En la vida de los estados y de sus pueblos, todos los conflictos tienen solución por antiguos y complejos que sean. Lo importante es que haya voluntad de las partes involucradas para resolverlos y evitar que una de las partes comprometidas se muestre como la única víctima y, de paso, haga aparecer a la otra parte como intransigente, como la que se niega a desoír peticiones o reivindicaciones, incluso, desproporcionadas o sencillamente difíciles de cumplir en materia política, social y económica.

El mundo ya no es el mismo, ha cambiado y, al parecer, aún no estamos entendiendo muy bien esos cambios, nada extraños si analizamos la permanente evolución de las sociedades, incluidos los modelos y modos de producción, desarrollo, intereses y relaciones. Las ventajas y desventajas que el colonialismo, primero, y el espíritu nacido en 1945, después, forman parte de un pasado lejano o próximo que, aunque aún afecta, debemos superar ante la evidencia de los cambios que están en marcha.

A veces buscar obsesivamente las raíces es una forma de andarse por las ramas. La realidad debe impregnarnos de pragmatismo y sentido común para enfrentar los conflictos. No podemos seguir echando cortinas de humo acudiendo al combustible incierto del pasado y que oculten los problemas que tenemos que solucionar hoy, incluso, en nuestra propia casa.

En este orden de ideas, frente a conflictos tan antiguos y complejos como el que ha venido viviendo Colombia por la existencia de grupos armados ilegales, varios de ellos relacionados con el narcotráfico; o países como Marruecos desde 1975 con un Frente Polisario, que le viene reclamando a Marruecos una política soberana sobre el desierto del Sáhara, olvidándose con ello que Marruecos —que ha venido defendiendo su soberanía tal como lo han venido haciendo varios países europeos— solo posee (sin ánimos de expansión) una parte minúscula de todo el territorio del Sáhara, desierto repartido entre varios países de los que Marruecos detenta un exiguo 3 %.

En ese propósito es preciso anotar que —en el caso de Marruecos, el Polisario y la población saharaui que vive en ese 3 % del desierto del Sáhara marroquí— Marruecos, a iniciativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 1991, firmó un alto al fuego con el Polisario y presentó un plan para la autonomía del Sáhara marroquí, que va más allá de la simple anexión territorial.

Dicho plan, que parte de una concepción que conjuga y compatibiliza razonablemente los conceptos de soberanía y autonomía, entiendo que bien negociado, desde la buena fe y sin pretender anular al otro, supondría un acuerdo que alejaría del sufrimiento y atraería el regreso a la tierra de origen de los saharauis occidentales. Bajo un régimen de autonomía pactada, podrían aprovechar el formidable desarrollo que Marruecos está alcanzando y desplegando actualmente.

No digo nada nuevo. Dicho plan, el propio Consejo de Seguridad de Naciones Unidas lo ha calificado de serio, creíble y viable y —en mi opinión—, con la colaboración del propio gobierno de Marruecos, se puede constituir en la base real para mejorar la calidad de vida de la población saharaui. Convirtiendo al propio Polisario en un interlocutor importante ante el gobierno de Marruecos y la comunidad internacional.

Ningún conflicto es mimético a otro, pero es posible que bajo esta filosofía del reconocimiento del otro y no de su anulación —incluso— liquidación, la solución pacifica de alguno de ellos, sea un norte, una brújula que permita abrir el camino hacia la solución de otros como el israelí/palestino. Donde se aplique esa tercera vía, con participación de las Naciones Unidas, de gobiernos que no estén involucrados en descalificaciones ideológicas y de personas de buena voluntad comprometidas en la promoción y convivencia pacífica entre los pueblos.

Desconozco si el actual gobierno colombiano es consciente de los anteriores pasos que se han logrado con la política de una tercera vía en la solución de ese conflicto. Lo digo porque —hasta donde tengo conocimiento— la postura del gobierno colombiano ha sido la de respaldar incondicionalmente el Polisario y no de contribuir a la solución integral del conflicto que desde hace medio siglo ha venido viviendo Marruecos como consecuencia de la política colonialista, que vivió al igual que otros países africanos durante varios siglos.

Dado que Colombia también debería explorar las posibilidades de una tercera vía en la solución de la violencia y el narcotráfico, que venimos padeciendo en los últimos 70 años, con todo respeto le sugiero tanto al presidente como al señor canciller de la República de Colombia, que procuren mejorar las relaciones diplomáticas con el gobierno de Marruecos. De ser posible, que se conviertan en garantes de los resultados de esa tercera vía, donde los más beneficiados serían el pueblo saharaui, la soberanía y unidad territorial de Marruecos. Lo mismo que la interlocución política del Polisario como un actor imprescindible para finalizar el sufrimiento en favor de una vida digna, en paz y por el bienestar del pueblo saharaui occidental y de su identidad.