Hay imágenes que marcan la historia y la memoria de la humanidad: un hombre cerrándole el paso a un escuadrón de tanques en la plaza Tiananmen en China, una niña desnuda que muestra las terribles quemaduras que acaba de sufrir por un bombardeo de napalm en Vietnam, un marinero que besa a una enfermera en Times Square para celebrar el fin de la Segunda Guerra Mundial. En Venezuela acaba de surgir una de esas imágenes universales que quedará grabada al fuego en el recuerdo colectivo.Es la imagen de un violinista. Un joven flaco y desarrapado, con el torso desnudo, que usa su camiseta para protegerse de los gases lacrimógenos. En la cabeza lleva un casco de obrero pintado en espray con la bandera de Venezuela y avanza con decisión entre los manifestantes tocando su violín.Un momento sublime fue captado la semana pasada por la periodista Andreina Flores. En medio del estruendo de las granadas de gas y los disparos de balas de goma, entre el humo de la represión del régimen de Maduro y los gritos de los manifestantes que piden democracia, surgieron súbitamente los acordes de Alma llanera, un joropo que cantan de memoria todos los venezolanos y también muchos colombianos.
El violinista heroico se llama Wuilly Moisés Arteaga, tiene 23 años, y como integrante de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Caracas recorrió el mundo tocando su música y recibiendo aplausos. Unas horas antes de escribir esta columna hablé largamente con él sobre su vida y los motivos que tiene para exponerla, cada día, en las manifestaciones.En las últimas semanas han muerto 46 personas como resultado de la brutal represión de la Guardia Nacional Bolivariana, la Policía Nacional y la acción armada de los gobiernistas escuadrones de choque motorizados conocidos como ‘Los colectivos’, una fuerza paramilitar patrocinada por Maduro. (Vea el artículo completo)Entre las personas que han muerto reclamando democracia está otro joven músico. Se llamaba Armando Cañizales, tenía 17 años, y tocaba la viola.–Me dio tanto sentimiento porque él era un músico como yo–, dice Wuilly, con tristeza. Su muerte habría podido ser la mía. Sentí que ya ni siquiera la música tenía la fuerza para resistir esta situación. Sin embargo estoy acá porque Armando perdió la vida pero yo sigo en pie, luchando, buscando la felicidad y la unidad de mi país.Tanto Wuilly como Armando se formaron en el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, uno de los poquísimos aciertos de la administración de Hugo Chávez que permitió la formación de jóvenes de escasos recursos en la música clásica.El más conocido de todos los alumnos es el maestro Gustavo Dudamel, actual director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, y quien por primera vez alzó su voz contra Nicolás Maduro tras la muerte de Armando Cañizales: “Nada puede justificar el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis”.Wuilly no necesita hablar para lograr el más elocuente de los discursos. Le basta con empuñar el violín con sus brazos tallados por el hambre y caminar de frente hacia los cuerpos represivos mientras mueve el arco con maestría haciendo sonar las notas nostálgicas del himno nacional de Venezuela. Sin dar ninguna muestra de miedo, como si no existieran la violencia y el caos a su alrededor.
–No sabemos si hoy sí nos van a matar– me dijo la noche del jueves pasado. Estamos aterrorizados pero debemos sobreponernos. No siento rabia. No devuelvo la violencia, nada más música. Solo quiero decir que “Viva Venezuela” y que, a pesar de todo, se acerca la felicidad de mi país.El violín de Wuilly contagia en cada calle su mensaje de valor y resistencia. Este talego de huesos –a la vez indefenso y poderoso– le ha puesto música a la lucha de millones de venezolanos.
No es el imperialismo, no son los escuálidos. Es el pueblo hambriento y hastiado de Venezuela el que está haciendo sonar la llegada de los nuevos tiempos.