Hay un video que está rodando por las redes en el que se ve al expresidente Álvaro Uribe, con micrófono en mano, echando una arenga en un taller del presidente Duque, realizado el domingo pasado en Medellín, que merece ser visto con detenimiento. Este video puede servir como un estudio antropológico para explicar la manera como se afinca la guerra.

Si uno lo mira bien, se ve que el ambiente está caldeado por cuenta de que Márquez y su combo acaban de anunciar su decisión de volver a las armas desde algún lugar de Venezuela.

En su intervención acalorada y fogosa, Uribe, prácticamente, le dice a Duque que le declare de una vez por todas la guerra a Venezuela porque de esa manera se le respondería a Maduro su afrenta por haberle brindando abrigo a la disidencia liderada por Iván Márquez. El auditorio vitorea sus palabras con éxtasis, como si su arenga fuera un grito de guerra. “¡Con las Fuerzas Armadas y el apoyo del pueblo hay que acabar con esos bandidos, presidente!”, le dice Uribe con voz de mando a su pupilo, mientras empuña la mano bien alto, como los machos. “¡Estén donde estén, presidente!”, le grita con voz marcial…, “¡en Venezuela o donde sea!”.

Ese mismo día por la tarde, el presidente Duque llegó a Bucaramanga para festejar los 100 años de Vanguardia Liberal. Cargado de tigre y con el hervor en la sangre se empleó a fondo para afinar su propio grito de guerra. A Maduro se le ve contento de tener de sparring a la dupla Uribe-Duque. Si ellos suben el tono, Maduro eleva el listón y ya vamos en misiles mirando a la frontera. Desde entonces han vuelto los epítetos, los anuncios de las recompensas a alias fulano, a alias zutano, como en los mejores tiempos de la seguridad democrática; retornaron también los profetas del desastre –muchos de ellos periodistas– que repiten como loros –sin haber salido de las capitales– lo que los señores de la guerra quieren que digan: que estamos peor que antes, que esta paz fue una farsa, y que la única opción es volver a la seguridad democrática para que la política exterior sea un reflejo de ese dogma. De pronto la paz, esa palabra que tanto nos ha costado, se ha vuelto efímera. No hay tiempo para ella, sino para la indignación, el odio, el paroxismo. Hay que rearmar de nuevo los espíritus, es la consigna y para eso hay que hacernos perder el rastro de los hechos; hay que ver cómo consiguen borrar de nuestras mentes el hecho histórico de que hubo una desmovilización de la guerrilla más grande de Latinoamérica. ¿Lo lograrán?... No lo creo, pero en estos tiempos, en los que todo es tan efímero, la guerra sigue siendo un puerto muy seguro para los que no saben cómo vivir en paz.

A Maduro se le ve contento de tener de sparring a la dupla Uribe-Duque. Si ellos suben el tono, Maduro eleva el listón y ya vamos en misiles mirando a la frontera. ¿Qué mente retorcida encuentra satisfacción en este túnel sin salida? Todos, hasta los gringos, pueden negociar salidas políticas con Maduro. Los únicos que no podemos somos los colombianos, porque este Gobierno decidió quemar las naves, luego del show en la frontera en el que vaticinó que Maduro tenía los días contados. Tal vez, la razón primordial para que haya tanto interés por dar el timonazo hacia la guerra se encuentre en el mismo video. Noticias Uno –¡helas!– descubrió que uno de los que aplaudían a rabiar a Uribe era Wilser Molina, alcalde de Amagá. Su voz aparece en uno de los audios que forman parte de la investigación contra Álvaro Uribe por la presunta manipulación de testigos hablando con el ganadero Juan Guillermo Villegas. La guerra también sirve para eso: para que los políticos puedan echarles tierra a sus escándalos y para que la corrupción vuelva a hibernar. La guerra tapa todo lo que no se debe mostrar. 

Sería absurdo que hubiésemos salido de una guerra interna que nos costó 60 años de conflicto solo para entrar en una guerra con Venezuela. Pero más grave es tener unos gobernantes empeñados en ofrecernos una nueva guerra que no queremos ni deseamos.