Unos meses atrás, cuando se confirmó que el expresidente Álvaro Uribe encabezaría la lista de su nuevo partido al Congreso, sus seguidores auguraban una clara victoria de la nueva fuerza política en la elección parlamentaria. Ya nadie cree eso y las apuestas más bien se centran en si obtendrá más de 15 senadores. ¿Qué ocurrió desde aquellos pronósticos de 35 senadores a hoy?Lo ocurrido no es un mero retroceso sino una auténtica debacle para quienes pensaban patear el tablero de la política colombiana, por ello vale la pena intentar entender por qué le ha ocurrido esto al expresidente más popular del país.En primer lugar, la naturaleza de la competencia parlamentaria impide que una figura reconocida pueda traducir su popularidad en respaldo real. La elección del Congreso no es una elección entre alternativas programáticas, por el contrario, la dificultad radica en posicionar un mensaje en medio de tantas ofertas personales. La búsqueda de votos por grandes figuras tropieza con un sistema que impide que la confrontación se realice en terrenos similares. Para ponerlo en términos gráficos, la campaña al Congreso es como una piñata, y como en toda piñata no sirve de nada ser el más grande del grupo, el éxito consiste en la habilidad para tirarse al suelo y recoger los regalos. Y en una competencia contra listas preferentes los que recogen juguetes del suelo son la mayoría.A esto hay que agregarle que Uribe es el único candidato real dentro de la lista. Ninguno de sus coequiperos tendría la capacidad suficiente para llegar al Congreso si no estuviese en una lista cerrada con él. Cerrar la lista fue una decisión del propio Uribe, quien en lugar de rodearse de políticos curtidos prefirió que nadie le hiciera sombra. Ni siquiera el candidato presidencial. De allí que prefiriese a Óscar Iván Zuluaga sobre Francisco Santos, pues este último de pronto cogía vuelo propio. ¿Qué busca con esta estrategia? Ser el único líder  y vocero del movimiento. Contar con un cuerpo monolítico y monofónico donde no haya posibilidad de salirse del redil.Como consecuencia de lo anterior, Uribe asume todo el desgaste de la campaña. Y como ya tuvo la ocasión de gobernar y tomar decisiones la gente le cobra en la plaza pública y las redes sociales todo aquello que no hizo. No sólo tiene responder por lo que no logró sino también por sus errores como gobernante. Por eso cada cosa que dice se le devuelve como un bumerán, denunciar la corrupción le implica salir a responder por todos los  escándalos de su gobierno. Decir que hay que ajustar el salario mínimo en el 10 % no deja de parecer un mal chiste cuando sale de su boca.Defender el agro, cuando su gobierno sólo benefició a los ricos, o criticar las supuestas chuzadas cuando la apoteosis de ese comportamiento fueron los seguimientos a la Corte Suprema de Justicia y así sucesivamente. La falta de autoridad moral en cualquier campo que no sea la seguridad se le devuelve por cuenta de una opinión pública capaz de expresarse por fuera de los grandes medios.Por último, pero quizás lo más importante, el uribismo no es lo que creyó ser porque su propuesta política y su oferta electoral representan el pasado. Cuando el país quiere dejar atrás una guerra horrenda y absurda, él propone continuar la confrontación armada. Cuando por primera vez hay una negociación seria con las FARC, él pretende deslegitimar el esfuerzo.  Tan consciente de su error ha sido que tuvo que ajustar su discurso y decir que no está contra la paz, sino contra la paz sin impunidad, pero como no está claro cual es la impunidad que denuncia, lo suyo resulta un ataque a los molinos de viento de su propia imaginación.Luego del 9 de marzo, parodiando a otro expresidente, el uribismo quedará reducido a sus justas proporciones. Y para ellos será una debacle, así no lo reconozcan.*Director de Centro de Análisis y Asuntos Públicos.