Puesto que soy blanca y mitad española, dirán que lanzo un vil ataque racista y colonial. Si fuese negra, como Polo Polo, me tildarían de traidora a la raza y al género. Y si la tuviera de vecina en Dapa, me acusarían de redomada clasista.
Resulta tan simple y repetitiva su cantaleta, que va siendo hora de que cambie de estrategia. Deje de hacerse la mártir, vicepresidenta.
La ola de críticas por desplazarse en helicóptero a su casa de fin de semana nada tiene que ver con que sea negra, blanca, azul o amarilla, o que trabajara un tiempo en una casa de familia (por cierto, ¿con quién y por cuántos meses? Extraño no revelar la identidad de sus supuestos negreros, así fuese para evitar que sigan explotando a otras mujeres).
Escoger una zona residencial de estrato alto y usar el Black Hawk como un taxi es un asunto de coherencia política, ética y honestidad intelectual.
El Pacto Histórico y afines se pasan la vida lanzando dardos contra los que viven en Dapa o en el sur de Cali, tildándolos de esclavistas, de ricos desaprensivos, de explotadores. Poco menos que si residen allá es porque han robado y exprimido a los colombianos de piel negra desde generaciones atrás y son tan malvados que no reparten sus bienes mal habidos entre los pobres.
Pero en cuanto la extrema izquierda conquista el poder, se mudan al mismo sitio de los que tanto repudian y alardean del derecho que los asiste. Porque ellos sí son, a diferencia de los perversos ricos, almas puras y solidarias que han escalado a la cima y merecen la buena vida. Más aún la vicepresidenta, que se desplaza en helicóptero mientras los supuestos oligarcas blancos se aguantan los trancones de una ciudad caótica gobernada por el desastroso Iván Ospina.
Aunque les había funcionado antes, empieza a agrietarse el escudo de la discriminación social y racial que Francia Márquez y su comité de aplausos levantan para protegerse de las críticas, ante la falta de argumentos serios.
Y pese a que aún quedan racistas porque la estupidez humana es inagotable, no dejan de ser minoría en esta Colombia diversa. A la inmensa mayoría de colombianos les importa un pimiento el color de la piel o el origen social de la vicepresidenta, así ella haya sabido utilizar ambas condiciones para acaparar votos y llegar donde está.
Lo que fastidia, al margen del despilfarro, es que la izquierda radical se la pase predicando una cosa y haciendo la contraria.
En eso se parecen a la ignorante y prepotente ministra de la Igualdad de España, a la que Francia dice admirar. Irene Montero juraba, igual que su muy comunista esposo Pablo Iglesias, que envejecerían en Vallecas, su barrio obrero de toda la vida. Atacaron con saña y durante semanas a un ministro de Economía de derecha porque se compró un ático de 600.000 euros en un barrio elegante. Y eso que el señor, que ocupaba el primer cargo público de su vida, había hecho una fortuna en la empresa privada y no tenía que explicar nada.
Pero Irene Montero, de escuálida hoja de vida y ministra solo porque la nombró su esposo cuando fue vicepresidente del Gobierno, adquirió una casa grande con piscina, también de 600.000 euros, en Galapagar, un lugar de Madrid de estrato alto, parecido a Dapa.
A pesar de que ambos son blancos, comunistas y no eran de cuna pobre, les llovieron las críticas por su desvergüenza. “De malas”, también contestó la abusiva pareja a su manera, matados de la risa.
Porque la extrema izquierda sufre de una incoherencia congénita que nada tiene que ver con la raza y sí mucho con una ideología momificada, sustentada en los pilares de la mentira, el resentimiento y el odio.
Tampoco la vicepresidenta resultó coherente en lo relativo al Ejército. Este Gobierno proclama que no son necesarios militares en el casco urbano de pueblos calientes del Cauca, tipo Corinto, y los sacan. Pero cuando Francia Márquez quiere pasar el fin de semana en Dapa, militarizan el área.
De pronto la vice se mostró displicente y arrogante ante la pregunta de SEMANA, influenciada por su reciente viaje a La Habana. Allá sí saben diferenciar entre el pueblo sometido, encarcelado y pobre, “los nadie”, y la clase dirigente privilegiada. Seguro que la hospedaron en el conjunto residencial, rodeado de jardines y lago, para los amigos de ese Partido Comunista que subyuga a los cubanos desde hace seis décadas.
Le habrán inculcado la consigna de izquierda radical por excelencia: “Ahora nos toca a nosotros. De malas si les molesta”. En todo caso, y le guste o no, Francia se equivocó y en lugar de reconocerlo y rectificar, persistió en la arrogancia.
Por cierto, volví a pasar por La Toma, su corregimiento natal, y, una vez más, no me dejaron pasar. Pero alcanzaron a decirme que siguen sin acueducto y con otras carencias que saltan a la vista. “Presionen a Francia, pasa el tiempo y no hace nada”, les contesté. Y vi una cancha de tierra donde cabe un helicóptero. Solo se lo recuerdo a Francia por si le provoca ir.