El 7 de octubre se cumple un año desde el inicio de la guerra de Israel contra el grupo terrorista Hamás y la beligerancia parece estar lejos de llegar a su fin. Israel no solo ha combatido arduamente a este grupo terrorista desde su arremetida barbárica, que cobró la vida de miles de civiles inocentes y logró el secuestro de cientos, de los cuales muchos han sido asesinados de la forma más vil y cruel; como si esto no fuera suficiente, desde hace varios meses ha recibido ataques con misiles de la organización terrorista Hezbolá, con base en el Líbano, y por los Hutíes situados en Yemen. Irán también ha llevado a cabo ataques con misiles, logrando su acometida más fuerte el pasado martes, una de las peores en la historia de Israel, que consistió en mandar aproximadamente 180 misiles al territorio israelí, según miembros de la Guardia Revolucionaria, en represalia por la muerte del jefe de Hezbolá Hasán Nasralá y el dirigente de Hamás Ismail Haniyeh, en julio.

Ese mismo día, siete personas fueron asesinadas y once resultaron heridas en Tel Aviv a manos de dos hombres, quienes infamemente los acuchillaron y les dispararon, causándoles la muerte. Como consecuencia del ataque provocado por Irán, Israel tomará represalias, como dijo claramente el portavoz del Ejército israelí, Daniel Hagari: “Este ataque tendrá consecuencias. Tenemos planes y actuaremos en el lugar y en el momento que decidamos”. Es probable que el ejército israelí se enfoque en destruir las bases militares que llevan a cabo desarrollo nuclear.

El panorama en Israel es complejo, pues cabe recalcar que lleva casi un año en guerra y defendiéndose del terrorismo proveniente de diferentes frentes, siempre tratando de causar la menor cantidad de muertes a civiles y advirtiendo de sus ataques antes de ser ejecutados para que la población pueda dispersarse. A diferencia de los grupos terroristas a los que se enfrenta, que han tenido una meta clara desde el 7 de octubre: eliminar al pueblo de Israel y a sus habitantes. Es una guerra complicada y desalentadora, pero necesaria para eliminar o —por lo menos— debilitar a los grupos terroristas implicados. Lo ideal sería alcanzar la tan añorada paz que se ha buscado durante décadas, pero la realidad es que con guerrilleros fanáticos y violentos no se negocia, y mucho menos se les apoya, como han tratado de hacer varios líderes mundiales en nuestro continente, incluyendo los de Brasil, Colombia, Honduras, Venezuela y Bolivia. Es inaudito pensar que aquellos que están tan lejos del conflicto puedan opinar sobre él y —más grave aún— secundar a criminales.

Hace pocos días, Israel declaró persona non grata al secretario general de la ONU y le prohibió su entrada al país por no haber condenado de forma inequívoca el ataque de Irán. En repetidas ocasiones, Guterres habría dejado entrever su apoyo al grupo terrorista Hamás, como el pasado 24 de octubre de 2023, cuando condenó las acciones de dicho grupo el pasado 7 de octubre, pero enfatizó que dichas operaciones eran a causa de años de ocupación, proyectando su favoritismo por Hamás. Como ciudadanos no podemos permitir que líderes mundiales o personas en posiciones de poder nos confundan. Recordando que el terrorismo es igual en Colombia, en Israel y en todo el mundo, y defender a un selecto grupo es apoyar a la violencia en todas partes.

Esperemos que la guerra llegue pronto a su fin, que los países o entidades correspondientes puedan alcanzar a una solución satisfactoria que busque la paz y no siga escalando al punto en el que otras naciones se unan y esto ocasione una tercera guerra mundial.

“El terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad”, Juan Pablo II.