“hoy hablaron los colombianos, los estamos escuchando”, fue una de las frases que pronunció el presidente Iván Duque, en su corta alocución presidencial de las diez de la noche del 21N. Sin embargo, luego de oírlo me quedó claro que Duque es un presidente enconchado en su torre de marfil al que le está costando oír.
Su esperada alocución resultó un balde de agua fría: tuvo el tono de un parte de orden público, en el que hubo más tiempo para enumerar los destrozos cometidos por una minoría vandálica que para que nos contara qué era lo que había escuchado de lo “hablado” por los colombianos. Hay un descontento por el rumbo que ha tomado el país. Hay una juventud que siente que la están devolviendo al pasado y que se resiste a volver a la guerra. Primera precisión, si es que queremos llamar las cosas por su nombre: los colombianos no “hablaron” el jueves pasado, presidente. Salieron a protestar y a demostrar su descontento por varias políticas de este Gobierno. Lo hicieron, además, de manera pacífica en su gran mayoría, desafiando a los profetas del desastre que avizoraban en su bola de cristal que esta marcha iba a ser violenta y que iba a acabar con 200 años de vida republicana. Puedo dar fe de eso porque la cubrí desde el Planetario hasta la plaza de Bolívar. Fueron ríos de gente los que salieron a las calles, y no todos protestaron por las mismas razones: las centrales obreras y los sindicatos marcharon en contra de las reformas en ciernes que hablan de flexibilidad laboral y de una reforma pensional que podría suprimir el régimen de prima media –posibilidad que no descartó el ministro de Hacienda en una entrevista con BluRadio–.
Los estudiantes, tal vez el grupo más nutrido, protestaron porque sienten que se les está negando un futuro con esas reformas que están en salmuera, y no le creen al presidente cuando dice que no las va a presentar. No son bobos porque ven lo que todos vemos: que mientras el presidente las niega, otra cosa afirma su ministro de Hacienda. Los estudiantes también insisten en que Duque ha incumplido el pacto por el fortalecimiento de la universidad pública que firmaron con él, el año pasado, luego de casi tres meses de huelga. No obstante, el presidente, desde su fortaleza, insiste en decir que eso no es cierto, y proclama que su Gobierno es el que más inversión ha dedicado a la universidad pública y que, por lo tanto, protestar por eso no tiene asidero. Otro grupo no menos importante marchó por la implementación del acuerdo de paz y para mostrar su descontento con la matanza de los líderes sociales y por los bombardeos, como aquel en el que murieron ocho niños. El Gobierno, sin embargo, insiste en que sí está implementando el acuerdo, pero no acepta que hay conflicto. El partido de gobierno niega que las Farc se desmovilizaron y quiere acabar con la Ley de Restitución de Tierras. O sea, mientras dice que implementa la paz, la destruye por la puerta de atrás. ¿Que es una protesta con mucho descontento que no esta centralizada en una sola demanda?… Eso es cierto. Pero eso no la hace anárquica, como han dicho algunas voces tratando de demeritarla, sino mucho más legítima y veraz.
Lo cual me lleva a otra conclusión que es importante resaltar: esta protesta de la ciudadanía que se hizo sentir el jueves así como el cacerolazo que se escuchó hasta altas horas de la noche no son atribuibles a Gustavo Petro ni a ningún otro político. Esta protesta no le pertenece a ningún político porque contra ellos también se marchó. Esta protesta es mucho más profunda de lo que muchos imaginan y sería un error que el presidente Duque, desde su torre de marfil, termine comprando la tesis de que esta protesta tiene dueños agazapados que lo quieren tumbar. Los cacerolazos no son instigados ni por Petro, ni por el Foro de Sâo Paulo, ni por el grupo de venezolanos que, según el uribismo, podrían estar infiltrados en las marchas. Hay un descontento por el rumbo que ha tomado el país. Hay una juventud que siente que la están devolviendo al pasado y que se resiste a volver a la guerra. Hay una juventud que les exige a los gobernantes un mejor futuro, y una sociedad que pelea por sus derechos cuando estos se ven amenazados. ¿Se habrá dado cuenta el presidente Duque de lo que pasó el jueves pasado?
La solución a este descontento no es más mano dura, ni allanamientos a revistas culturales, ni censuras a revistas universitarias, ni el exceso de fuerza contra los que protestan. Esto no se soluciona con más medidas de seguridad, sino con un diálogo. Los sectores sociales se lo están pidiendo. La ciudadanía le envió ese mensaje al presidente, pero él todavía no lo ha escuchado. Un presidente enconchado solo escucha lo que quiere oír. Esa es la triste verdad. Así fue la protesta pacífica del 21N, que ahora se sigue sintiendo a través de los cacerolazos. Trabajadores, y estudiantes, como Dylan, salieron a exigirle al gobierno un mejor futuro. Hasta ahora la respuesta del gobierno ha sido la de utilizar el uso desmedido de la fuerza.