En víspera de las elecciones locales, conviene hacer una reflexión sobre la realidad de los últimos años en la política regional, y con ella, la evaluación de lo que se necesita para percibir cambios verdaderos.
No hay lugar a dudas; las campañas regionales suelen incubar en los ciudadanos un sentido de pertenencia mucho más alto que en los comicios nacionales. Los candidatos y el cargo en juego parecen ser más cercanos a los votantes.
Esa sensación de representatividad es un principio fundamental de la democracia. El problema radica en que, luego de la bendición del voto, hemos cometido la equivocación de tomar a la ligereza la importancia de exigirle a los gobernantes un comportamiento democrático acorde al buen servicio público que promocionan en la contienda electoral. Una gran parte de ellos se limita a vencer en las urnas para que, luego de unos meses se desdibujen sus buenas intenciones y las aptitudes con las que se vendían.
El buen gobierno es sinónimo de humildad, autoevaluación y, sobre todo, de discernimiento racional en pro del bien común. Un gobernante, ya sea departamental o municipal, debe ostentar la capacidad de asociarse con todos los otros actores políticos, en especial con los que también fueron electos de manera popular.
El crecimiento exponencial de Barranquilla en los últimos 15 años no ha sido una coincidencia. Es el fruto de la unidad en la región, tanto los electores como los múltiples nombres, que han tomado el poder en la Alcaldía y en la Gobernación del Atlántico, trabajaron de la mano para llevar a cabo una transformación socioeconómica integral.
La administración departamental y la municipal han logrado un clímax de coordinación institucional ideal para tejer proyectos a mediano y largo plazo. Como consecuencia, los índices de pobreza multidimensional mejoraron al igual que se logró posicionar la ciudad como uno de los principales focos de inversión nacional e internacional.
Cuando la coordinación se ausenta, los únicos perdedores son los ciudadanos.
Por ejemplo, en 2019, el Departamento del Meta escogió en las urnas a Juan Guillermo Zuluaga como su gobernador y Villavicencio a Juan Felipe Harman como su Alcalde. Partiendo de orillas políticas distintas intentaron trabajar en equipo. Hace exactamente 3 años comunicaron de manera conjunta que iban a desarrollar 35 obras para la capital llanera, dentro de las cuales figuraba como protagonista la solución definitiva del acueducto.
Sin embargo, durante la pandemia sembraron una rencilla que tendría varios episodios. Lo personal traspasó a lo institucional, cuando de manera recíproca emprendieron una campaña de obstaculización administrativa. La alcaldía y la gobernación destruyeron cualquier intento de sinergia al utilizar a Cormacarena y a la Secretaría de Planeación como un freno procesal para los proyectos del contrario. Por ello, la inversión se fue a otros municipios y Villavicencio hoy no tiene acceso ininterrumpido al agua ni a la luz, como tampoco sirven sus semáforos ni se ven obras relevantes para la economía de la ciudad. ¿Quiénes perdieron en dicha pelea?
Además, en un gobierno también se necesita continuar con lo bueno. Si cada vez que el poder cambia de dueño todo se reestructura, nunca se logrará más que una cadena de improvisaciones de corto plazo.
Esto lo entendió muy bien, por muchos años, la ciudad de Medellín. En la alcaldía de Aníbal Gaviria se estructuró e inició el Parque del Río, una de las obras urbanísticas más modernas de Colombia, la cual posteriormente sería ampliada y desarrollada por Fico Gutiérrez en su paso por la Alpujarra.
La continuidad acabaría con la llegada de Daniel Quintero y su raquítica inversión. El gobernante ignoró la determinación de seguir construyendo sobre lo construido, por meros fines políticos.
Con ansias de posicionarse en el panorama nacional hizo lo impensable: dividir a los paisas. Todo por medio de un discurso narcisista y sectario que básicamente niega la validez de cualquier pensamiento, anterior o contemporáneo, distinto al suyo.
En los debates el radicalismo es una herramienta retórica poderosa, incluso aborrecer la sensatez es rentable y por eso se escuchan candidatos tan agresivos e incendiarios como Rodrigo Lara.
Pero, en una coyuntura tan polarizada por el gobierno nacional es interesante escuchar propuestas conciliadoras como las de Carlos Fernando Galán. Invita a rescatar las políticas públicas exitosas ya implementadas, fortalecerlas y mejorarlas, teniendo claro el carácter imprescindible de replantear lo malo y lo obsoleto.
Sin perjuicio de los colores, a los cuales usted les vote el próximo 29 de octubre, tenga presente que la unidad, la coordinación y la continuidad van a definir la senda de su región, hoy más que nunca, para bien o para mal.
Sean cuales sean los resultados respételos, acéptelos y trabaje por el bienestar general. La cuestión es de humildad y compromiso.
De esta salimos todos juntos o no sale ninguno.