incentivar el miedo en una población mayoritariamente desinformada y pobre, era remitirnos a la Cuba de los Castro y a la Venezuela de Chávez. O, mejor, a la imagen distorsionada que los medios gringos y algunos latinoamericanos han creado en torno a estos países y, en particular, de sus mandatarios.Que un país empobrecido por una clase dirigente a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI vote por los mismos que originaron su pobreza solo puede explicarse desde el punto de vista de la educación y de la escasa cultura política, pero también desde esa gran influencia que ejercen los medios de comunicación (especialmente la televisión) sobre un alto número de pobladores y los intereses económicos de los propietarios de los canales por mantener estrechas relaciones con el poder. Que algunos medios financien las campañas de influyentes políticos como Uribe pone de manifiesto esos intereses que se materializarán luego en jugosos contratos publicitarios y la rebaja de algunos impuestos. Que el paramilitarismo haya sido un fenómeno que arrasó poblaciones enteras, desterró a miles de campesinos y desplazó a millones se debió, entre otros hechos, a la ‘complacencia‘ de algunos medios de comunicación que, como lo dejó consignado el Tribunal Superior de Bogotá en ese histórico fallo de 2014 contra Mancuso, “la prensa fue fundamental en la propagación y legitimación de los discursos de odio”. En otras palabras, convirtieron a unos criminales y narcotraficantes en héroes de la patria. En Twitter: @joaquinroblesza(*) Magíster en comunicación.