El pasado 9 de junio se cumplió el primer año del rescate exitoso de los hermanitos Mucutuy, los niños indígenas perdidos en la selva del Amazonas, por un grupo de búsqueda conjunto de indígenas y militares.
Decirlo parece simple, pero no olvidemos que nos referimos a una niña de 14 años y a tres niños de 9, 4 y 1 año. Cuatro niños que sobrevivieron a un accidente aéreo en el que murió su mamá y milagrosamente se mantuvieron vivos en la selva durante cuarenta días.
Por otra parte, la conformación del grupo mixto de militares y de indígenas voluntarios, en la cual se basó el éxito de dicha misión humanitaria, tampoco fue tarea fácil por las marcadas prevenciones y desconfianzas que existían de parte y parte al inicio de la tarea de búsqueda. Pero, con el correr del tiempo y a medida que avanzaba la búsqueda, y movidos por el deseo de encontrar los niños con vida, se fueron dando cuenta de que tanto los indígenas como los militares sufrían por igual los rigores de la selva y que si no se unían en la adversidad, su noble misión sería un fracaso.
Esa rica experiencia llena de esperanza por la vida es la que necesitamos continuar desarrollando de parte de los alcaldes municipales, los gobernadores departamentales, el Gobierno nacional y la población urbana y rural frente a las diversas tragedias naturales que desafortunadamente se viven en varias regiones de Colombia como consecuencia de la dura ola invernal.
Así como ocurrió en la región del Amazonas, ahora estamos viendo a miles de militares, de integrantes de la fuerza aeroespacial, de la Armada Nacional y de la Policía Nacional, movilizándose voluntariamente junto con sus equipos en solidaridad con la población damnificada.
Sin embargo, como la tragedia continúa y el invierno no da tregua, lo que necesitamos ahora es que el Gobierno nacional convoque también a organismos de socorro como la Cruz Roja, la Defensa Civil y los Cuerpos de Bomberos que operan en todo el país, a fin que, junto con la población, los alcaldes, gobernadores y las fuerzas militares y de policía, coordinen acciones de solidaridad y de prevención con la población afectada por los desastres naturales.
Por otra parte, hay que seguir con la labor de depurar y acabar con todos los focos de corrupción que se establecieron en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) y castigar ejemplarmente a quienes la han ido convirtiendo en un foco de corrupción, de politiquería y de ineficacia.
De igual manera, sería importante que por iniciativa del presidente Petro y de su Consejo de Ministros, tal como ya existe una división de militares ingenieros y de la Policía Nacional en la atención de emergencias y desastres, sería muy oportuno ―y necesario― que también se creara una unidad especializada conjunta de las fuerzas militares y de policía en la atención de desastres y solidaridad con la población afectada.
Anoto que tal iniciativa tiene la ventaja que cuenta con la infraestructura básica, pero ante todo con la vocación de servicio y sacrificio de nuestros militares y policías. Además, se constituiría en un positivo avance en las relaciones de cooperación y respeto que, en medio de las diferencias y dudas, siempre deben existir entre la población urbana y rural con nuestras fuerzas militares y de policía, tal como quedó demostrado públicamente con el rescate de los cuatro niños indígenas en la parte colombiana de la selva del Amazonas.
A los incrédulos, muy fraternalmente les recuerdo que tal iniciativa ya existe como decisión de Estado en países como España, Canadá, Francia, Suiza, Estados Unidos y México, entre muchos otros. Además, tendría la ventaja de actuar rápidamente en las labores de socorro y emergencia con la población afectada, tal como quedó demostrado en los graves desastres por las lluvias e inundaciones que sufrió la población de Valencia, España, el pasado 29 de octubre.