Hay gente que debería visitar un psiquiatra. Padecen uribirus aguda. Es tan crónico su mal que arman teorías estrambóticas. Ahora juran que el Gobierno magnifica el coronavirus con el único propósito de tapar el escándalo chimbo que montaron alrededor del Ñeñe. Creen que no hay vida más allá del expresidente, al punto de despreciar el enorme peligro que supone la pandemia que ya aterrizó en Colombia. Las cifras de contagios no dejarán de aumentar puesto que desconocemos qué más viajeros pudieron traerlo. Cierto que en el ranking de enfermedades virales la tuberculosis mata a diario a 3.000 personas, la malaria a 2.000 y el coronavirus tan solo ocupa el lugar 17 con 56 muertes (hasta el 12 marzo). Pero, por injusto que parezca, preocupa más que las demás por afectar a citadinos del primer y segundo mundo, y provocar un terremoto económico con fuertes réplicas en todo el planeta.
Cuando el precio del petróleo cae a la mitad, el dólar y el euro se disparan y las principales bolsas de valores se precipitan al vacío con pérdidas billonarias; cuando unos países paralizan ciudades enteras, clausuran los campeonatos deportivos importantes, Estados Unidos suspende vuelos con Europa y comienzan despidos de trabajadores en los sectores más perjudicados, uno no puede pensar que no afectará a su propio bolsillo y a Colombia. No solo porque una parte considerable del medio millón de colombianos que residen en territorio español trabaja en hoteles y restaurantes y perderá el empleo, sino porque muchas empresas multinacionales que están sintiendo el mazazo bursátil y la drástica reducción de la producción industrial y el consumo pospondrán sus inversiones en Colombia. A estas alturas, es indudable que la pandemia será peor y causará mayores estragos si no nos ponemos las pilas y todos aportamos. No existe gobierno que pueda frenarlo sin la colaboración de los ciudadanos. Lo que exigimos a Duque es que actúe siempre de la mano de los gobiernos locales (suspendió eventos de 500 asistentes tras decir Claudia que de 1.000), que informe con rigor y transparencia de la evolución diaria del coronavirus y que no nos cuenten películas de vaqueros. Colombia no está preparada para afrontar la crisis sanitaria si las cifras escalan. Lo demostró con el chikunguña. Desbordó la capacidad del país y eso que no era letal y rara vez requería hospitalización. Sin embargo, ahora, además de ser el contagio silencioso y acelerado, requiere ingresar en centros médicos a los pacientes más graves, muchos de ellos a Cuidados Intensivos. En la pequeña ciudad italiana de Bérgamo, por ejemplo, el hospital Juan XXIII recibe a diario, según su director, entre 60 y 80 enfermos, “todos graves”. Y en la española Comunidad de Madrid, donde hasta el viernes llevaban 2.078 casos de coronavirus y 64 muertes, intentan reforzar los 102 hospitales de la región para una población de cerca de 7 millones. Como advierten que las camas de Cuidados Intensivos serán insuficientes, aplazaron cirugías que no son urgentes, están contratando más enfermeras y ampliando instalaciones para enfermos del virus que exportó China. También convertirán hoteles en centros medicalizados para las cuarentenas que requieran cierto tratamiento y el Ejército levantará hospitales de campaña. Y todo porque los especialistas señalan que en el pico de la enfermedad, si se cumplen las previsiones más pesimistas (Angela Merkel habló de contagios del 80 por ciento de Alemania), pueden recibir tal aluvión de pacientes con requerimientos de respiradores mecánicos y ventiladores que superarán la capacidad instalada. Por tanto, los médicos deberán elegir a quién atender primero y a quién abandonar a su suerte. Aunque suponemos que acá no alcanzaremos los números de los europeos, Bogotá solo cuenta con 26 hospitales y el mayor obstáculo para prevenir el contagio somos nosotros mismos.
China lo tuvo fácil al tratarse de una dictadura en la que la gente obedece sin rechistar. Pero los que vivimos en democracia lo protestamos y cuestionamos todo, y nos cuesta acatar normas si no nos atenaza el miedo. Las universidades, sin ir más lejos, cerraron sus puertas en Bogotá para nada. Vi esta semana grupos de jóvenes de rumba en el norte de la ciudad. Tampoco los adultos damos ejemplo. No cortamos las salidas a lugares concurridos, seguimos haciendo nuestra vida con normalidad. Quizá tener que ir apretujados en TransMilenio o continuar abiertos los rumbeaderos resta credibilidad a la alarma. Por una vez deberíamos pensar que más que exigir derechos, nuestro deber es seguir consejos y cumplir las órdenes por el bien general.