Parecería cómico, si no fuera estúpido,  esto de responder a una protesta generalizada contra la inequidad económica y social con una reforma tributaria que favorece a los ricos. Parece una provocación. Una bofetada. Aunque le hayan cambiado por dos veces el nombre para hacerla menos impotable para quienes van a padecerla –de “reforma tributaria” a “ley de financiamiento”, y de ahí a nada menos que “ley de crecimiento”–, el empeño en imponerla en estos momentos de agitación es una burla deliberada a los cientos de miles de ciudadanos que se insurgen pacíficamente en todas las ciudades del país, y hasta en los campos, más habituados a la acción armada. Que el Gobierno que propone la regresiva reforma y el Congreso que la aprueba a pupitrazos sean tan ciegos y sordos al clamor nacional, y que a la burla del texto le añadan el insulto de anunciar que van a ser reforzados los escuadrones de policía antidisturbios, que en tres semanas de represión brutal tienen ya un muerto y un parapléjico en su botín de caza, raya en la imbecilidad o en la locura.

Se trata de aumentar las ya groseras gabelas y exenciones de impuestos a los ricos. Álvaro Uribe las derramó a dos manos durante sus dos gobiernos, y Juan Manuel Santos no hizo nada por reducirlas. Porque, salvo en lo referido a la paz con las Farc, su gobierno no tenía la menor discrepancia conceptual con el de Uribe, que fue quien lo hizo elegir. Lo que propone ahora Iván Duque, igualmente elegido por Uribe, es multiplicarlas. Asegura el presidente en una entrevista periodística: “La ley de financiamiento reduce las tasas de tributación generando más inversión… y ahí es donde se concentra la mayor generación de empleo”. Y concluye, satisfecho, con una afirmación descabellada y contraevidente: “Esta reforma aumenta el recaudo”. Es evidente, y ha sido demostrado en la práctica aquí y en 20 países más, que ningún empresario crea un solo empleo si su empresa no lo necesita, simplemente por el estímulo de que le vaya a salir barato. Son los mismos argumentos usados en los años de Uribe y de Carrasquilla (pero es que estos siguen siendo los años de Uribe y de Carrasquilla): que las exenciones son necesarias para que los empresarios, es decir, los dueños del capital, generen más empleo para los obreros, a quienes les corresponde la parte del trabajo. Y así, poquito a poquito, la riqueza de arriba irá derramándose hacia abajo, como por la fuerza de la gravedad, y disminuyendo de ese modo la inequidad reinante en uno de los dos o tres países más inequitativos e inicuos de la Tierra, que es este, hoy desfachatadamente presidido por el lema de Duque: “Legalidad, Emprendimiento y Equidad”. Con los mismos previsibles resultados de entonces: que ese empleo no se creará ahora, como no se creó entonces. Titulaba en ese entonces, hace diez años, un largo artículo al respecto el exministro conservador Juan Camilo Restrepo: “Las gabelas tributarias de Uribe, un camino hacia la inequidad fiscal”. Y ahora comenta el expresidente liberal César Gaviria: la reforma “conduce a una sociedad más desigual”. Porque es evidente, y ha sido demostrado en la práctica aquí y en 20 países más, que ningún empresario crea un solo empleo si su empresa no lo necesita, simplemente por el estímulo de que le vaya a salir barato. Se limita a quedarse con la gabela, añadiéndola a su ganancia. El único empresario que contrata empleados que no necesita es el Estado. Es decir, el Gobierno, que es quien controla el Estado. Y lo hace porque él sí, desde su punto de vista político, él sí los necesita: son sus votos, son su apoyo. Y los compra con mermelada, sin reparar en el gasto, puesto que en fin de cuentas la plata que le cuestan no es suya: la paga el contribuyente.

Habría que saber –pero no tardaremos en saberlo– cuánta mermelada recibieron por su apoyo en el Congreso a la regresiva reforma tributaria “de crecimiento” los partidos Cambio Radical y de La U, en nombramientos y en contratos. Un joven columnista cercano al presidente Duque habla incluso de ministerios. Esos serán los únicos puestos de trabajo que genere la reforma.