Siempre que se viaja a un sitio que nos sorprende por la actitud cívica que los lugareños tienen hacia su terruño, sus vecinos, hacia sus visitantes, recordamos, no sin cierta vergüenza, lo que acontece en nuestra ciudad, pueblo o en nuestro país. En tales circunstancias, en las que la comparación entre lo que visitamos y nuestro lugar de origen es claramente desfavorable, nos preguntamos acerca de qué tienen ellos que nos hace falta a nosotros. Y entonces debemos reconocer que no se trata solo de más riqueza o de una autoridad que obligue a cumplir las normas, pues lo que extrañamos es un ingrediente que muchas veces parece invisible, pero que es la principal argamasa que une sólidamente a una comunidad entre sí y con el sitio en el que habita. Y ese elemento mágico es el civismo, cuyo desplome en Colombia es pavoroso.
Esta semana, la aclamada actriz británica, ganadora de un premio Óscar, Tilda Swinton, presentaba en uno de los pueblos de montaña más hermosos de Colombia, Pijao, en el Quindío, la película Memoria, del afamado director tailandés –galardonado en Cannes y Venecia– Apichatpong Weerasethakul, que fue filmada allá, con la colaboración entusiasta y desinteresada de todos los vecinos, que enamoraron tanto a la actriz como al director, así como al nutrido equipo de producción que hasta allí se desplazó durante las intensas jornadas de trabajo en el film. Y lo que cautivó tanto a los extranjeros como a los colombianos que participaron en la grabación de Memoria, no fue solo la belleza de la arquitectura de la colonización antioqueña o el paisaje, patrimonio Unesco de la humanidad, ni el sinigual café que se sirve en cada rincón del pueblo, ni las imponentes montañas de árboles centenarios, ríos y quebradas cristalinas y aves sin par. La cívica actitud de los pijaenses hacia su terruño quizá estuvo entre los aspectos que más encantaron y encantan a los visitantes.
¿Por qué puede campear el civismo en aquel pueblo y, en cambio, se ha desplomado en las principales ciudades de nuestro país? Para mí, la respuesta se esconde en algo para nada desdeñable, la actitud de un segmento grande de las élites. En Pijao, lo que uno encuentra es que no pocas personas que tienen un lugar destacado en la vida intelectual, artística, ecológica, económica y social son a su vez destacados líderes cívicos, que trabajan y luchan por el cuidado de la naturaleza, que defienden sus ríos y páramos, que cultivan árboles nativos y café orgánico, que mantienen las huertas centenarias en sus casas solariegas y que no se avergüenzan ante ningún urbanita en la defensa de sus centenarias tradiciones. Esa actitud ha prendido en muchos jóvenes del lugar, que se han convertido en la vanguardia de las transformaciones que sus mayores han impulsado. Actividades culturales y artísticas globales tienen lugar allí con frecuencia, pues Pijao es el único lugar de Colombia y uno de los pocos en el hemisferio occidental que es parte de la red global Cittá slow, surgida en la Toscana y la Lombardía en Italia hace unas décadas y que promueve la preservación de la enriquecedora diversidad de los pueblos ante el avance destructor de la pretenciosa uniformidad consumista y depredadora urbana. El movimiento Cittá lente o Ciudad sin prisa, como también es conocido, ha promovido la globalmente reconocida slow food, una alternativa a las dañinas comidas rápidas.
Los habitantes de Pijao deben soportar una clase política que casi nunca da la talla y que es más obstáculo que ayuda en las transformaciones que los mismos ciudadanos sacan adelante. Pero, aun así, no se quedan cruzados de brazos ante la desidia estatal y luchan por hacer mejor a su pueblo.
Sostengo que en buena parte de nuestro país el civismo se fue a pique porque hoy la clase dirigente es un nefasto ejemplo con su anticivismo. No hay día en que las acciones criminales o de uso abusivo de sus privilegios por parte de la clase política no encabecen los titulares de las noticias judiciales. Y un país, una ciudad, son como un hogar. Si los padres no dan ejemplo, pues los hijos fácilmente se descarrían. Eso no significa que como ciudadanos no tengamos deberes que cumplir. Pero si los que están arriba no predican con su ejemplo, ¿cómo van a poder exigir de otros que cumplan con sus obligaciones?
Llevamos décadas de destrucción de lo público por la vía del robo impune y descarado, así como a través de privatizaciones que han convertido la salud, la educación, las pensiones, los servicios públicos en un negociazo para unos pocos mientras se incrementa a niveles estratosféricos la desigualdad en nuestro país. Sin una vida digna para la mayoría y con una élite que no ejerce el civismo no dejaremos de ser una bárbara montonera.